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La maestra Ofelia Casas de Arenas (literarias)

LETRAS DURANGUEÑAS

La maestra Ofelia Casas de Arenas (literarias)

La maestra Ofelia Casas de Arenas (literarias)

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Por varios años la maestra Ofelia Casas de Arenas fue compañera nuestra en el taller literario de los sábados (hasta que sus condiciones de salud se lo perimitieron), que con presunción hemos llamado -con razón o sin ella- de alto nivel, y no precisamente porque ahora se halle en un piso de la Biblioteca Central, ubicada como todos sabemos en la cumbre del cerrito del Calvario.

Con su jovialidad de muchacha eterna, doña Ofelia también nombrada “Ofe” por sus amistadas más cercanasse fue ganando el afecto de todos. Fue la primera reina del grupo literario.

Sabíamos que ella, nuestra homenajeada, contaba cuenta, digo- asimismo con el aprecio de otras agrupaciones de escritores, que su vocación artística no se limitaba a la escritura, sino que -llena de vida, como siempre- se daba a la entusiasta enseñanza de la danza, teniendo como centro de sus más fieles compromisos la carrera de profesora, la generosidad de la impartición educativa.

Porque vale la pena recordar aquí que hace ya algún tiempo, la maestra Ofelia se inició en la docencia como auxiliar de grupo en el jardín de niños “Benito Juárez” de la ciudad de Gómez Palacio, y que después, instalada en la ciudad de Durango, desempeñó sus tareas en no pocos centros escolares de la entidad. Destacando algo que no se debe dejar de lado: su sensibilidad por acudir a trabajar en espacios marginales, en varios lugares inhóspitos de la periferia. Una trayectoria ejemplar que comienza y se mantiene, pues, cercana a la niñez, incluso desarrollando actividades en el Tribunal para Menores.

Son muchos años dedicados a la enseñanza, subrayemos, los que ha acompañado con sus infatigables labores culturales. Baile, teatro, promotora musical. Con sinceridad y gratitud, por cierto, no olvida las lecciones aprendidas de dramaturgos como Salvador Téllez Girón y Miguel Ángel Oloño, a las que se suma su tarea como directora de obras del reconocido Antonio González Caballero.

Animada por sus recuerdos e imaginaciones, en el año 2005 nuestra amiga en las letras publicó el libro de relatos “Así les gusta” (SEPDurango), un colorido conjunto de estampas rurales, que recrean algunas de las costumbres típicamente mexicanas. Escenas cotidianas, aventuras que lo mismo recobran la pasión amorosa que la violencia ancestral, llevan la marca de su autora: la alegría por el milagro de existir. Hombres y mujeres del valle y la montaña, tratando de ampararse en el amor, en la ilusión, en medio de los desengaños y fracasos inevitables. Son historias contadas con una notable característica: el don de la palabra oral. Se oyen los personajes en su dimensión acústica auténtica. Y se escucha de igual manera el mundo lírico que los motiva. Son seres que cantan:

“…pajarillo barranqueño, que cantas en esa higuera, anda dile que no cante, que espere a que yo me muera”, o “Pregúntale a las estrellas, si por las noches me ven llorar, pregúntale a manso río, si el llanto mío, lo ven correr…”. Y otra más; “Si llega la lluvia/ bañando los campos/ hace cantar al río/ se oyen los trinos/ de las aves, / y si el relámpago/ asusta a los peces colorados/ mañana volverá a salir/ el soool/ el soool”.

Entre los placeres y los dolores propios del destino, se despliega la sencillez del entorno natural, como un telón de fondo que contrasta y complementa lo humano, como en el caso del profesor que avanzaba por el camino en su automóvil. Lo reseña así la autora, con atrayente voz narrativa:

“Había pasado más de medio día, el maestro Vinicio inició el recorrido de regreso. Fatigado y con traje ajado, resolvió hacer un alto en el pueblo La Perseverancia, disfrutaría allí del hermoso paisaje de las huertas en plena floración. Además tomaría un buen vaso de vino. En contra esquina de la iglesia del lugar se encontraba el restaurante La Chacha, cuya dueña era doña Altagracia, una mujer plana de todas partes de su cuerpo, exceptuando la nariz.”

Ya sabremos, más adelante que al personaje se le ha aparecido a la orilla de la carretera una mujer de un siglo antes, según se lee en una tumba:

“Clemencia, ángel de amor, te fuiste a morar al reino del Señor. 1845-1865”.

Y disculpen ustedes, que me he acordado del hombre aquel al que en su lecho de muerte, le decía el sacerdote con su bella impronta evangélica, para consolarlo y darle esperanza: “Hijo mío, alégrate que hoy mismo estarás en la casa del Señor. A lo que apenas le alcanzó a contestar el moribundo: “No, Padre, le agradezco, pero para estar a gusto, yo nada más en mi propia casa.”

Prosigamos, con más seriedad. Y revistemos la vida y la muerte de Pancho Villa, como lo reseña nuestra celebrada en su novela corta “La emboscada”. Es, por ello, su personal contribución al que todavía es el mexicano más universal: “El centauro del norte”. Comparando los dos libros de referencia, se observa una mayor fluidez en el segundo. Los diálogos, eso sí, son tan naturales como en el primero, y alternados con esos trazos de los ambientes muy bien logrados, lo que hace de su lectura una experiencia por lo demás agradable, fundamentalmente por su equilibrado ritmo, con ese toque que regresa al interior sentimental de los personajes. “En esa noche cerrada –señala este libro-, la tempestad abatía los matojos, revolviendo arroyos, acrecentando los ríos, llenando de zozobra el alma de los hombres. Los rayos caían uno tras otro, sin dar respiro, iluminando todo casi tan clarito como si fuera de día, nomás se estremecían los campos.

Poco a poco y según pasaba el tiempo, los truenos fueros diluyéndose en lejanos ecos, hasta que dejaron de oírse, convirtiéndose en meros sonidos a la distancia, como voces apagadas. La lluvia amainó al llegar la madrugada, acompañada de una gran calma. Sólo se escuchaba el rumor de las gotas de agua resbalando por las ramas y el aislado chapoteo de las ranas.” “La emboscada” es un relato que merece, por supuesto, una lectura más atenta.

Y llegamos a la obra que hoy ve su luz editorial, de la cual se harán los comentarios pertinentes por parte del estimado y excelente lector Úrsulo Hernández Camargo. Sin embargo, permítanme decir al menos que en “Venganza roja” (2018) encontramos una mayor ambición literaria que en los escritos anteriores. Junto a las señales conocidas de autoría –situaciones vernáculas, intermitencias del canto popular, anécdotas acerca de peripecias campiranas- son visibles otros rasgos de una mejor hechura literaria: epígrafes adecuados, cambio de voces relatoras, inserción de diálogos en el mismo discurso narrativo, entre más rasgos técnicos. Siguiendo sus apellidos, ella ha logrado construir unas casas de arenas más bellas, más firmes. Enhorabuena, en síntesis, por la continuación de una obra.

Termino. Ya es un lugar común aquello de Gabriel García Márquez en el sentido de que se escribe para que a uno lo quieran más. No sabemos si la maestra Ofelia Casas de Arenas estará de acuerdo con la frase del Premio Nobel, pero de lo que sí estamos seguros nosotros es de que a ella, con libros o sin libros, las muestras de cariño se le continúan multiplicando en su persona. Por su don de gentes, su humanidad siempre cristalina y su irrenunciable vigor ante la vida, estas muestras de cariño permanentes, son las que de verdad merece. (Palabras a propósito del homenaje de referencia, ocurrido el pasado 4 de mayo en el Museo Nacional Francisco Villa de nuestra ciudad).

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS nuestra, Ofelia, maestra, Casas

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