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De Política Y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

ARMANDO CAMORRA

PLAZA DE ALMAS

En cosas de la carne los hombres pecamos por lujuria, las mujeres por vanidad. Has de saber, sobrino, que cuando la edad nos impide ya ser prácticos los hombres nos volvemos teóricos. Aquélla que dije es una de las muchas teorías que con los años me han salido, como a los niños el sarampión o las paperas. Desde luego la noción del pecado no es científica. Si fuera yo hombre de ciencia te diría que eso de la lujuria es una mera entelequia religiosa. Lo que en verdad existe es el instinto de preservar la especie, para lo cual regamos nuestros genes aquí, allá y acullá. Tal atavismo sigue vivo por encima de construcciones culturales como la monogamia y el matrimonio. Somos polígamos por vocación, Armando, y monógamos por obligación. Pero volvamos a la lujuria y a la vanidad. Mis prácticas no nacen de la teoría, fíjate bien. Al revés: mis teorías nacen de la práctica. Quiero decir que todo lo que piensa tu tío Felipe -o sea yo- está fincado en los hechos, en la realidad. Te diré de dónde salió mi tesis que de que la lujuria es cosa de hombres y la vanidad cosa de mujeres. Era yo muchacho -tendría acaso tu edad- cuando en la casa de un compañero de colegio conocí a una señora guapísima, prima de la mamá de mi amigo. Estaba divorciada, cosa no muy usual en aquel tiempo, y eso aumentaba su atractivo. Ahora los divorcios son frecuentes; casi se podría decir que hay más divorcios que matrimonios; pero entonces el divorcio era muy raro. Se veía mal, y los divorciados sufrían una especie de ostracismo. Las mujeres que se divorciaban se convertían automáticamente en objeto del asedio masculino. Se suponía que estaban disponibles. La señora que te digo se hallaba por encima de cualquier acoso por su situación económica y su posición social. Yo, permíteme decirlo, no necesité ponerle sitio, aunque eso suene jactancioso. Cuando estaba en su presencia, es cierto, no podía apartar de ella los ojos, así de espléndida era su belleza, pero jamás me pasó por la cabeza la idea de cortejarla. Eso habría sido locura. Ni siquiera yo, que siempre he estado loco, me habría atrevido a tanto. Fue ella la que se atrevió por mí. Un día me ofreció llevarme a mi casa en su automóvil. En el trayecto me dijo de pronto: "¿Te gusto, verdad?". Respondí: "Mucho". Y ya no me llevó a mi casa: me llevó a la suya. No te sorprendas. Yo estaba en flor de edad; tenía lo mío, entre otras cosas un cierto parecido con James Dean, actor que atraía mucho a las mujeres de aquella época. A nadie dije nada, claro, de lo que estaba sucediendo entre ella y yo. Pero un día mi amigo fue a visitarme y nos vio besándonos en el automóvil de la señora cuando fue a dejarme cerca de mi casa. El tonto le fue con el chisme a su mamá. "Felix culpa". Eso significa "Culpa feliz", en latín. La frase se aplica al pecado de Adán y Eva, pues gracias a él Nuestro Señor vino a salvarnos. Habrás de perdonarme -eres medio mocho- que use esa expresión teológica para decir que la indiscreción de mi amigo fue también una culpa felicísima. Su mamá me llamó por teléfono y me preguntó si era cierto que tenía una relación con su prima. Negué todo, naturalmente. Me dijo: "No te llamo para reclamarte nada. Te hablo para que me digas qué tiene ella que no tenga yo". El resto te lo imaginarás. Aún hoy siento pena con mi amigo. No mucha, debo confesar, pues con su chisme él tuvo culpa en lo que sucedió. Además yo fui menos culpable que su madre. Ella pecó por vanidad; yo por lujuria. Eso quiere decir que ella pecó con el alma, y yo solamente con el cuerpo. Mi pecado es menor que el suyo. Y estoy seguro de que yo lo gocé más. El cuerpo siempre goza más que el alma. Ésa es otra de mis teorías. FIN.

OJO: Dice "Felix culpa", sin acento.

Escrito en: De Política y Cosas Peores ella, decir, señora, cosa

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