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Valores, la mejor herencia

PADRES E HIJOS

Valores, la mejor herencia

Valores, la mejor herencia

IGNACIO ESPINOZA GODOY

Luego de analizar lo que muchos padres (ambos, mamá y papá) hacen para salir adelante en la vida en el aspecto económico, al grado de que convierten en una obsesión esa ambición por adquirir una casa en un fraccionamiento exclusivo -les llaman residencial y privado-, además de comprar uno o varios vehículos acorde con un estatus social que pretenden tener, resulta irónico ya que finalmente sólo se trata de apariencias y de personas que desean ingresar a un mundo al que no pertenecen y al que pretenden introducir a sus hijos, quienes viven en un mundo artificial del que tarde o temprano se desligarán una vez que no tengan los medios propios para mantenerse ahí.

Es curioso, pero existen muchos casos de este tipo -en mis poco más de cinco décadas de vida he conocido varios- en los que los progenitores buscan entrar a un ámbito social y económico al que sólo pertenecen quienes, efectivamente, gozan de una amplia solvencia financiera que les permite darse muchos lujos como tener a sus hijos en colegios prestigiados, poseer una residencia con personal a su servicio y disponer de varios vehículos, entre otros privilegios, mientras que poco se ocupan de enseñarles a sus hijos los valores y principios morales que les ayudarán a subsistir aun en los tiempos más difíciles y adversos.

De manera lamentable, sólo les han enseñado a pedir, a estirar la mano para recibir todo lo que necesitan y lo que se les antoja, en tanto que han pasado por alto la enseñanza de esos valores porque piensan que no son indispensables para la vida, ya que tienen la falsa creencia de que sólo con algunos conocimientos académicos o con poseer bienes materiales en abundancia se puede vivir libre de preocupaciones, cuando está comprobado que en ocasiones la riqueza financiera se puede acabar de la noche a la mañana.

En este sentido, en lo personal, he conocido a personas cuyos padres les heredaron cuantiosas herencias; sin embargo, al no saberlas administrar y gastar con moderación, llegó un momento en el que el dinero se les acabó y terminaron viviendo en la miseria, enfermos, sin amigos, situación que no pudieron asimilar y que les orilló a quitarse la existencia al no tener familia que viera por ellos ni motivos para seguir adelante, con lo que se demuestra que la riqueza material se extingue fácilmente, mientras que los valores morales siempre estarán ahí, como una muestra de que es el mejor legado que les podemos dejar a los hijos.

También por experiencia propia, he conocido casos de familias que cuentan con un capital económico importante y del cual se sienten muy orgullosos quienes lo han amasado -los padres, por supuesto-, al grado de que afirman que esa herencia les servirá mucho a sus hijos una vez que ellos -los progenitores- ya hayan partido de este mundo. Sin embargo, resulta que esa fortuna financiera no siempre es repartida a través de un testamento, por lo que los hijos, en ocasiones, se la disputan entre sí como si fueran los más grandes enemigos.

Este escenario, créame amable lector, es más común de lo que usted y yo nos imaginamos en la vida real, y sucede con mucha frecuencia, de tal manera que los argumentos de películas, cuentos y novelas se quedan cortos con lo que puede llegar a ocurrir cuando los hijos se disputan los bienes materiales que les heredaron los padres o, bien, cuando esa riqueza se quedó intestada, es decir, cuando no hubo un testamento de por medio para definir la repartición del patrimonio tangible que, a veces, deriva en verdaderas tragedias familiares.

Por ello, los padres de familia debemos estar conscientes de que los hijos, más que bienes materiales, deben recibir como herencia otro tipo de valores, del ámbito moral, esos que les servirán para convertirse en personas muy apreciadas pero no por sus posesiones económicas, sino por la riqueza de sus principios, de su sensibilidad como seres humanos que apoyan en todo momento a quienes les rodean y a quienes les piden respaldo cuando más se necesita, en los momentos de adversidad y dificultades.

Esa es la clase de riqueza que debemos heredarles a los hijos, esa que no tiene precio porque no se puede comprar, sino que se adquiere en el hogar con el ejemplo de los padres, todos los días, con sus actos, con sus muestras de apoyo, con ese abrazo y ese beso que se dan en el momento más oportuno.

Todos los días, estimado lector, los padres tenemos la oportunidad de compartir con los hijos esa herencia de valores que deseamos que adquieran en esta vida, en el presente, porque esas enseñanzas son las que les ayudarán a sobrevivir y a sobrellevar los obstáculos que se encontrarán en el camino de su existencia.

Los valores económicos, por su parte, son perecederos, tienen una vida incierta, por lo que no se les puede comparar con los valores morales, que son más útiles y más fuertes, de ahí que debemos procurar transmitirles estos últimos, para que nuestros hijos sean más fuertes.

Escrito en: Padres e hijos valores, hijos, padres, riqueza

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