Editoriales

El desaliento

Gilberto serna

Estoy asustado. No es para menos. Estamos en medio de una crisis de valores. Esto, de seguir así, nos puede llevar a una catástrofe social. Hace unos días el hermano mayor de una familia coahuilense pagó dos mil dólares para que un “pollero” lo llevara adentro del territorio de la nación vecina. Los que terminan una carrera en universidades de mucho postín se encuentran con que no hay empleos. Tienen que aceptar trabajos en los que perciben un salario mísero con lo que no alcanza para cubrir la mensualidad de lo que adeudan a la casa de estudios quien les retiene la documentación que acredita que cursaron una carrera, hasta en tanto no cubran el costo de su preparación académica. Es justo porque de otra manera no hubieran obtenido la educación de calidad que se da en esas instituciones. Este país no tiene remedio. Los jóvenes están perdidos. Sus ideales se estrellan en la dura realidad. Lo peor es que los mayores hemos dejado caer los brazos diciendo: ¡qué se le va a hacer!

Algo huele mal. Hay en el ambiente político un hedor que amenaza con contaminar el ambiente de los jóvenes. Pronto habrá un nuevo presidente, no me hago ilusiones de que sea mejor que el actual. Hace muchos años se extravió el rumbo. Las clases que dirigen el país esperan que cualquiera que salga vencedor, el que sea, resulte uno de los suyos. Que continúe con la política económica que ha enriquecido a unos cuantos, como nunca antes, sin importarles que en contrapartida cada día que pasa haya más gente empobrecida. Los viejos se dejaron que, sin disparar un solo tiro, los tiempos volvieran al pasado. La buena noticia en la elección de presidente es que hay, por primera vez, la oportunidad de escoger. La mala es que no hay de dónde. Todos los candidatos recitan la cantinela de siempre, que de llegar a Los Pinos gobernarán en favor de los pobres. Lamento decirlo, a lo más que podrán aspirar es a que el presidente se retrate con ellos.

Lo terrible es que no hemos aprendido a leer las páginas de nuestra historia que han sido borradas para que los jóvenes no caigan en la cuenta de que nada ha cambiado. Hablar en estos días de la Revolución de 1910 es correr el peligro de ser tachado de anacrónico, a pesar de que nos están colocando entre la espada y la pared. Las nuevas generaciones de mexicanos están conscientes de que hacen algo o sus compañeros seguirán muriendo en el desierto de Arizona o en las turbulentas aguas del Río Bravo o de hambre en sus jacales. No podemos, no queremos quedarnos con los brazos cruzados. Hemos esperado el tiempo suficiente. Hay una frustración al ver cómo se corrompe a la juventud sin que nadie haga algo. No hace mucho un joven aparecía en las pantallas televisivas repitiendo frases hechas. Había aparente frescura en lo que decía, era de creérsele cuando afirmaba que era decente. No tardamos en darnos cuenta que en vez de eso actuaba como marioneta de sus patrones que poco después lo entregaron por algo más de treinta monedas en una componenda que hizo su agrupación, renunciando a lo que había conseguido con florida oratoria y un gasto millonario que se llevaron los medios electrónicos.

El dinero vuelve cínicos a los políticos. ¿Qué le pasa a la ciudadanía que cae fácilmente en la demagogia del primero que se exhibe sin ningún rubor repitiendo lo que le dicen que diga? No cabe duda de que a nuestro pueblo, a los que votan, les enceguece la demagogia o se ilusionan fácilmente. Se dejan llevar por quien eroga una fortuna para entrar en los hogares de los mexicanos con una labia aprendida en la mercadotecnia de quien vende un producto comercial. Eso, aquí y en cualquier parte, es evidente corrupción, desgraciadamente revela que los actuales candidatos a ocupar la Presidencia de la República tienen el destino en sus manos. Aprendiendo a pararse delante de una cámara de video prometiendo las perlas de la Virgen, con desfachatez del que sabe que nadie lo obligará a cumplir. Sabe que su futuro depende de lo que esté dispuesto a gastar. Gastar, gastar, gastar de eso están hechas las campañas de hoy en día. Aquí no vale aquello de que el que tiene más saliva come más pinole, es el que gasta más dinero el que tendrá más sufragios. Lo paradójico es que el dinero no es de los candidatos, ni siquiera de los partidos políticos, ni del Gobierno, sale de los bolsillos del contribuyente que es usted, que soy yo, que somos todos los ciudadanos. Así cualquiera se desalienta.

Escrito en: están, quien, dinero, cuenta

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas