MI MEJOR AMIGO
No me pasa inadvertida
esta verdad singular:
yo he tenido que cargar
conmigo toda la vida.
Verdad incontrovertida
que con prendas de egoísmo
se disfraza de heroísmo;
pues hay que tener paciencia
para librar la existencia
cargando con uno mismo.
En ningún momento dejo
de ser yo mi compañía.
Y miro día tras día
al mismo hombre en el espejo.
Tal vez un poco más viejo
y un poco más arrugado.
Más inútil, más cansado,
más sordo, más soñoliento,
más distraído, más lento;
en resumen: más usado.
Pero hay algo singular
dentro de esta situación:
la costumbre da ocasión
para contemporizar.
Por ello he de confesar
que el tanto vivir conmigo
justifica lo que hoy digo
a modo de confidencia:
que a fuerza de convivencia
yo soy mi mejor amigo.
MINERO
Te vas a morir, minero.
Terminó el pequeño y triste
tiempo en que sólo fuiste
morador de un agujero.
Se puede expresar, empero,
una sentencia segura:
que en tu morada futura
no habrá mucha diferencia,
pues la mina fue en esencia
tu primera sepultura.
Ese fue tu triste sino:
al perforar socavones
fueron tus mismos pulmones
guarida del asesino.
Polvo caro...polvo fino...
polvo malo...polvo artero...
Y vas a morir, minero,
sin saber que quien te mata
es el polvo de la plata
que nunca fue tu dinero.
Florinda
Florinda Meza García,
Un nombre, es evidente,
que rima perfectamente
con la palabra “poesía”.
Buen principio, yo diría,
para iniciar el proyecto
de un poema sin defecto
y sin mácula, amén
de que el nombre es también
octasílabo perfecto.
Por si no fuera bastante,
está la palabra “linda”
para rimar con “Florinda”
en perfecta consonante.
Y de modo semejante,
sin alardes de proeza,
resulta obvio que “Meza”
a más de ser apellido,
es palabra que ha servido
para rimar con “belleza”.
Por tanto, sin más problemas,
la décima ya está
con la métrica que va
en semejantes poemas.
Mas ¿por qué tantas faenas?
si para hacer poesía
en realidad bastaría
con eliminar el resto
y escribir tan sólo esto:
“Florinda Meza García”.
EL GORDO Y EL FLACO
Con su atuendo de batalla,
corbata, bombín y saco,
llegan el Gordo y el Flaco,
dando brillo a la pantalla.
Entonces la risa estalla,
pero además se refleja,
que el público no festeja
tan sólo el esparcimiento,
sino también el talento
que resume la pareja.
Pues si el flaco se tropieza
no hay torpeza de su parte,
es el producto de un arte
que sublima la torpeza,
y con la misma destreza
tampoco el gordo fracasa,
cuando su flema retrasa
la ampulosa ceremonia,
con la sutil parsimonia
que es el sello de la casa.
Cómo gozamos aquellos
momentos inolvidables,
simultáneamente amables,
regocijantes y bellos,
y como aprendimos de
ellos,
la pausa justa y precisa,
del humorismo sin prisa.
Tiempo ritmo y cadencia,
en la sin par excelencia
del poema de la risa.