Siglo Nuevo

El humor del infiel y la gracia divina

Un cómico frente a la máquina de fe

El humor del infiel y la gracia divina

El humor del infiel y la gracia divina

Iván Hernández

Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1972, Böll consiguió en Opiniones de un payaso que el menos autorizado de los mortales dicte cátedra acerca de cómo lo sagrado, en este mundo al menos, comienza a entenderse por lo humano.

“Oigan al payaso que canta, cuantas penas en su garganta”, remarca la murga uruguaya Falta y Resto en respuesta a las cuitas planteadas por el cantante oriental Canario Luna en el Brindis por Pierrot compuesto por Jaime Ross. La canción es de 1985.

Catorce años atrás, el escritor alemán, Heinrich Böll hizo un llamado similar, puso a disposición de los ojos lectores una novela entrañable, titulada Opiniones de un payaso, en la que, básicamente, nos pide prestar atención a un cómico profesional caído en desgracia que se dispone a interpretar algunas melodías para un público fugaz.

La vida de Hans Schnier se ha puesto patas arriba; sus últimas presentaciones han causado muchas miradas compasivas y pocas risas, se ha lastimado la rodilla, no tiene dinero y todo esto no tendría la menor importancia si no fuera porque María, su María, la única mujer que necesita, su mujer, lo abandonó.

María, su María, ha decidido llevarle la contraria, o mejor dicho, salvar el alma, vivir con apego a la corrección y la buena conciencia. Todo mundo sabe, todo mundo le dice, que viven en pecado y que es mejor anidar en la gracia. El pecado es tener vida de pareja con Hans sin estar casada con él, ni por el civil ni por la iglesia. Y como el artista de la pantomima no cree en el matrimonio, lo mejor para todos es que Maria lo deje y se case con Heribert, ese hombre serio y religioso, tan bien visto en la comunidad, él sí que saber vivir conforme a los tiempos que corren, incluso Schnier reconoce que se trata de un católico sólido.

POSGUERRA

La Alemania de la posguerra es el escenario. El humorista enfrenta a maestros interesados en administrarle crueles enseñanzas y, por qué no, reírse a sus costillas. Sin embargo, Hans se muestra poco dispuesto a comprender las bondades y beneficios de prácticas como la duplicidad fraterna, la rigurosidad alimentaria, la exaltación patriótica, la trascendencia metafísica. Tampoco se cree aquello de “la impetuosa búsqueda del alma del artista”.

Heinrich Böll, escritor representativo de la literatura alemana del siglo XX, fue un ferviente católico. Ésta obra puede malinterpretarse fácilmente y entenderse como una crítica a la religión. Si bien señala alguna incongruencia en el credo, su mirilla apunta a los procederes solapados de algunos católicos.

Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1972, Böll consiguió en Opiniones de un payaso que el menos autorizado de los mortales dicte cátedra acerca de cómo lo sagrado, en este mundo al menos, comienza a entenderse por lo humano. La elocuencia de Hans puede convencer a los desprevenidos.

No es una misión sencilla la que se propone Hans (recuperar a María), para empezar, ni siquiera sabe donde localizarla. Los cómplices de la conjura se guardan bien de proporcionarle un norte, mantienen firme su compromiso de salvar el alma de María. Escuchan las objeciones de Schnier, pero, ¿cómo van a ayudarlo si él da sobradas muestras de estar fuera de la razón? La esperanza de bienestar de Hans se topa contra una maquinaria que asimila opuestos o los desecha.

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Foto: Boell .Org

SUSTANCIA

Al tiempo que se desarrolla el conflicto principal, el autor nos lleva al pasado del protagonista, a sus orígenes, a sus primeras experiencias. Nacido en la mezquindad de una casa que hizo fortuna con el carbón vegetal, el artista no supo lo que era la holgura hasta que triunfó en los escenarios.

Uno a uno se van revelando los pecadillos de los padres, de los amigos, del propio payaso, pero él no revela todo lo que sabe, ni ataca porque sí. Sus objetivos son recuperar a su mujer y conseguir algo de dinero. Si entra en polémicas es porque se ha armado con argumentos para dar batalla. Pero, ¿quién puede tomarlo en serio? Esas cosas no las piensa, mucho menos las dice, la gente de bien.

A lo largo del texto pesa como una sombra el recuerdo de la hermana que un día salió de casa para defender a la patria de los invasores yanquis. Henriette se llamaba, era joven, bella, no volvió. La madre aceptó gustosa el sacrificio; al padre no le gusta que pronuncien ese nombre; Hans no ha dejado de recordar el día en que la vio partir.

Las heridas de la guerra siguen abiertas en Schnier. A su alrededor la postura oficial es olvidar, él a veces coincide en la necesidad de perdonar y dejar todo atrás. Luego, en su memoria aterriza alguna aberración de la que fue testigo, por ejemplo, cuando era niño, aún no cumplía los 11 años de edad, iban a juzgarlo con toda severidad por ser un derrotista. Lo acusó un adolescente que adiestraba a infantes en el manejo de armas de fuego.

La respuesta de Hans fue desafortunada, gritó algo que había leído en una pinta y que le pareció apropiado para la ocasión: ¡Puercos nazis! La libró, pero el programa militar infantil no estuvo exento de bajas. Un chiquillo llamado Georg voló al explotar equivocadamente un arma de fuego. El comentario del instructor adolescente, el mismo que había acusado a Schnier, fue: “Por suerte Georg era huérfano”.

PROSA

Opiniones de un payaso fue uno de los libros más vendidos en Alemania en la década de los sesenta del siglo pasado.

Desarrollar una adicción por la prosa de Böll no es complicado gracias traducciones como la hecha por Alfonsina Janés para Barral Editores. Abrir el volumen es seguro siempre que se tenga clara una cosa: no deben tomarse a la ligera las opiniones del humorista.

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Alemania durante la posguerra. Foto: William Vandivert

Un diálogo entre Hans y Kinkel, uno de sus censores, nos da una idea clara del tipo de protagonista con el que nos topamos:

–No diga más tonterías, Schnier. ¿Qué es lo que pasa?

–Los católicos me ponen nervioso porque no son delicados

–¿Y los protestantes? –preguntó riendo.

–Me ponen malo con sus exámenes de conciencia.

–¿Y los ateos? –siguió riendo.

–Me aburren porque no hacen más que hablar de Dios.

–¿Y qué es usted en realidad?

–Soy payaso; actualmente mejor que mi reputación.

Al presentarnos a su madre el díscolo hijo no puede evitar la socarrona indiscreción: <>

Hablar del amorío sirve además para abrir un abismo entre los vástagos. Dice que para su hermano Leo enterarse de que papá tenía una amante fue un choque terrible; para Hans “también lo fue, pero no moralmente; podía imaginar muy bien que había de ser espantoso estar casado con mi madre”.

La amante también da pauta a una descripción del entorno cercano del payaso: “Nuestros familiares nos la habían descrito como una persona codiciosa, pero en nuestra familia todo aquel que era tan desvergonzado de recordar que una persona tiene que comer, beber y comprarse zapatos era considerado codicioso”.

SENTENCIA

En Opiniones de un payaso no hay sitio para el maligno, buena parte del conflicto ni siquiera tiene a Dios por testigo.

Las reflexiones en materia teológica y en relación con el arte y la naturaleza humana, no son ni recargadas ni inexpugnables. Además, la obra de Böll nos invita a pensar en la inconmovible presencia del pasado en nuestras vidas. Escuchar las opiniones de alguien que sólo aspira a volver a la vida, no es algo que podamos tomarnos a broma.

244 páginas de texto después, da la impresión de que esa furtiva lágrima acechándonos en cada nueva confidencia, en cada relato de un recuerdo, no fue un sueño.

Las discusiones se acaban, el escenario queda abandonado, todo mundo vuelve a la paz del hogar bendecido, todos excepto Hans, no puede, le falta María, su María, la mujer que lo abandonó, su mujer. Los jueces cantan la sentencia y el cómico profesional, mejor que su reputación, es condenado a pasarse la vida a solas con su corazón.

Twitter: @ivanhazbiz

Escrito en: Hans, mundo, Böll, payaso

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