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El nacimiento de la Universidad Juárez

LETRAS DURANGUEÑAS

ENRIQUE ARRIETA SILVA

“Viva la Universidad Juárez de Durango” fue la exclamación del Dr. y maestro Francisco González de la Vega, Gobernador del Estado, ataviado con su toga doctoral, aquella noche del 21 de marzo de 1957, en los pasillos del Edificio Central, inmediatamente después de que se anunciara que el Congreso del Estado, había aprobado el decreto que transformaba el glorioso Instituto Juárez en la promisoria Universidad Juárez del Estado de Durango, anhelo acariciado por la comunidad juarista desde los lejanos años treinta.

Once cañonazos del pequeño pero estruendoso cañón del patio principal del viejo caserón, atronaron el aire, lo mismo que el tañer catedralicio de la histórica campana que por años había anunciado el arribo de los maestros y los sinodales de los exámenes profesionales.

Gritos de júbilo brotaron de las gargantas y algunas lágrimas surcaron las mejillas de varios de los emocionados asistentes.

La Banda del Estado despidió con las tradicionales golondrinas al Instituto Juárez y los heraldos estudiantiles salieron a las calles para recorrerlas a pasos de gigante cual el sol, anunciando a los felices vecinos de Durango, que ya teníamos Universidad.

Abrió la madrugada del día 22, el reloj marcó la 1:30, cuando los tambores, cornetas y clarines de la portentosa Banda de guerra de la naciente Universidad, estremecieron los aires en las afueras del domicilio del Dr. y Maestro Francisco González de la Vega, para elevar a las alturas las vibrantes notas del Tres de Diana y la marcha Centenario en honor del gobernante fundador de universidades, seguidas de las entusiastas porras de trescientos universitarios agradecidos.

Se recibieron sinceros telegramas de felicitación de los ex rectores de la UNAM: Alfonso Caso, Luis Garrido, Chico Goerne y desde luego del rector en funciones de esa máxima casa de estudios nacional Nabor Carrillo.

Dentro de esas felicitaciones, bien merece especial mención la misiva del educador José Vasconcelos en la que llamaba a nuestra universidad naciente Bastión de la Cultura.

En ese mensaje con sentidas palabras, Vasconcelos, expresaba al Dr. y Maestro Francisco González de la Vega, que debido a un ataque de artritis que le había tullido la mitad de una pierna no podía acompañarlo físicamente en la fiesta del 21 de marzo, pero que estaba presente en intención cabal, en ese momento que sin duda era uno de los mejores de su noble vida, al declarar inaugurada la primera universidad del querido Durango.

Le expresaba también que sentía amor por esta tierra y cariño invariable hacia su persona.

Le patentizaba el testimonio vivo de las virtudes de funcionario inteligente y probo, modesto y bueno que había sido su padre don Ángel González de la Vega, quien había ejercido en las comarcas durangueñas virtudes cívicas y a quien tomaba como uno de sus ejemplos para el servicio público como función de rectitud y desinterés. Manifestaba además su admiración para la madre del Dr. y Maestro Francisco González de la Vega doña Rebeca, reconociéndola como dama culta y cristiana, de autoridad y de dulzura, que les puso a todos cátedra de distinción y de prudencia.

Agregaba que hacer de Durango un centro de cultura superior y generoso, tenía raíces hondas, porque procedía de las misiones y la Colonia, y se prolongaba más allá de nosotros.

Decía que Durango abolengo, que no debíamos olvidarnos de los ancestros de ultramar. Tampoco de Salamanca la de los teólogos y del derecho internacional, como tampoco de Alcalá de Henares, ni de la grandeza de sus letras y de su política.

Afirmaba con todo el peso de su cultura y de su talla educativa, que ese bastión de cultura que se estaba levantando a la mitad del desierto virgen, es decir la Universidad, bien necesitaba de apoyos fuertes, que se hiciera todo lo posible para que perdurara y que una escuela vale más por sus maestros y sus doctrinas que por la altura de sus edificios.

Finalizaba la misiva de Vasconcelos, sentenciando que los valores del espíritu no se cotizan en el mercado y que lo que se funda en intención pura es generalmente fructífero.

Y remataba su misiva, con estas palabras amajestadas por el tiempo:

“¡Que Dios bendiga a usted y su obra, y que el saber que usted congrega, se reparta desde las aulas nuevas a través de las generaciones hasta los siglos más distantes!”.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Juárez, González, Francisco, Vega,

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