Siglo Nuevo

Ignacio Carrillo Prieto

Entrevista

Ignacio Carrillo Prieto

Ignacio Carrillo Prieto

Teresa Moreno y Pedro Villa

La tarde del 2 de octubre de 1968 en la plaza de las Tres Culturas hubo una confabulación criminal mezclada con los intereses políticos de Luis Echeverría Álvarez. Para lograr la candidatura presidencial, el entonces secretario de Gobernación urdió una trampa dirigida a crear confusión y “provocar”, con disparos de francotiradores, al Ejército. Se cometió un “genocidio” en contra de estudiantes y líderes del Consejo Nacional de Huelga (CNH) que se manifestaban en Tlatelolco, relata el ex fiscal para la Investigación de Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), Ignacio Carrillo Prieto.

Esa tarde, también se disparó “para dirimir la contienda presidencial, para desacreditar al Ejército y para que el entonces regente del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal, jamás fuera, ni él ni ningún otro militar, candidato a la Presidencia de la República”, revela Carrillo Prieto.

A poco más de una década de concluir su tarea en la fiscalía del pasado, considera que el error de la también llamada Comisión de la Verdad fue no conocer los acuerdos políticos del entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, y el ex presidente Vicente Fox.

En su casa, rodeado de fotografías y obras de arte, el académico del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, el primer y único fiscal para encontrar “la verdad del pasado” en México, cargo que ocupó entre enero de 2001 y noviembre de 2006, hace una pausa dentro de su retiro de la administración pública, ocurrido en 2011, tras un intento de inhabilitarlo para ocupar cargos por 11 años. En entrevista, dice esperar que el aniversario número 50 del “sacrificio juvenil” del 68 sirva para despertar a la nación de su letargo.

¿Qué pasó ese 2 de octubre? ¿Hubo una matanza?

Desde luego, un genocidio. Cuando se preparaba la resolución del conflicto, el autoritarismo le dijo al Consejo Nacional de Huelga (CNH) que iban a dialogar con ellos para tratar de encontrar una solución negociada al pliego petitorio, se tendió la trampa.

Un hombre deplorable, dañado, perturbado gravísimamente, que se refería a él mismo como “mi personal fealdad”, ese señor, el licenciado Gustavo Díaz Ordaz, estaba temeroso de algo que le había hablado al oído el ex secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, que Marcelino García Barragán y la cúpula del Ejército iban a intentar un golpe de Estado, o por lo menos que lo iban a deponer, encarcelar o exiliar, que peligraban muchas cosas.

Asustaron con eso a ese personaje lamentable de nuestra historia. Aconsejado por su secretario de Gobernación, con el miedo que tenía Echeverría a que el general Alfonso Corona del Rosal, regente de la Ciudad de México, pudiera acceder a la candidatura del PRI y a la Presidencia, junto con Luis Gutiérrez Oropeza, general de división y jefe del Estado Mayor Presidencial, urdieron la trampa y se confabularon para el crimen. Se trataba de contener a los muchachos para que no fuéramos a reunirnos, saliendo de ahí, a las asambleas del Poli y tratar de rescatarlo porque también estaba ocupado por el Ejército.

¿Cuál fue la hipótesis?

Entre el 2 y el 3 de octubre, elementos vestidos de civil del Estado Mayor Presidencial ocuparon los departamentos de la cuñada de Echeverría, situados en Tlatelolco, para provocar desde ahí una respuesta muy fácil de entender por el nerviosismo que había en todos. A estos lo que les interesaba era su maldita Olimpiada del 68, otro de los dobles discursos del Estado mexicano: afuera el candil, adentro la tiniebla. Lograron su cometido porque ante los disparos de los francotiradores, el Ejército contestó. En la confusión, hubo un conjunto de muertes cuyo número nunca logramos aclarar.

En la Estela de Tlatelolco están los que se han reconocido: no hay pruebas en el Semefo (Servicio Médico Forense), todo se desapareció.

Es el país de las desapariciones: desaparecen expedientes y personas. Ahí está la versión de Carlos Monsiváis y Carlos Montemayor de que el general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial y amiguísimo de Echeverría, le pide que sus “muchachos puedan bajar” en la madrugada del 3 de octubre. Los datos casan y por eso después pudimos elaborar la acusación por genocidio. Eso permitió que el Poder Judicial dictara el auto de formal prisión domiciliada durante dos años a Echeverría.

/media/top5/SNentreIcarrillo2.jpg

Foto: El Universal/Luis Cortés

¿Por qué se disparó a los jóvenes?

Para dirimir la contienda presidencial, para desacreditar al Ejército y que Corona del Rosal jamás fuera, ni él ni ningún otro militar, candidato a la Presidencia, para decir: “¡Aguas!, porque el Ejército puede dar un golpe de Estado”.

Díaz Ordaz temía al golpe de Estado. Otras versiones señalan que se pensaba que los estudiantes podrían sacar al presidente...

Lo que ocurrió en la cúpula fue el gran temor, inventado y soplado por Echeverría, la ambición desmedida, esa ambición de poder que lo llevó a urdir, a él y a su grupo, este asunto. Echeverría es una memoria lamentable y, sin embargo, tiene sus luces y buenas.

Urdió la matanza de Tlatelolco...

Como Presidente de la República es el autor de la Guerra Sucia. No solamente se le carga el 10 de junio (El Halconazo) sino las atrocidades cometidas sobretodo en la sierra de Guerrero. Es el maestro de la desaparición forzada, de la tortura, de la inhumación clandestina y la ejecución extraoficial. Él soltó al Ejército y le dio permiso para matar.

¿Echeverría urdió y Gustavo Díaz Ordaz dio la orden?

No. Nadie dio una orden, es decir, Luis Gutiérrez Oropeza y Echeverría quedaron de acuerdo en la estrategia: provocar al Ejército.

Suena a que está exonerando a Díaz Ordaz, el villano de la historia desde hace 50 años...

Desde luego. Son de él la ocupación del Ejército en Ciudad Universitaria y el bazucazo (en la Escuela Nacional Preparatoria 1), pero eso de Tlatelolco no es de él. Es muy fácil hacer a Díaz Ordaz el culpable perpetuo de este asunto. Era facilísimo: un hombre tan feo, aunque parezca una frivolidad, era muy fácil endilgarle a él todo. Además, la soberbia de ese hombre al decir: “Asumo la responsabilidad jurídica, política, moral e histórica de los hechos del 2 de octubre” con tal de salvar todo.

Echeverría tuvo dos años de condena, ¿fueron suficientes?

Desde luego que no, pero no se puede esperar menos en un país donde el Poder Judicial no existe.

¿Cuál es la cifra más cercana al verdadero número de muertos del 2 de octubre?

En la fiscalía fue algo muy complicado de determinar, pero, por supuesto, la cifra supera la de la Estela de Tlatelolco sin llegar a los 100. No importa nunca el número, con uno, con un muerto hubiera sido reprochable.

/media/top5/SNentreIcarrillo2.jpg

Foto: El Universal/Luis Cortés

Pero en Tlatelolco, ¿hubo genocidio?

Sí, además, forma parte de una cadena. Tlatelolco se une al 10 de junio y a la desaparición forzada, a la Guerra Sucia en Guerrero. Los hechos están de alguna manera concatenados. Hubo una voluntad sistemática continuada de acabar con la oposición política, armada o no.

Si los culpables ya están muertos, ¿cómo podría hacerse justicia?

Primero, establecer ministerialmente la verdad de los hechos. Como no puede haber la aplicación del reproche penal por esa razón, está la reparación del daño. Mis compañeros, hay algunos que viven, que sufrieron la prisión de Lecumberri.

¿Existen aún elementos para dar justicia en este caso y volver a juzgar a Echeverría?

Nacionales no, internacionales sí. Debió ser juzgado por la Corte Interamericana de San José, Costa Rica.

¿La fiscalía fue una simulación?

No. Fue un expediente que un hombre ingenuo y de buena fe, con un grupo, tomó y procuró usar para cumplir el cometido de la ley. El error fue no haberle preguntado a Santiago Creel cómo estaban los acuerdos políticos para este tema, el grado de compromiso; no haberle preguntado a Fox hasta dónde quería llegar... hasta que me di cuenta de que no quería llegar a nada. Lo que sí fue una simulación fue el apoyo del poder público a la fiscalía.

¿Quién frenó a la fiscalía? ¿Vicente Fox? ¿Elba Esther Gordillo?

Todos, bueno, Elba Esther Gordillo, Fox, Felipe Calderón, después.

¿Es necesario crear una fiscalía a 50 años de distancia?

Es preciso recobrar un mandato que no es el de un nombre o un grupo: el mandato de la ley por la verdad y justicia. Si no hay eso, seguiremos viviendo sobre una trampa, en una mentira, y nada bueno se puede edificar sobre la mentira

¿Cree que en algún momento se conocerá fehacientemente qué fue lo que pasó?

¡Claro! ¿O no somos hombres y mujeres con razón y corazón?

A 50 años, ¿hay que perdonar?

No se puede perdonar. ¿Qué vas a perdonar? ¿Qué perdonas si no sabes qué? ¿A quién perdonas si no hay responsables?

¿Todavía existen los expedientes para retomar la investigación?

No sé. Yo entregué todo a Javier Laynez Potisek. No sé qué hizo él.

¿Es posible que el Ejército haya desaparecido los expedientes?

Sería gravísimo, pero es posible.

¿Qué pensó cuando supo que Echeverría estaba internado por problemas de salud?

Lo lamenté muchísimo. Pensé: “Además de los demonios que te han de asaltar en las noches, los fantasmas que han de poblar tus insomnios, ahora no puedes respirar bien... y estás muy viejo, compañero Echeverría”.

¿Lo que no pagó en la cárcel lo está pagando?

No ha de ser fácil vivir, ya viejo y débil, con un reproche así.

¿Se siente satisfecho?

No podría. Lo importante es que si la sociedad mexicana se siente insatisfecha que despierte de su letargo. En la amnesia y en el olvido no hay nada que cosechar. Sólo se obtiene negar la realidad. Es hora de revisar lo que estamos haciendo. Esa preferencia por la seguridad antes que cualquier otra cosa, no.

¿Se refiere a la Ley de Seguridad Interior?

Es una Ley de Seguridad Interior que es una amenaza a las libertades públicas mexicanas y que debe ser rechazada con todo rigor. A quien más se va a lastimar va a ser al Ejército. Los civiles que no saben hacer su tarea recurren al último expediente que tienen para sacar el problema y es muy claro que se trata de preventores para una intervención militar en las elecciones de 2018.

Con esa ley, ¿puede haber los elementos para que se repita Tlatelolco?

Tenemos Tlatlaya, Tanhuato, Ayotzinapa. Digamos que la típica intervención militar, Tlatlaya, sí se puede repetir, pero en centuplicado.

Escrito en: Ejército, Echeverría, Luis, secretario

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Siglo Nuevo

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas