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Sin dientes

DENISE DRESSER

DENISE DRESSER

Qué dolor, qué rabia, qué impotencia después de ver el magnífico documental Hasta los dientes, sobre la ejecución de dos estudiantes del Tec de Monterrey por el Ejército. Una historia de tantas que ocurren a diario, de "daños colaterales" a manos de militares. De Fuerzas Armadas en las calles donde no deberían estar, haciendo tareas que no les corresponden. De militares en confrontaciones con civiles, matando inocentes a los que después tachan de culpables. En las calles de Monterrey, en las calles de Nuevo Laredo, en las calles de Iguala, en una carretera cualquiera, militares disparando sin ton ni son. Matando mexicanos, persiguiendo estudiantes, asesinando familias, alterando escenas del crimen, resguardándose en la justicia militar. El Ejército, victimario y también víctima de una guerra que se le exigió pelear, y que nunca podrá ganar.

Mientras la pelea de mala manera. Lo que ocurrió esa noche fatídica en Monterrey tan sólo evidencia lo que ya sabemos pero no corregimos. El Ejército no está preparado para enfrentamientos con el crimen organizado cuando hay civiles de por medio, cuando los operativos ocurren en zonas urbanas, cuando se le da la orden de ultimar en vez de capturar. Esa noche no resguarda la zona de la confrontación, no da órdenes de acordonar el área, no sabe actuar como policía que persigue. Los mandos pierden el control de la situación y envían a militares a una universidad, donde les disparan por la espalda a dos jóvenes inocentes. Y al darse cuenta de su error, alteran la escena del crimen, les siembran armas, los llaman "sicarios". "Estaban armados hasta los dientes", dicen los generales y los coroneles y los sargentos y los soldados involucrados. Merecían morir, como tantos creen y piensan y justifican.

Pero como muestra el documental, rigurosa y penosamente armado, los dos muchachos sólo portaban una mochila. Se llamaban Jorge y Javier. Ambos ingenieros. Ambos becados. Ambos el orgullo de sus familias por su esfuerzo, por su tenacidad, por su mérito. Uno estudiando la maestría, otro el doctorado. Sus madres los recuerdan, los extrañan, los evocan desde ese lugar donde cuesta trabajo seguir viviendo porque ellas siguen aquí y sus hijos no. Sus madres siguen en espera de una respuesta, una disculpa, una explicación. Porque durante 36 horas no supieron de su paradero; porque les dijeron que habían muerto sicarios; porque tuvieron que ir al Semefo y encontrarlos ahí; porque los comandos justificaron la acción, congratulándose por haber asesinado a criminales.

En el video de aquella noche se les ve corriendo en una explanada del Tec, se les ve caer, se ve cómo uno escapa pero regresa para ayudar a su amigo herido y es balaceado, se ve a los militares disparando armas de alto calibre en una universidad, se les ve después arrastrando los cadáveres, a los cuales golpean y les colocan armas en las manos. El Ejército asesinando, golpeando, mintiendo, escondiendo. El Ejército encargado de protegernos, agrediéndonos porque no sabe hacer las cosas de otra manera. Porque está entrenado para matar, no para investigar, aprehender y llevar a juicio. En las calles, manchándolas de sangre, manchando su reputación. En el Tec y en Tanhuato y en Ayotzinapa y en Palmarito y en Guadalajara y en tantos casos más. No reportados, no investigados, no aireados porque no involucraban a estudiantes de una universidad privada. Pero hay más de 34,000 desaparecidos. Los que están en alguna fosa o en un Semefo o disueltos en ácido o incinerados. Los sin nombre.

Hasta los dientes debería ser visto por todo mexicano que aprueba la presencia del Ejército en sustitución de la policía, por cada ministro de la Suprema Corte que debatirá la inconstitucionalidad de la Ley de Seguridad Interior, por los candidatos presidenciales que ofrecen la misma guerra con los mismos resultados, por quienes quieren más evidencia para demostrar lo que produce. Muchachos muertos y militares impunes. Ocho años después, sólo un soldado ha sido condenado, pero por alteración de la escena del crimen, no por homicidio. Dos están en espera de sentencia. Uno ha desaparecido y dos más presumiblemente su unieron al crimen organizado. Ningún alto mando ha sido indiciado, y el comandante de la zona se convirtió en el secretario de Seguridad Pública de El Bronco. Así la (in)justicia en México.

Mientras los padres de Jorge y Javier van de puerta en puerta.

Escrito en: Denise Dresser militares, calles, Ejército, después

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