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El color de las remembranzas

LETRAS DURANGUEÑAS

El color de las remembranzas

El color de las remembranzas

FCO. JAVIER GUERRERO GÓMEZ

En este instante tan propio en que como una sombra la soledad me cubre, recorrer a paso endeble los recónditos lugares de mi pueblo. Sí, ese puño de viejas casas que dejé siendo adolescente, y atrás las lágrimas amargas de mi madre y el profundo silencio de mi padre.

Desde la ventana de los altos de la calle Gómez, la casa llena de mí, se sacudía, tal vez sospechaba que en ese frío que venía de la calera complementaba el adiós.

Los días anteriores, recorrí como queriendo aspirar esos contornos de adobes carcomidos, y los empedrados donde mi rodilla rasgó con el pantalón de pechera.

En un arranque de nostalgia llegué a la Plaza de Armas: aún traía el fresco el aroma de la gardenia ofrecida a la hechicera que me dio la espalda.

La parroquia con su torre balaceada, igual que yo, solitaria, en sus bronces de amor clamó la separación por siempre de mi cordón umbilical.

La calle del Barreno donde los juegos infantiles acorralaban las charlas léperas de los amigos mayores, Avivaban mis oídos.

El Mercado de arquitectura colonial me ofrecía el chocomilk de despedida, mientras mis brazos cargaban la canasta de las señoras ricas que a veces ni las gracias me daban.

La presidencia municipal donde el pueblo rechazó al futuro presidente quemando la puerta como el Pípila, solo porque era comunista.

A pie descalzo, el camino me llevó al Santuario del niño de Plateros, que me concedió, el voy contigo.

El Fresnillo Park, al que no pude llegar ni a primera base con ilusión de beisbolista, cerró sus puertas...

Las escuelas abrigaron mi niñez hasta hacerme un idealista, como notas de violín decían: Adelante.

¡Y la mina…! Con su brillo de veta nueva, a grito abierto me llamaba: Aquí está tu padre, tus hermanos, tu estirpe, Ven, ¡yo soy el espíritu del pueblo!

A punto de resbalar una gota de sal por la mejilla, herido, con el pecho aplastado y sin ver el cerro de Proaño me apresuré a partir...

Llegué azorado, mis viajes sólo eran sueños, una voz me decía que había otros mundos, otros modos de ver la vida más allá de la mina.

La imagen adusta del Médico de la compañía me había dado la clave de mi fuga, todos lo veían con respeto, era un dios o un ídolo que prodigaba remedios y confianza.

Un duro sentimiento como una daga escarbó mi conciencia, mi mente inútil se abrió como por magia y me dijo burlón: busca el camino y serás como Él.

Llegué a una ciudad más grande que mi pueblo, sin piedras, pavimentos como la carretera. Muchos como yo llegamos a la Universidad, de todas partes como único brillo, La rústica Preparatoria, el anhelo y el Médico aquel me prodigaron fe.

Los duros libros de la biblioteca, mostraban lo que no podía comprar mi economía.

Qué cosas tan fantásticas como una gran pesadilla se iban haciendo mías.

El cuerpo humano, la perfecta máquina con toda su fisiología del bien y del mal, sus huesos y músculos...

Durango y sus cines me perturbaban. Los días completos no eran suficientes para estudiar y le robaba sueño a la noche, los años se fueron como aleteo de golondrinas y en mi pueblo ya era un extraño me veían con sorna y algunos con envidia.

La tierra nueva me arraigó, me dio la fuerza para seguir la omnisciencia, a pesar de los pesares y todos los obstáculos: el recuerdo, la nostalgia...

Una profesión desconocida me enseñó los dientes, hizo señas obscenas, luego carcajeándose se escondió tras de los presta libros. Se acortó el tiempo la distancia se hizo mi aliada, afiló los ojos para sembrar entre los surcos del cerebro, las letras necesarias.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS calle, eran, camino, veían

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