Editoriales

Presente continuo con deseos Encuestitis aguda

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

La temporada invita a desear felicidad, paz y prosperidad. Empero, el gozne que vincula y articula esa tríada de anhelos con la posibilidad de alcanzarlos carece del perno de su realización. Sin esa bisagra aflora la amenaza de anular el futuro, haciendo del presente un tiempo continuo.

Si la felicidad deriva del estado en el cual las condiciones económicas y las relaciones sociales sostienen e impulsan el bienestar y el desarrollo nacional, hoy ese ánimo se identifica más con la tristeza. La moneda vuela, la inflación crece, la desigualdad aumenta y la atracción de inversiones se tambalea. En tal circunstancia, la prosperidad tiene el resuello de un sueño asfixiado.

Si la paz social es algo más que la ausencia de conflicto, y se distingue por la capacidad del Estado para garantizar los derechos y la dignidad de quienes caminan por la avenida donde confluyen el esfuerzo y la voluntad compartida de resolver civilizada y armoniosamente problemas y diferendos, tal estatuto no se advierte. En más de una ciudad o plaza no cuelgan adornos de temporada, sino cuerpos sin vida.

La violencia hoy es hábito con tinte de costumbre, donde las víctimas son símbolo del desencuentro nacional. La impunidad criminal y la pusilanimidad política marcan la rutina de muerte que ya no asombra ni sacude a quienes dicen representar a la ciudadanía y velar por ella. El número de muertos no empata con un Estado de derecho, sí con un Estado en guerra.

El puente entre la tristeza nacional, la intranquilidad social y la violencia criminal es la corrupción que hunde al país y le impide recolocar un horizonte distinto al de la descompostura y la degradación. La corrupción ante la cual zapatean de gusto los administradores cuando se enriquecen gracias a ella y ante la cual dan patadas de ahogado, cuando su eventual combate les presenta la cárcel como su próximo destino.

Sólo la mentira de quienes niegan el presente y prometen el futuro como el imperativo de permanecer en el poder a como dé lugar, explica el ansia por enviar buenos deseos sin alas. Fracasaron en la política y la economía, jugaron con ambas hasta anular un porvenir con bienestar y paz.

A lo largo de este siglo, la pregunta de cuándo y cómo se quebró el país yace sin respuesta. La única certeza es que la espiral de impunidad y pusilanimidad donde éste y los dos anteriores gobiernos insertaron a la nación aún no concluye. Y decir gobiernos es un decir.

No hay respuesta por parte de ellos ni una reflexión autocrítica, pero hay datos y prácticas que explican lo ocurrido.

La alternancia sin alternativa; la reducción de la democracia sólo al ámbito electoral; la victoria electoral sin desembocadura en la conquista del gobierno; el sobajamiento del ciudadano a la condición de elector; el relevo de los Poderes de la Unión sin renovarlos; la confusión entre poder y tener; la incertidumbre electoral sin conclusión en la certeza política; el ejercicio del no poder con ribetes imperiales; el pragmatismo rayano en el oportunismo político; el vicio de reformar y reformar la Constitución, sin diseñar bien ni cumplir sus leyes; la falta de políticas públicas transexenales acordadas y comprometidas; la aventura de declarar y continuar una guerra perdida de antemano... explican en parte lo ocurrido.

El abandono de la economía interna a partir de la cómoda expulsión de personas, la exportación de mercancías o la explotación brutal de recursos naturales; la vocación por administrar problemas sin resolverlos; la facilidad de impulsar reformas a partir de acuerdos cupulares sin necesidad de hacer política abierta e inclusiva; la vergonzante práctica del dogma neoliberal en la era del fin de las ideologías; la sobra de ocurrencias en sustitución de la falta de ideas... también explican lo sucedido.

La desbocada frivolidad de Vicente Fox, el primer populista antipopulista; la gana de Felipe Calderon de legitimarse a punta de bayoneta y convertir el territorio nacional en una fosa; y la decisión de Enrique Peña Nieto de no hacer un corte de caja de lo que recibía, de pretender transformar al país sin tomarlo mucho en cuenta ni prescindir de la corrupción como el lubricante de los arreglos y de rendirse al momento de perder la iniciativa política y ser descubierto en su debilidad trazan un vínculo entre las tres gestiones.

Una liga que, si no revela un acuerdo, sí marca una coincidencia profunda entre esas tres figuras, cabezas de administraciones fallidas y gobiernos ausentes: ninguna se propuso hacer de la alternancia una alternativa; confundieron el cambio de régimen con su continuidad; optaron por restaurar en vez de construir.

Quizá, por eso, su manifiesto repudio a Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador.

Pese a presentarse como los fabricantes y garantes del futuro, a las tres administraciones el presente las condena.

Ahí se explica por qué Fox, Calderón y Nieto respaldan a un simpatizante ayer del panismo y hoy del priismo. Ese cuadro, disfrazado de ciudadano sin ambición de poder ni interés por la política, les garantiza no exponer su fracaso ni ponerle rejas a su tranquilidad.

José Antonio Meade no tiene propuesta porque lo suyo es garantizar el continuismo. Encarna la última línea de defensa de un proyecto frustrado. Pueden los defensores, promotores y simpatizantes del presente continuo formular votos por la felicidad, la paz y la prosperidad que ellos mismos cancelaron.

Otro cantar se oye en las voces de la sociedad dispuesta a reconocer el presente sin renunciar al futuro.

El socavón Gerardo Ruiz

Concluye el año, un puente se ha tendido sobre el socavón del Paso Exprés de Cuernavaca y un puente de silencio sobre los responsables del agujero. A ver si resisten.

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Las encuestas electorales que se difunden, en su mayoría, tienen el propósito central de servir de propaganda a partidos y candidatos. No intentan informar -aunque en algunos casos reflejen la realidad- sino influir en el ánimo y en la opinión pública en esa búsqueda voraz por obtener el triunfo en las urnas que no repara en los medios ni en el daño que pudieran ocasionar. Se miente impúdicamente y al hacerlo, de paso, se colocan los cimientos del reclamo de fraude en caso de que las votaciones el día de la elección no les resulten favorables.

En teoría, el árbitro electoral debería impedir que se hiciera un mal uso de las encuestas, pero sabemos de las distancias que suelen separar a la teoría de la realidad concreta. Particularmente, en las redes sociales, lo que hay es una bacanal anárquica. Escudándose en el anonimato de supuestos medios alternativos, partidos políticos y candidatos difunden, literalmente, lo que les viene en gana sin importar un ápice si contravienen o no la ley.

El problema es la gente que en verdad llega a creer "lo que dicen" las encuestas. Desprovistos del conocimiento suficiente en torno a la metodología, sienten que están ante una verdad apodíctica que les garantiza el futuro y su definición. Pese a los múltiples ejemplos del carácter falible de esos instrumentos, que una y otra vez fracasan en la predicción de los resultados reales en las urnas, siguen comiéndose el cuento de que: "las encuestas nos favorecen".

Por supuesto no estoy diciendo que todas las encuestas sean diseñadas para engatusar a los incautos; realmente existen ejercicios rigurosos que parten de aceptar su función probabilística, es decir, no predictiva. Las encuestas verdaderamente serias iluminan una posibilidad y no una certeza. La mayoría de esos ejercicios de medición de la intención del voto nunca se publican porque su propósito es dotar de información a los equipos de campaña para que tomen decisiones que les permitan lograr mejores resultados. Pero, insisto, esas no suelen darse a conocer precisamente porque intentan hablar con la verdad.

De momento, a los ciudadanos nos toca ser escépticos: aunque nuestro líder supremo nos asegure que las encuestas lo colocan como virtual e inevitable ganador del próximo proceso electoral, tenemos que comprender que se encuentra en campaña y que tal afirmación es parte de la estrategia para ganar y sólo eso. Un síntoma más de la "encuestitis aguda" que vive el país.

Escrito en: Con/sinsentido encuestas, presente, poder, política

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