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CARLOS CÁRDENAS

En 1999 me encontraba en la ciudad de Roma, Italia, un miércoles, después de la tradicional audiencia general del Papa en la plaza de San Pedro, deambulaba cerca de la columnata de Bernini cuando llamó mi atención un nutrido grupo de jóvenes provenientes de todo el mundo que habían asistido para saludar al Papa Juan Pablo II quien saldría por una de las ventanas del palacio apostólico para externarles su afecto recíproco, por lo que pude entender, esta comunidad internacional de jóvenes se había congregado para un encuentro especial con el pontífice, quien, como es sabido, siempre procuró un diálogo cercano y constante con la juventud.

Me detuve por un momento ya que el entusiasmo iba en ascenso entre los diferentes grupos de chicas y chicos que buscaban, de algún modo, llamar la atención del Papa desde la plaza a través de cantos y vítores.

De repente observé como rápidamente se organizaba un grupo de jóvenes franceses formando una pirámide humana que finalizaba en su cúspide con el último de los participantes ondeando la bandera de su respectivo país ganándose, de inmediato, el aplauso de la multitud presente, acto seguido, otro grupo, en esta ocasión, españoles, tratando se superar la velocidad del anterior, hacían lo propio para al final ser ovacionados; les siguieron otros grupos de diferentes nacionalidades que al igual que los anteriores lograban su objetivo de una forma tan eficiente que no quedaba duda de que se trataba de un ejercicio acrobático debidamente programado y ensayado con anterioridad.

Algunos minutos después, cuando ya habían terminado todos, observé cómo se iban organizando, de manera algo caótica, un grupo de jóvenes que tras varios intentos no lograban finalizar el ejercicio y cuando estaban a punto de lograr su objetivo, algo terminaba sucediendo que se desplomaba todo, se trataba de LOS MEXICANOS.

Todos nos percatamos de que era un grupo que no había preparado el ejercicio, sino que, en realidad, ¡estaban improvisando!, no querían quedarse atrás y realizaron, como pudieron, la misma faena. Lo más interesante de todo fue que cada intento iba acompañado de un apoyo significativo de quienes presenciábamos su esfuerzo, al grado de que la ovación resultó mayúscula cuando al final, después de varios intentos, lograron ondear la bandera tricolor.

Los mexicanos se habían ganado la simpatía de los demás países por su espontánea participación, que, aunque algo accidentada, logró conmover y divertir a los demás.

Sí, así somos la mayor parte de los mexicanos, resolvemos los problemas de una forma muy nuestra, no somos, por lo general, muy rigurosos o disciplinados en nuestro quehacer, improvisamos constantemente, la informalidad nos caracteriza y, aunque nos gustaría emular los logros de otras naciones repetimos la fórmula, una y otra vez. No comprendemos, o no queremos entender, por qué nos persigue la "mala suerte", pero, afortunadamente, nos gusta la fiesta, la celebración, ya sea para gozar del éxito o para paliar el dolor en la derrota, en cierta forma, estamos vacunados contra el destino.

A unas horas de enfrentar a Alemania en el Mundial de Rusia 2018 los mexicanos nos sentimos algo desesperanzados ante el campeón del mundo, nos tocó "bailar con la más fea", pero eso ya es irrelevante, ahí estaremos muchos pegados al televisor, acompañados por la familia o los amigos y, por supuesto, una hielera; no necesariamente por masoquismo sino porque no hemos renunciado a nuestra constante tragicómica, al final, lo que importa es estar en el jolgorio, ¿o no?, ya sea para celebrar el triunfo o reírnos de nuestra desgracia. Esa es, por ahora, nuestra realidad en el teatro del Mundo.

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