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La Divina Comedia, otras lecturas mexicanas

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La Divina Comedia, otras lecturas mexicanas

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ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

En la línea en que se inscriben los comentaristas mexicanos de Dante Alighieri vale la pena también recordar un libro aparecido en 1989, bajo el sello editorial de Harla (que sería bueno integrar, por cierto, al conjunto sobre el tema recabado años atrás por la Dra. María Pía Lamberti). Se trata de Dante visto por sus contemporáneos, del médico Federico Villaseñor Calderón (1905-1987). El volumen integra veinticinco narraciones en primera persona que describen con alguna base histórica, y a la vez mediante una bien lograda creación literaria –que técnicamente recuerda a las Vidas imaginarias de Marcel Schwob- la trayectoria del poeta italiano a partir del testimonio de sus padres. Brunetto Latini, Guido Cavalcanti, Gemma Donati, Cangrande della Scala…van componiendo el espléndido retrato existencial y artístico de Dante. La calidad prosística de Villaseñor, por lo demás disfrutable, merecería por sí sola la lectura reposada de su obra y una nueva y mejorada edición de la misma (tan modesta la presente como la del librito de Guisa y Acevedo, referida por la Dra. Lamberti). Sirva al menos una muestra de esta atrayente escritura, permitiándoseños la cita extensa:

Conocí a Dante cuando bogaba a deriva en el mar de sus pasiones. Tenía dieciocho años, y durante los últimos nueve, con obcecación enfermiza ya que ningún rapaz suele comportarse de ese modo- no había cesado de impulsar la barquichuela de sus emociones, contra viento y marea, sin timón ni gobierno, como él mismo expresara años después en versos. En su pasión insensata, no paró mientes en que había de compartirla con el legítimo poseedor de quien la inspiraba. Beatriz, en efecto, contrajo nupcias con Simón de Bardi, sin que mi amigo sofocara ante una situación como esa, el fuego de sus propósitos. El marido, por su parte, encogíase de hombros frente al tenaz asedio de poeta. (“Guido Cavalcanti”).

No me amó con pasión; pero llegó a quererme con delicada ternura. Eso me bastaba. Además, me dio la gloria de ser madre, y la más grande de todas: la de compartir sus cuitas y sus sueños, o sea que me brindó la oportunidad de vivir bajo el chorro de luz de su genio. Hasta me confió los primeros cuadernos de su obra sobre la vida ultraterrestre, escritos por su mano. Después de su destierro se los entregué a mi amigo Andrés Poge, que los envió al marqués Morello Malaspina, bajo cuyo amparo se hallaba a la sazón mi marido. Eran los borradores de los siete primeros cantos sobre los reinos sombríos de Lucifer… (“Gemma Donati”).

Y ya más propiamente en el ámbito del ensayo, sobresalen las líneas pergeñadas por don Ernesto de la Peña, si no estudios completos y autónomos, sí piezas significativas de tratados más amplios.

Reconocido al final de su vida con el premio internacional Marcelino Menéndez Pelayo, alta cifra del verdadero humanista ciencias, artes, filosofía, e incluso teología, dan lugar al eclecticismo de su producción literaria-, don Ernesto de la Peña fue sin duda el mejor lector de Dante en el México del siglo XX (por algo se le encomendaron las notas en la mencionada Enciclopedia Dantesca). Su devoción y dedicación al legado del ilustre poeta se observa asimismo en la importante colección de diversas y antiguas ediciones de la Divina Comedia que formaron parte –siguen formando- de su biblioteca particular, y que en la actualidad se pueden consultar en el Centro de Estudios de Historia de México Carso (Fundación Carlos Slim). Afición, enfatizo, que más allá de atesorar joyas bibliográficas, se decantaba luego en una encomiable suma de sabidurías. Como el capítulo “Los prados del universo. Los giros de la rosa mística” de libro La rosa transfigurada (FCE, 1999). Al repasar sus apuntes sobre el orbe dantesco, la pregunta parece tener lugar: ¿Por qué no nos dejó el eminente polígrafo una obra más acabada sobre el viaje literario del florentino, como sí lo hizo con Cervantes y Rabelais? En todo caso su veneración nos ha permitido al menos valorar algunas de sus huellas perdurables. Su análisis de la relación Beatriz-Virgen María y la rosa como símbolo arquitectónico y teológico del Paraíso es a la vez ilustrativo y fascinante. Por ello, la decena de hojas que el maestro dedicó a Dante son en mi opinión las mejores, a propósito del tema, de escritor mexicano… e incluso de otras latitudes. Señala, verbigracia:

La flor sagrada es el grandioso compendio, el símbolo visual de las concepciones del poeta, pero es también imagen inmutable, inamovible y eterna, del mundo espiritual. Morada de los santos, el cáliz floral es la expresión visible de sus virtudes, pero en la planta entera contemplamos una visión sintética de los diversos rostros de la humanidad, desde el pozo sin remedio del infierno, hasta el fuego purificador del purgatorio, que remata en la gloria polifónica del paraíso. Obra humana por antonomasia, al recorrerla sufrimos, en las espinas, tanto la punición de nuestras transgresiones como las angustias salvadoras de la ascesis y las privaciones; en la geografía del tallo, escueto algunas veces, otras rugoso, atravesado por sus propias austeridades punzantes, padecemos las alternancias de humildad y soberbia, extremos de las tentaciones sagradas.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Dante, rosa, obra, otras

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