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Retos, metas y destino de México

JULIO FAESLER

JULIO FAESLER

A punto de iniciar una nueva época en nuestra historia, cualquiera reflexión, por somera que sea, nos, revela que la mentalidad del electorado ha cambiado si se le compara con la que teníamos hace diez, quince o veinte años es bastante diferente en actitudes, deseos y aspiraciones. No solo han cambiado las circunstancias nuestras sino más radicalmente se han mutado las del mundo entero. Las actitudes relativas al concepto de la autoridad son muy diferentes que las de hace veinte años. El destino a largo plazo del país está también bajo examen.

Los componentes de la nueva etapa son, en primer lugar, que más que nunca, prevalece el interés personal sobre cualquier otro factor de índole patriótica o social. Se advierte la desconfianza en las virtudes de los gobiernos. En segundo lugar el bajo rendimiento de los gobiernos en términos de servicios públicos recibidos ha provocado una clara decepción por lo que está originando una nostalgia por los regímenes de años atrás que se perciben más exitosos. En tercer lugar, en todas las sociedades se percibe una búsqueda de liderazgos que, hoydía, se consideran inexistentes. Por último, muchos consideran que la llave del progreso nacional está en el "modelo" o tipo de programa que e l jefe de gobierno tenga a bien impulsar.

Las condiciones sociales, así en que ha de trabajar. Ciertamente será una en que la ciudadanía no tolerará actitudes autoritarias en sus gobernantes que tendrán que ser más democráticos en el sentido de ser receptivos a las ideas distintas a las suyas. La experiencia enseña, como ha sido el caso con la administración actual, que poco se gana con aceptar el extremo opuesto en el que se sueltan las riendas de la popularidad dejando al garete la nación entera y a la merced de sus peores enemigos que son la corrupción y la violencia impune. El Presidente Peña Nieto, del PRI, abandonó los flancos de seguridad y procuración de justicia y cosechó inmoralidades y mortandad criminal.

Las condiciones aparentemente bonancibles que prevalecieron hace cincuenta o más años dependieron de arreglos y equilibrios inestables que no podrían repetirse. Además de una férrea autoridad financiera, el arreglo entre empresarios y gobierno y sindicatos, hubo un control perfectamente aceitado entre el alto empresariado y el gobierno por el que se intercambiaban preferencias industriales contra votos en las urnas electorales. Hoy nadie querría reponer esa combinación sostenida por las centrales obreras y campesinas. La nostalgia por esos viejos tiempos es retrógrada en el sentido absoluto del término.

La evolución natural de todas las sociedades indica que no hay progreso sin superar retos. Tampoco hay progreso sin metas claras por alcanzar. En nuestro país el reto por vencer sigue siendo el mismo de hace décadas y que consiste en vencer la ignorancia, la enfermedad y la desocupación. Son metas internas, concretas y urgentes. Se trata de que mejoremos la economía y reducir las tensiónes de la pobreza. Suponiendo que se solucionaran estos inmensos problemas internos, cuál es el destino, el papel, de la sociedad mexicana como integrante de la comunidad internacional. La pregunta está sin respuesta.

La privilegiada ubicación de nuestro país impone obligaciones. Por una parte es urgente avanzar en el desarrollo interno de los recursos materiales con que contamos. Teniendo una posición respetada por todos, podremos seguir adelante con nuestra conocida vocación solidaria con los hermanos latinoamericanos al sur, primero con los centroamericanos con los que compartimos idioma, historia y costumbres. Las relaciones simbióticas, que la naturaleza definió, con nuestros vecinos al norte son el recurso que debemos explotar con tranquilidad, respeto y madurez. El gran destino de nuestro país está sellado por la geografía. Tres litorales, el Atlántico, el Pacífico y el Caribe, son los tres pilares orográficos que enmarcan nuestro desarrollo.

Los desarrollos que hagamos tendrán la virtud de colocarnos posición para aumentar nuestra riqueza y utilizar nuestra influencia en beneficio de la humanidad. Las muestras en esa materia son varias: la oposición en la Liga de Naciones a la invasión Italiana de Etiopía, la recepción de los refugiados españoles en 1939 o nuestra solidaridad actual con los luchadores por la democracia de Nicaragua y Venezuela.

La vocación de nuestro país se perfila. Más que foco hegemónico, el pueblo de México aumentará su prestigio si enlaza su pujante desarrollo al de las demás naciones de la tierra. Pero lo primero es lo primero. La siguiente administración federal tiene que hacer que México adquiera la dimensión necesaria para cumplir su destino.

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