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Caminata de dos decrepitudes

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Caminata de dos decrepitudes

Caminata de dos decrepitudes

Saúl Rosales

Entre observaciones, reflexiones y recuerdos camino contra la hipertensión, el colesterol y la prolongada agonía de la vejez.

Una caminata que, según criterio de cada médico, debe ser de 15, 30, 40 o 60 minutos, se le receta al hipertenso y al colesterólico. Y también según cada médico, debe ser diaria, un día sí y un día no, o, según cada uno de ellos, se puede perdonar sábado y domingo.

Pero, a fin de cuentas, no debe cesar el ejercicio de Beethoven, Kant y Jhonny Walker, famosos por sus caminatas aparte de sus valiosos méritos como músico el primero, como autor de la Crítica de la razón pura el segundo y el tercero por el rico elíxir de sus botellas.

Para no oxidarse o, más bien, para controlar la hipertensión, el colesterol y demás males que acompañan la mucha edad y la inevitable decrepitud debe pues imitarse a aquellos andarines en lo de practicar el noble ejercicio de desplazarse con el peso del cuerpo sobre los pies, sin correr.

En el cumplimiento de la prescripción médica, y tratando de alargar la agonía que es la vejez, salgo de mi casa no a un gym (así, con ridícula ye intermedia), sino a la ciudad decrépita, a sus calles sucias, a sus banquetas desastradas, a su pavimento leproso y a sus aires aciagos cargados de contaminación.

A unos pasos me encuentro una fragante fuente de aguas negras que no la quisieran las ninfas de la mitología para morir en ellas; en la banqueta de enfrente se integra al panorama urbano un charco, laguna azul de espejeante líquido escapado a los intestinos de la ciudad.

Pero no sólo los registros banqueteros surten de infestaciones nuestra salud, en el centro o en las orillas de cualquier calle las aguas negras rompen el pavimento y fluyen con la alegría de la liberación. Hacia el subsuelo, han de ir fracturando las capas geológicas en un fracking que las deja obedecer el llamado del centro de la tierra integrándose al flujo de los ríos y a los asentamientos subterráneos de agua.

En una ruta que me he trazado zigzagueante para completar los cuarenta minutos paso de mi barrio proletario a la Ampliación Los Angeles rumbo a la Plaza del Eco. Allá son similares las infestaciones del suelo y del aire; obvio, también las del subsuelo.

La corteza urbanizada en ambos andurriales soporta y aporta para nuestra salud un moteado colorido que va del ocre al negro de fecalismo canino. Las pandillas perrunas del barrio igual que los paseantes canes de correas limitadas o extensibles contaminan el suelo y el aire.

Entre observaciones, reflexiones y recuerdos camino contra la hipertensión, el colesterol y la prolongada agonía de la vejez. En la escalinata de un templo católico (cerca se alza uno mormón) alguna vez una mujer me sacudió el corazón con su sonrisa y aceleró la huida de mi timidez.

Medito y medito sobre la decrepitud de la ciudad en esta fecunda parte de suelo que recibió abundantes fertilizantes con que la rociaron cuando era campos de algodón; miró a quienes riegan jardines hasta en los días que llueve. Desde la plaza una bomba urbana de agua presiona con abundancia las tuberías.

Llego a la Plaza del Eco. Por su banqueta, paseantes, atletas y andarines circulan en flujo a la derecha; yo, por supuesto, camino hacia la izquierda y aquí no tiene nada que ver que la colonia fértil se ubique en un distrito cuyos ciudadanos votan principalmente por la derecha.

Mientras fatigo los tradicionales convers a veces me viene a la mente una cuarteta de Ruiz de Alarcón: Quien vive sin ser sentido / quien sólo el número aumenta / y hace lo que todos hacen / en qué difiere de bestia.

O aquella hermosísima aria de la ópera Norma: Casta diosa que plateas / estas ancestrales plantas sagradas / vuelve a nosotros tu hermoso rostro / sin nubes y sin velos. // Templa oh diosa / templa tú los corazones ardientes / templa aun el celo audaz / derrama sobre la tierra aquella paz / que haces reinar en el cielo.

Escrito en: debe, cada, camino, hipertensión,

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