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La salvación está cerca de los que lo temen, y la gloria habitará en nuestra tierra (Sal 84/85,10)

HÉCTOR GONZÁLEZ MARTÍNEZ

HÉCTOR GONZÁLEZ MARTÍNEZ

En el Antiguo Testamento, Dios se eligió un pueblo que viniera a ser luz de las naciones para señalar a todas las gentes el camino hacia Dios.

A pesar de que su pueblo, regido por las leyes de la historia (que son las de la libertad) se había dividido en dos reinos (Judá e Israel), ello no impedía que Dios siguiera considerando como propiedad suya también el reino del norte (Israel), por eso elige a Amós (del reino del sur) para profetizar en Israel, advirtiéndole de su proceder infiel, por el que caminaba hacia la ruina. No encomienda su mensaje a un profeta profesional, sino a un simple pastor y agricultor, para resaltar que la misión no era cosa de hombres sino de Dios. No lo entiende así Amasías, profeta de Israel, que intenta impedir la predicación de Amós, basado en cálculos humanos: económicos o políticos, temiendo que se cumplieran los malos presagios de Amós.

Finalmente se cumplieron los malos augurios del profeta de Dios. El pueblo del norte fue desbaratado por la invasión de los asirios y el destierro de su población en el siglo VIII; pero eso no impidió que el Señor prosiguiera con su plan de salvación de los hombres por medio del pueblo de Israel. Es todo un indicio el que el Mesías tuviera un origen galileo, la región más septentrional de Palestina, que por el poso pagano que había ido acumulando a lo largo de su historia era llamada Galilea de los gentiles.

Aunque nacido en Belén de Judá, el Hijo de Dios tocó tierra y se formó en Galilea. Trajo un mensaje de salvación, cifrado en el Reino de Dios. Recorrió las ciudades de Galilea anunciando la Buena Noticia de la salvación de Dios, explicando el proyecto divino sobre el mundo, que Jesús proponía con parábolas y san Pablo vertió en lenguaje teológico: los designios secretos de Dios consisten en llevar a la historia a su punto culminante en Cristo, en quien se unen el cielo y la tierra, lo humano y lo divino.

En Cristo, Dios Padre se convierte en Padre del hombre, conforme a su plan eterno, en el cual fuimos destinados a ser hijos suyos.

Debido a la desobediencia del hombre, el plan de Dios adquirió tintes dramáticos, debiendo pasar por la muerte del Hijo para el perdón de los pecados y la liberación de los hijos de la servidumbre del pecado, lo que propició el restablecimiento de la unidad del cielo y de la tierra, la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo (Sal 84/85,11-12).

La salvación que anuncia Jesús es tanto para los judíos, que tenían puesta su esperanza en el Mesías, como para los no judíos que creyeron el mensaje de la salvación y fueron sellados con el Espíritu Santo prometido, garantía, para los hijos adoptivos, de la herencia del Hijo, que consiste en la gloria del Padre, pues «la gloria de Dios es la vida del hombre», según san Ireneo.

Jesús no hizo más que iniciar la misión de difundir el mensaje de la salvación a los hombres. Al igual que Dios se sirvió de medios humanos en el pasado, y el mismo Dios se implicó en favor de la causa del hombre como un hombre más, también Jesús cuenta con hombres sencillos, y éstos, desprovistos de apoyos materiales, pues los envía a realizar la obra de Dios. Los encamina a proponer un mensaje nítido de conversión de vida, y con poder para curar enfermedades y expulsar a los demonios.

Veinte siglos después de la predicación de Jesús y de los Apóstoles, y ocho más desde el profeta Amós, parecen repetirse en nuestros días las mismas pautas: y es que el Señor y sus fieles siguen proponiendo al hombre su proyecto de salvación, que continúa encontrando adeptos y contradictores.

¿A qué se debe la tozudez de los hombres? ¿La disyuntiva que se abre ante ellos consiste en dar un sí a Dios o un sí a la tierra? ¿O tal vez, en un sí al hombre frente a Dios? En realidad, el sí más rotundo al hombre lo da el mismo Dios haciéndose hombre. Lo cierto es que el hombre, al margen de Dios, tiene corto recorrido. Concedamos que un día pueda llegar por la ciencia y la técnica a actuar de forma determinante en el universo configurándolo como un hábitat confortable. Sin embargo, personalmente se agota en el individuo.

Parece una paradoja, pero es la misma realidad: el hombre está llamado a la vida eterna, pero sólo la puede obtener como don de Dios. El camino para conseguir la vida eterna es Cristo, un Dios con pies puestos sobre la tierra y con manos de hombre para transformarla: es en la fidelidad a la tierra como afianzamos nuestra fidelidad a Dios, pues nadie ama tanto a su creación como su autor.

Escrito en: Episcopeo Dios, hombre, salvación, mensaje

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