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El temor de ir a la escuela

PADRES E HIJOS

El temor de ir a la escuela

El temor de ir a la escuela

IGNACIO ESPINOZA GODOY

Durante nuestra etapa de estudiantes, muchos de nosotros, seguramente, tuvimos uno o varios maestros (ya sea en preescolar, primaria, secundaria, bachillerato o hasta profesional) que se caracterizaban por su estilo peculiar de llamar de manera fuerte la atención a aquellos alumnos indisciplinados, rebeldes, distraídos, incumplidos con la tarea, impuntuales, peleoneros, respondones y todos aquellos cuyo comportamiento los sacara de sus casillas, por lo que había una serie de sanciones y castigos que generaba temor y hasta pavor en algunos pequeños y adolescentes al grado de preferir no asistir a la escuela por ese motivo.

Sin embargo, en nuestros tiempos de kínder, primaria y secundaria, los estudiantes no teníamos opción para quejarnos por el proceder de algunos maestros y maestras en cuanto a la forma en que hacían respetar ciertas normas de conducta dentro y fuera del salón (a la hora del recreo y del receso), por lo que había que soportar los castigos que aplicaban los profesores, ya que generalmente eran avalados por los padres de familia pues en ese entonces los progenitores tenían la firme convicción de que cualquier sanción impuesta por un docente contaba con todo el sustento que le daba el simple hecho de estar al frente de un grupo para hacer valer su autoridad.

En ese contexto, difícilmente se podía cuestionar la credibilidad y la capacidad de los maestros, de ahí que eran aislados los casos en los que procedía o se interponía una reclamación o queja por parte de algún padre de familia en torno a la aplicación de un castigo por determinada actitud o comportamiento de los alumnos, situación que, vale la pena comentarlo, sí derivó en muchas ocasiones en abusos y excesos por parte de algunos profesores, que se valían de toda clase de objetos para imponer las sanciones y que iban desde una regla de madera hasta una varita de árbol, las que dejaban caer generalmente sobre las manos o los glúteos.

Conviene precisar que hace varias décadas no existían las Comisiones de Derechos Humanos, por lo que, al menos a esas instancias, los padres de familia no podían recurrir para denunciar el maltrato hacia los alumnos, de ahí que el recurso más cercano era platicar, en primera instancia, con el director o directora de la escuela, o de plano algunos progenitores confrontaban personalmente al profesor o profesora que consideraban, a su juicio, que había sobrepasado los límites de un castigo "normal" al lastimar físicamente a su hijo o hija.

Actualmente, los padres de familia sabemos que existe la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), una dependencia a la que recurren no pocos progenitores y tutores cuando sienten que los docentes han abusado de su autoridad para castigar a sus hijos de una manera que piensan no es la adecuada al agredirlos física y verbalmente cuando hay otros métodos para llamar la atención y corregir algún acto de indisciplina dentro y fuera de las aulas. Sin embargo, sabemos que sí hay casos reales de maestros que se exceden en la magnitud de la sanción contra niños y adolescentes.

Esos episodios, que han derivado en violencia injustificada, también han dado como resultado escenas de agresiones verbales y físicas contra los maestros y maestras que en su momento no supieron manejar algún acto de indisciplina dentro del salón, a tal grado que se les salió de control y terminaron golpeando a aquellos estudiantes que transgredieron alguna norma interna del plantel educativo, lo cual, por supuesto, nunca se justificará con la aplicación de algún castigo físico si se p

Por ello, estimado lector, los padres de familia debemos estar muy atentos al comportamiento que observen nuestros hijos, si percibimos, por ejemplo, un cambio en su conducta o la negativa para asistir a la escuela, ya que el motivo para desear ausentarse puede ser más grave de lo que podemos imaginar, así que, en principio, no le restemos importancia al hecho de que nuestros pequeños rechacen la idea de no ir tajantemente a su centro educativo pues sólo ellos saben la magnitud del daño que pueden estar experimentando.

En estos casos, lo mejor es platicar con ellos en la intimidad del hogar para conocer las causas de su negativa para asistir a la escuela, y ya sabiendo a ciencia cierta el motivo tomar cartas en el asunto, como buscar el diálogo con el director del plantel para que sea él quien aborde el problema directamente con el maestro o maestra involucrado en el conflicto, y ya dependiendo de esa reunión veríamos si hay algún cambio positivo en el o la docente con respecto a su forma de conducirse hacia sus alumnos.

Desde luego, no está por demás recalcar que se descarta toda acción de reclamación o queja con el ánimo de agredir de cualquier manera al maestro o maestra motivo del problema, pues este crecería más y surgiría un conflicto mayor al que ya existe.

Lo mejor es buscar los recursos y las instancias adecuadas, para de esta manera resolver el problema y que nuestros hijos dejen de sentir ese miedo cada vez que les toque clase con ese maestro o maestra, pues la figura magisterial debe inspirar, ante todo, respeto, no temor ni rechazo.

Escrito en: Padres e hijos familia, maestros, algún, castigo

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