Editoriales

Calderón y Cameron

Carlos Fuentes

“Antes, usted era la juventud", le espetó David Cameron, flamante líder del Partido Conservador británico, al actual Primer Ministro Tony Blair, laborista. La perpetua sonrisa de Blair se le congeló. Blair ha cumplido 52 años. Cameron, apenas rebasa los 39. El escenario de este primer encuentro entre lo nuevo y lo viejo fue la venerable Cámara de los Comunes, cuya sesión de preguntas al Primer Ministro es, de lejos, el programa más entretenido de la televisión británica. Blair --agudeza, rapidez, a veces caradura, apego a las normas parlamentarias-- ha dominado a los Comunes desde que en 1997 el Partido Laborista dio fin al régimen conservador de la pugnaz Margaret Thatcher y de su muy gris sucesor, John Major.

La aparición de David Cameron envejeció súbitamente a Blair, del mismo modo que la juventud de Felipe Calderón envejece aún más a Roberto Madrazo. Cuando el candidato del PRI acusa a Calderón de "inmadurez", uno no puede sino pensar que Madrazo se pasa de "maduro". Y el producto final de la madurez se llama, si leemos bien al polaco Witold Gombrowicz, favorito autor de nuestro laureado Sergio Pitol, corrupción.

La juventud suele viajar con la etiqueta de la pureza. Tanto Cameron en Gran Bretaña como Calderón en México tienen esta suposición a su favor. Pero se trata, no de una presunción jure et de jure --por encima de toda sospecha-- sino juris tantum --mientras no se pruebe lo contrario--. Lo que llama la atención en ambos jóvenes dirigentes conservadores es no sólo la relativa novedad de sus propuestas, sino la distancia apreciable entre su neoconservadurismo y el paleoconservadurismo de sus antepasados. Para Calderón, el distanciamiento es a la vez más fácil y más difícil que para Cameron. El conservadurismo mexicano, que en los albores de la independencia representó una seria opción política representada por Lucas Alamán y la voluntad de ser independiente sin sacrificar trescientos años novohispanos, se mancilló a sí mismo primero con la oposición reaccionaria a las leyes liberales y luego, fatalmente, con su adhesión a la causa imperial y a la ocupación francesa. En el siglo XX, el conservadurismo persistió en su tenaz oposición a las leyes de la era revolucionaria, escenificó una cruenta guerra religiosa y demostró claras simpatías hacia los fascismos europeos.

Mucho menos pesada es la carga del conservadurismo británico. Winston Churchill, la más grande figura política del siglo pasado en el Reino Unido, era un conservador que salvó a su patria de la derrota ante la barbarie nazi. Cameron necesita poca artillería para distanciarse de Margaret Thatcher y de John Major. Si Major definía sus discursos pidiendo una vuelta al pasado, a los orígenes del conservadurismo, Cameron propone mirar sin lastres al porvenir. Si Thatcher despreciaba olímpicamente a la colectividad ("la sociedad no existe", dictaminó la Dama de Hierro) Cameron afirma que la sociedad existe y es a favor de ella que el nuevo programa conservador se vuelca: protección del medio ambiente, apoyo a los jefes de familia trabajadores, políticas favorables a la inmigración bajo los signos de la moderación y con clarividencia acerca de las aportaciones del trabajador migratorio en un ambiente de relaciones comunitarias y aprovechamiento de los servicios públicos.

Acaso la proposición más llamativa de Cameron sea la de distanciar al Partido Conservador de los medios empresariales que hasta ahora, dice el nuevo líder, han convertido al Partido Conservador en "portavoz del empresariado". Esto no implica un abandono sino un llamado a que los empresarios asuman responsabilidades en vez de esperar favores. Todo esto es parte de una audaz apuesta de Cameron: poner a Tony Blair contra la pared, estar de acuerdo con él si Blair se acerca a las propuestas de Cameron pero poner a Blair en apuros con el ala radical del laborismo, bastante distanciada ya del Primer Ministro a causa de la funesta Guerra de Irak.

Guerra por la cual votó, añado, David Cameron. Cal y arena: el nuevo líder "tory" pide mayor participación de las mujeres y de las minorías raciales en puestos del Gobierno pero se muestra tan euroescéptico como la mismísima Thatcher. Sabe, por lo demás, que el protagonismo político de Blair toca a su fin y que el verdadero opositor será Gordon Brown, el actual canciller del Tesoro. ¿En qué se diferencian Cameron y Brown? En que Brown habla del respeto a la iniciativa personal pero otorga al Estado la conducción general de la cosa pública. Cameron prefiere darle primacía a la iniciativa social allí donde el Estado no debe o no puede actuar. Matiz, pero importante matiz, revelador de que se han agotado políticamente las posturas extremas del estatismo de izquierda y del laissez-faire de derecha.

Lo cual nos reconduce al centro y a la batalla por fincar en el centro la victoria electoral. Para ello, un partido conservador (en México o en Inglaterra) tiene que mantener a raya a sus extremistas. El extremismo antisocial de Thatcher aún tiene seguidores, aunque débiles y viejos, en el Reino Unido. En cambio, el extremismo reaccionario mexicano encuentra cabal representación en el actual Gobierno y en la figura, nada menos, que del secretario de Gobernación Carlos Abascal. La intolerancia de Abascal (hablo por experiencia propia), su corporativismo de estirpe franquista y musoliniana, el caso omiso que hace del Estado laico celebrando beatificaciones eclesiásticas y santificaciones cristeras, demuestran que el más rancio cangrejismo conservador, el que asociamos con los enemigos de la Reforma y de la Revolución, los nostálgicos del Imperio y del Porfiriato, sigue vivito y coleando.

Tanto Cameron como Calderón sólo triunfarán electoralmente si persuaden al gran voto no partidista que vive en el centro de la sociedad. Cameron no tiene mucho trabajo en distanciarse de Thatcher y Major porque puede apoyarse en la tradición de Churchill. Calderón no puede permitir que se le asocie con un pasado reaccionario, clericalista y traidor que su propio partido, el PAN, ha superado gracias a una dura travesía del desierto, tal y como la describe puntualmente Soledad Loaeza. El PAN ha ganado respetabilidad democrática en la oposición al prolongado autoritarismo del PRI. La ha visto mermada por las inconsecuentes vaciladas y el desgaste pasivo en el paso por el poder a partir de diciembre del 2000. A Felipe Calderón le corresponde demostrar que el PAN no es pasado reaccionario y clerical sino porvenir progresista y Estado laico dentro del respeto a todas las iglesias.

Indico otra llamativa decisión de David Cameron. El dirigente británico ha declarado que formará comisiones de trabajo encabezadas por líderes conservadores pero abiertas a las ideas de la ciudadanía en general y muy particularmente a las de la oposición política laborista y liberal. Su propio programa será en gran medida, ha dicho, el de quienes no están de acuerdo con él. Advierto un tono semejante en declaraciones de Felipe Calderón cuando propone un gobierno de coalición y de ideas y personas reclutadas entre otros partidos y tendencias.

Escrito en: Cameron, Calderón, Blair, sino

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas