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Bolivia no está sola

Miguel Ángel Granados Chapa

Chou en lai dijo a Julio Scherer en 1971 que es distinto ganar el gobierno que ganar el poder. El dirigente indígena Evo Morales lo comprobará cuando ascienda a la Presidencia de Bolivia, después de su clamoroso triunfo del domingo, que por fortuna fue reconocido de inmediato por su principal adversario, Jorge Quiroga, quien involuntariamente, y para ocultar su propio rostro había rendido homenaje a su ahora victorioso rival diciendo que en su país hay tanta pobreza que es imposible ser de derecha.

Morales es el primer indígena (alrededor del setenta por ciento de los pobladores lo es), que llega al Gobierno. Se interrumpe, así sea en forma simbólica, el colonialismo interno que siguió a la dominación española, cuya herencia de expoliación de las riquezas naturales se aplica puntualmente hasta el día de hoy. Que un aymara lleve sobre el pecho la bandera boliviana tiene por eso más importancia que la reivindicación histórica, imposible de consumar por el solo hecho de obtener el poder.

El dirigente cocalero enfrenta desde ahora mismo el riesgo de perder algunos apoyos que lo condujeron a la Presidencia. Un candidato en sus condiciones genera expectativas que no son cumplibles en todos los casos ni a la velocidad requerida. Por lo tanto, Morales podría quedar en situación semejante a la que enfrentaron sus inmediatos predecesores, cercados por movimientos sociales que actúan con una lógica diversa de la que rige a las instituciones gubernamentales, y que en amplia medida debe ceñir al nuevo presidente. Pero Morales está igualmente en situación de escapar de esa lógica, por su propia historia, por las necesidades sociales que conoce y a las que es sensible, y por el entorno internacional, que le es favorable.

Candidato también hace tres años, Morales fue llamado narcotraficante por el embajador norteamericano Manuel Rocha, a causa de la oposición del ahora aspirante victorioso a la erradicación de la coca, sobre todo la que se ha practicado en algunas épocas y zonas, sin miramiento alguno y a costa de la vida y la dignidad de miles de cultivadores que nada tienen que ver con el tráfico de estupefacientes, algunos de cuyos representantes en cambio llegaron a gobernar en Bolivia sin que Washington se escandalizara. El gobierno golpista de Luis García Meza, uno de los muchos espadones que asaltó el mando republicano, además de depredar a su nación, la dejó sujeta a las estructuras comerciales de la droga, que convenencieramente permanecen intactas cuando se pretende castigar la pobreza de los cocaleros con la supresión de su modo de vida,

Ese gobierno asesinó en 1980 a Marcelo Quiroga Santa Cruz, cuyo espíritu ha estado presente en la campaña de Morales. Hace treinta y tres años, como ministro de Energía, ese atildado y fino profesor universitario, dirigente socialista, fue autor de la nacionalización de los hidrocarburos, lo que le valió el exilio, una etapa que cumplió en Chile y en Argentina, de donde también tuvo que marcharse cuando la internacional de la represión se apoderó de esos países. Se refugió entonces en México, en cuya Universidad Nacional enseñó con fruto, y decidió volver a la lucha política en su país, al que ingresó en la clandestinidad y donde fue ultimado.

Morales ha insistido en que su propósito no es nacionalizar el gas y el petróleo, infinitamente más relevantes en la vida boliviana y de su vecindario que cuando Quiroga Santa Cruz modificó su régimen. Tal operación no es necesaria, aclara Morales, porque ya se realizó. Y las concesiones otorgadas a las empresas que ahora explotan esos recursos son susceptibles de modificación, como lo fueron apenas el año pasado durante la frágil Presidencia de Carlos Meza, el periodista que reemplazó a Gonzalo Sánchez de Losada, a quien no pesó llegar por segunda vez al Gobierno no obstante haber recibido menos de la cuarta parte de los votos emitidos en 2002.

El Presidente elegido anteayer cuenta con mucho mayor asentimiento social que el de aquel gobernante depuesto. Y si bien debe trabajar arduamente en satisfacer los requerimientos de sus electores, y en convencerlos de que no todo es posible, ese apoyo amplio lo pondrá en condiciones de aprovechar la circunstancia de su hora. Morales conoce el potencial de la movilización popular. Lo probó durante la guerra del agua, en Cochabamba, en que su liderazgo se amplió más allá de las reivindicaciones cocaleras y sirvió para derrotar una concesión que privatizaba el oro azul con grave perjuicio para la población.

Morales podrá conocer también los beneficios de la solidaridad internacional, especialmente la que le presten sus vecinos, que lo harán para favorecer el desarrollo de Bolivia y también para satisfacer sus propios intereses. No fue extraño que a invitación del presidente Eduardo Rodríguez, el juez principal de Bolivia que en la cresta de una crisis reemplazó hace un semestre a Meza, observara la elección del domingo una delegación del Mercosur. A las necesidades de integración sudamericana a que responde esa asociación le importa que su espacio geopolítico se amplíe, y al modo en que los hicieron los países europeos prósperos, los que pueden hacerlo impulsarán el potencial de los empobrecidos. Es preciso que la pereza mental, las inercias conservadoras no impongan su visión de que se trata de exportar la revolución. Es cierto, sin embargo, que el viejo eslogan, a menudo retórico o cuando mucho meramente voluntarista, hoy es una realidad: Bolivia no está sola.

(Los lectores de esta columna tendrán vacaciones hasta el próximo lunes, inclusive. Nos encontraremos de nuevo el martes 27).

Escrito en: Morales, Bolivia, ahora, Meza,

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