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Niño rico, niño pobre

Opinión - Miscelánea

Niño rico, niño pobre

Niño rico, niño pobre

Adela Celorio

La inhibición de nacimientos se ha vuelto crítica en algunos países europeos, donde es alarmante el porcentaje de jóvenes cómodos en su soltería.

Es más fácil cambiar de niño que cambiarle el pañal. — Germán Dehesa

Antes, las parejas se casaban y pues, los hijos que Dios quisiera. Después de los desvelos que causaba a la madre novata el arribo del primer bebé, los hermanitos llegaban sin sobresaltos. Cada niño era una bendición. Además, llegaba con su torta bajo el brazo por lo que no había de qué preocuparse. En pocos años la casa se convertía en un bullicio de pañales y biberones.

Los hijos, alrededor de la mesa, eran como retoños de olivo hasta que iniciaban su periplo escolar donde, sin problemas de “déficit de atención” o “trastornos de ansiedad”, simplemente se les clasificaba como aplicados o burros. La diversión extra-escolar dependía de la imaginación y de la capacidad de cada niño para socializar con los compañeros de escuela y, muy importante, con los vecinos de la calle. Compartir la bici, los patines, la paleta. Saltar el “avión”, corretearse, esconderse, enamorarse. Volver a casa con las rodillas y los codos raspados formaba parte del crecimiento. “Sana sana colita de rana, si no sanas hoy sanarás mañana”, decía mamá mientras aplicaba tintura de merthiolate en la herida. Si ésta era profunda, bastaban dos curitas para el remiendo.

La preocupación por el número de hijos comenzó a despertarse allá por los sesenta del siglo pasado, maravilloso período en que las jovencitas bailábamos a go-go en minifalda. Si la memoria me es fiel, en la década siguiente el presidente Echeverría, quien había procreado ocho hijos con la compañera María Esther, decretó aquello de: “La familia pequeña vive mejor”. El mensaje del presidente coincidió con la aparición de la píldora, al menos entre la gente de ciudad y con una mediana educación; la producción niñícola comenzó a declinar. Uno o dos hijos por pareja que, con más frecuencia cada día, sólo llegan cuando el reloj biológico de ellas inicia la cuenta regresiva.

La inhibición de nacimientos se ha vuelto crítica en algunos países europeos, donde es alarmante el porcentaje de jóvenes cómodos en su soltería. Haciendo el papel de casamentero, el gobierno chino se ha visto en la necesidad de crear escuelas de “Educación emocional para enamorarse” cuyo objetivo es atender a mujeres y hombres “quedados”, que ya rondan los treinta años de edad y no han tenido una relación sentimental porque prefieren disfrutar de su juventud, viajar y ver el mundo sin el compromiso del matrimonio y, por supuesto, sin hijos.

Imagino que ante la extinción de las familias numerosas, los niños de hoy son sobrevaluados, sobreprotegidos y catatónicos. Niños que ante la imposibilidad de jugar con los amigos en la calle, donde acecha la contaminación, la delincuencia, las drogas, la violencia (acabo de enterarme de que en las escuelas de Chilpancingo, en Guerrero, los alumnos reciben adiestramiento para sobrevivir a los tiroteos. Al grito de ¡Villamelón! todos deben tirarse al suelo y cubrirse la cabeza con las manos. “Se acabó el Villamelón”, dice la maestra cuando termina el simulacro y los chiquillos vuelven a sus lugares para continuar con las clases), se quedan en casa, donde a través de la computadora o el imprescindible celular, conocen el mundo y se conectan con miles de amigos virtuales.

Sólo nos queda esperar que sus relaciones digitales no resulten más peligrosas que la calle. Hasta aquí me he referido a los niños que viven en la ciudad y pertenecen a una clase media privilegiada; pero no quiero terminar esta nota sin amargar el Día del Niño, recordándole a usted, pacientísimo lector que ha llegado hasta aquí, el desafortunado hecho de que mientras gastamos millonadas en contaminantes y anodinas campañas electorales, según UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), en nuestro país existen cuatro millones de niños y adolescentes entre tres y diecisiete años, que nunca han ido a la escuela. Se lo dejo de tarea.

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