Kiosko

El verdadero fin del mundo

LETRAS DURANGUEÑAS

El verdadero fin del mundo

El verdadero fin del mundo

ZITA BARRAGÁN

El padre Eusebio dijo que el fin del mundo era inminente. Todos serían condenados por sus pecados y su falta de fe.

-Se va a acabar el mundo -repitió- pero aún hay salvación para unos cuantos; los que confíen en mí. Yo soy la luz y el camino. Si hacen lo que les indique salvarán sus almas e irán conmigo al Paraíso.

Dijo que la tierra y el cielo se juntarían al llegar el “falso atardecer” del mes de octubre. A este mundo sólo le quedaba un día de vida. Pero en Mogador las almas aún pueden salvarse.

Ivana McKenzie fue la elegida para preparar el veneno que habrían de tomar antes de mediodía. Sería también una forma de probar su fe, de la que el pastor había llegado a dudar al advertir en sus ojos grises, a la hora del sermón, un brillo de escepticismo.

-Se abrirá la tierra -advirtió el pastor-. Bolas de fuego abrasarán a todo ser viviente y después, llegará el diluvio, que barrerá de la tierra todo vestigio de vida, y el mundo quedará convertido en un desierto.

Al amanecer el día fatídico, los discípulos se prepararon para la partida. Abandonaron sus casas, llevándose solo algunos objetos de valor que deseaban conservar durante el viaje, y se reunieron en la pradera donde solían hacer oración. Se formaron en fila. Pasaron, en orden y con calma, ante la mesa en la que Ivana McKenzie servía en pequeños vasos y entregaba, una a una, las disis del veneno.

El resplandor rojizo del llamado “falso atardecer” comenzó a deslizarse, matizando la atmósfera del pueblo con su neblina púrpura. Era la hora. El pastor Eusebio dio la orden, con un grito enérgico y desgarrado. Entonces bebió de prisa el contenido de su vaso. Los demás hicieron lo mismo.

Ivana McKenzie miró a su alrededor. El sol de otoño parecía brillar más que nunca. La “nube morada” se había disipado y pudo ver en los cuerpos tendidos y dispersos por la pradera.

-En verdad se les acabó el mundo -murmuró-. Espero que el pastor me perdone por haber derramado, sin querer, mi vaso con la última dosis de veneno que quedaba.

-No fue mi culpa -pensó mientras caminaba de regreso a Mogador. Todo fue culpa del “falso atardecer” de octubre.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS mundo, “falso, atardecer”, tierra

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas