Editoriales

El candidato ideal

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Está fuera de duda, el grupo encabezado por Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray ganó la candidatura presidencial sin hacer concesiones a otros grupos o corrientes tricolores... Falta ahora saber si, tras la postulación de "su" candidato, ese grupo conserva o no la Presidencia de la República.

En cierto modo, Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray jugaron y juegan a reelegirse a través de interpósita persona, a partir de un triple interés: cuidarse las espaldas, asegurar cuotas y parcelas de poder, así como garantizar el continuismo de las reformas emprendidas.

Alguien capaz de cuidarlos, dispuesto a compartir el poder y convencido de lo reformado, no era fácil de encontrar. Todo político heredero, ansioso por configurar su propio estilo, siempre honra a su padrino hasta cierto punto y, apenas puede, intenta sacudirse el peso de su cuerpo o sombra.

Así, se optó no por quien mejor registro tenía entre la militancia del partido y la preferencia del electorado, sino por quien tenía la mayor confianza del grupo priista empoderado. Sobre la base del objetivo, se requería de un político poco avezado y sin demasiadas ligas dentro y fuera del partido; un administrador eficaz, pero flexible o laxo ante sus compañeros; un buen técnico, obediente... alguien aceptable para la ciudadanía.

La reforma con dedicatoria de los estatutos tricolores dejó ver que José Antonio Meade tenía posibilidades de ser ese candidato ideal.

Sin conocer el calibre de las ambiciones y las presiones de los otros precandidatos tricolores, quizá, en las vísperas del destape, el presidente de la República haya sopesado una y otra vez si José Antonio Meade era el hombre indicado.

Quizá, ahí, se explica el pre-destape de Meade hecho por Luis Videgaray. El canciller quería asegurar la postulación de aquel cuadro, sin dar margen de duda al mandatario ante quienes se sentían con mayor empaque político y derecho partidista a eventualmente sucederlo.

A lo mejor, así, se explica eso, como también la cómoda postura y posición del candidato tricolor que, ocupando el tercer sitio en las preferencias electorales, no sufre ni se acongoja. Embiste sin fuerza. Perora sin emoción. Usa recursos oratorios elementales. No formula propuestas porque en lo sustancial está de acuerdo con lo hecho y lo demás es accesorio. Pronuncia malas palabras con el candor de quien nunca las utiliza. No hace deslindes, porque no es distinto a sus patrocinadores. No comanda la campaña, porque sabe que no es suya.

José Antonio Meade se guarece sin apuro en la sombra del poder.

El nudo gordiano de la postulación de José Antonio Meade no es fácil de desatar.

El candidato cumple los requisitos del grupo hegemónico tricolor, pero no los del conjunto de la élite del partido. Obviamente, esa élite se siente maltratada. Desplazada por un advenedizo; desconsiderada en los otros círculos de inclusión y participación, por los colaboradores y los cómplices a quienes el grupo empoderado quiere dar juego o protección; y humillada por los panistas condecorados como estrategas por el simpatizante del partido.

En tal condición, dejar a la maquinaria del partido la tarea de catapultar a la residencia de Los Pinos al candidato ungido no es cosa de tronar los dedos. La maquinaria cruje y pasa aceite desde hace tiempo y se sobrecalienta con inaudita rapidez y, en el colmo de la adversidad, los operadores quieren ver el tamaño de la recompensa por echarla a andar. Por lo demás, el estado mayor de la campaña desconoce los engranajes de esa maquinaria y menos aún sabe conducirla.

En tal circunstancia, el grupo hegemónico tricolor está dando palos de ciego, pero no en el partido sino en la administración. Palos que revelan una firme decisión y un terrible miedo: ganar a como dé lugar sin dimensionar el nivel del malestar social o perder habiendo elevado demasiado el costo.

En el apuro de impulsar a un simpatizante sin arraigo partidista y de advertir debilidad en el tricolor, tanto la administración como el partido están echando mano de instituciones y procesos oficiales para intentar reposicionar a su abanderado, jugando incluso con políticas públicas fundamentales y tratando de ajustar el calendario a sus tiempos.

Abren y cierran carpetas de investigación a conveniencia. Piden a Donald Trump no entrometerse en las elecciones, pero no dejar de hacerlo a la Organización de Estados Americanos. Quieren cobijar a sus mejores cuadros en el Congreso, sin descobijar a los peores. Incorporan la cárcel como parte de la arena política, pero les da miedo verse en ella. Condenan afuera la persecución de los adversarios, pero la practican dentro. Veneran las reformas, sin advertir defectos. Titubean ante la posibilidad de acelerar, frenar o romper la renegociación del Tratado de Libre Comercio. Piden respeto a las instituciones, pero negocian asuntos nacionales por vías alternas. Juran estar resueltos a combatir la corrupción más adelante, siempre y cuando ninguno de ellos salga malherido.

Difícil calcular el daño provocado al aparato de justicia, a la diplomacia ante Estados Unidos y la región, a la capacidad negociadora del Tratado e, incluso, al régimen de partidos en favor de su candidato. Difícil determinar cuánto de la inestabilidad prevaleciente viene de adentro.

El grupo hegemónico tricolor ganó la candidatura, pero los aterra perder la Presidencia con tanto agravio cometido y, en el apuro, el candidato ideal no da muestras de serlo.

El socavón Gerardo Ruiz

El empeño puesto en la campaña para restañar su imagen y fama pública dejará ver mañana el resultado. En horas, se sabrá si el secretario Gerardo Ruiz tendrá o no fuero, aun cuando él niega andar detrás de una candidatura.

[email protected]

Escrito en: Sobreaviso grupo, candidato, Meade, Antonio

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas