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Mario Vargas Llosa: Conversación en Princeton

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Mario Vargas Llosa: Conversación en Princeton

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ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Casi tan fascinante como la lectura de una buena novela, resulta mirar por dentro la hechura de la historia: el punto de partida del relato (real o imaginario, o con una mezcla de ambos), la planeación y definición de la estructura, los detalles del acabado final. Y qué mejor que hacerlo con la guía de Mario Vargas Llosa, sin duda el escritor más notable de la lengua castellana de nuestros días y uno de los intelectuales imprescindibles del presente entre siglos.

Porque recorrer las páginas de “Conversación en Princeton” (Alfaguara, 2017), obra que contó con la importante colaboración del académico Rubén Gallo, es eso precisamente: una útil aproximación al trabajo creativo del premio Nobel, o para decirlo mediante otras palabras de mayor amplitud: la manera en que se escribe un relato abarcador a través de las técnicas más avanzadas de la novela moderna.

Así, el profesor Vargas Llosa –nunca más adecuadamente dichonos lleva por su taller literario, y con su amenidad tan característica aborda “Conversación en La Catedral”, “Historia de Mayta”, “¿Quién mató a Palomino Molero?”, “El pez en el agua” y “La Fiesta del Chivo”, además de detenerse en apuntes acerca del periodismo, el terrorismo y los vínculos entre historia y literatura. Un verdadero privilegio para sus alumnos universitarios de la universidad norteamericana y, por extensión, para sus numerosos lectores en todo el mundo.

Durante este repaso subrayé con la lapicera no pocos de los comentarios que llamaron mi atención, ya por el desconocimiento que tenía sobre lo aludido, ya porque los mismos confirmaron la información previa, aunque parcial. Por ejemplo, de lo primero, me parece muy digno de anotar que Borges, cuando traducía, cambiaba algún final porque no le gustaba. O esa otra consideración del instructor que, para más precisión, transcribo: “Ahora diría que Sartre fue un imitador de Dos Passos, pero Dos Passos sí tenía un gran talento novelístico y Sartre no: era demasiado inteligente para poder ser un gran novelista. Para escribir uno no puede guiarse por las ideas: tiene que abandonarse a las emociones y a las pasiones. Algo que Sartre nunca pudo hacer porque era una máquina de pensar, un robot. Tenía una enorme inteligencia, que sirve para escribir buenos ensayos pero no para crear buenas novelas”. Vargas Llosa siempre ha insistido en que el novelista, en su proceso de escritura, debe abrirle las puertas a las potencias más oscuras de su alma, cuando lo racional se detiene y el caos más íntimo sale a buscar en la página su forma provisional, sin el sometimiento del pensar. Tal vez por ello, ni el citado Borges o, entre nosotros, Octavio Paz no hayan dado lugar a una novela en su producción literaria (con las reservas, claro, de “El mono gramático”, si se concede su aliento novelístico). Y por otra parte: ¿qué decir de la corriente de la non fiction, a lo Javier Cercas? Es evidente que este modelo narrativo escapa a la definición del maestro peruano; sin embargo –se puede concluir- que su fórmula es aplicable en los términos generales del género. Una aprovechable y placentera discusión con más tela de donde cortar, y en donde cabría contrastar estas ideas con las de Murakami o Pamuk, por solamente citar un par de fabuladores reconocidos.

En el transcurso de la plática aparece de pronto el nombre de Milan Kundera, el escritor checoeslovaco tan leído hace unos treinta años. Un narrador que se fue apagando –nos explica Vargas Llosa- porque la causa de su narrativa fue también desapareciendo: la opresión sociopolítica en su país. Se toma la pluma –ahora la computadoracontra el dolor, subraya el instructor. Nadie en un estado de bienestar y confort puede dar lugar a una historia con profundidad en el drama humano; un fondo de sufrimiento sería un motor de arranque en las posibilidades de una novela. Ya lo dijo en otro lado Marguerite Yourcenar: “Qué aburrido hubiera sido ser feliz”.

La disertación central del libro aborda algunas novelas de Vargas Llosa, como ya se dijo. Cuando el lector se va dando cuenta de los problemas que tuvo que resolver el autor para contar “Conversación en La Catedral” o “La Fiesta del chivo” se confirma el tremendo trabajo intelectual y práctico que hay detrás de un premio Nobel. Las inseguridades, los tanteos, las entrevistas…para poco a poco ir encontrando el hilo narrativo principal de las historias. No se me ocurre un mejor asesor que don Mario –y vaya que no olvido al gran García Márquez u a Onetti- para quienes se interesen en escribir un relato con amplitud y variedad de recursos técnicos. Es que con él se asume todo un legado de aprendizajes que viene de siglos: Martorell, Cervantes, Flaubert, Víctor Hugo, Faulkner…y nunca desprendiéndose de la vida más común y corriente. Como en el caso de Mayta.

Su existencia es conmovedora. El viejo izquierdista que fue perdiendo sus ideales, sus sueños, hasta no reconocer al hombre llamativo –con sus fulgores de rebeldíaque había sido. Y la escritura de su devenir y decadencia, como si se tratara de una novela todavía más atractiva y sugerente, la del novelista y su personaje. Un relato que se sale de sus páginas para llamarnos a otra historia igualmente llena de sentidos. Cuando la novela ya casi está lista, se presenta Mayta, y el narrador tiene que reescribir el final. ¿No estamos ante una experiencia esencialmente cervantina? ¿La realidad y sus espejos?

De eso y mucho más habló Mario Vargas Llosa con los muchachos de Princeton. Ojalá que estas notas los lleven a ustedes a leer la obra completa.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Vargas, novela, relato, Mario

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