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Los errores del PRI

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OMAR ORTEGA SORIA

Pasada la resaca electoral y una vez renovada la dirigencia nacional del PRI, es posible hacer una reflexión de lo que llevó al partido en el poder a caer en una de sus peores debacles, y más allá de buscar responsables, que por supuesto que los hay, realizar una serie de comentarios sobre el proceso electoral.

Lo primero que hay que destacar es que no fue un tsunami, es decir, no fue un movimiento repentino que arrasó con todo, sino que fue una lenta corriente que tardó 18 años en concretarse, que tuvo como motor el descontento popular y las frustraciones de millones de mexicanos, quienes atestiguaron 12 años de gobiernos panistas con expectativas incumplidas y una gran violencia, a los que se le suma el sexenio de Peña Nieto que dejó en el imaginario colectivo hechos tan catastróficos como Ayotzinapa, la Casa Blanca o actos de corrupción.

Sobre la selección del candidato a la presidencia, Meade representaba una apuesta arriesgada para los priistas, a pesar de su destacada trayectoria en la administración pública, no era un político conocido, no provocaba ni motivaba a las masas, no era carismático, jamás había hecho una campaña electoral; sin embargo era indudable su capacidad y la oportunidad que le brindaba el no ser priista para conquistar al voto indeciso.

Sin embargo esta estrategia sobre la relación con su partido resultó catastrófica, estuvo siempre entre la espada en la pared y no dejó contento a nadie, fue muy marcada una primera etapa de su campaña en donde marcó distancia del partido que lo postulaba, abanderando su origen "ciudadano", pero sin lograr que los indecisos lo vieran como una opción diferente al PRI. En una muy tardada segunda etapa, ya con una nueva dirigencia nacional, se recuperó el orgullo priista.

En términos comunicacionales tampoco funcionó la campaña del miedo y mucho menos la de la razón, un gran sector poblacional jamás creyó que la situación pudiera ser peor, sentían que no tenían nada que perder y que era momento de probar una nueva opción, mientras que el llamado a un voto reflexionado y razonado jamás tuvo un eco, ya que es muy evidente que el voto es más emocional que racional, y que la moda era el voto antisistema, por dar algunos ejemplos ahí está Trump y el Brexit.

En la mayor parte de México, la selección de candidatos tampoco fue la mejor, tan así que ninguna gubernatura, salvo la de Yucatán, estuvo cerca de ser ganada por el PRI, ni que decir de los Diputados o Senadores, que sencillamente fueron arrastrados por un voto mayoritario hacia Morena, provocando que muchos candidatos que no hicieron campaña ganaran. También influyó el ánimo incluyente del PRI de involucrar a muchos jóvenes y mujeres en campañas electorales, siendo que en algunas veces no contaban con los apoyos, la presencia o la experiencia requerida.

Además, el mundo cibernético fue dominado totalmente por la oposición al PRI, los ataques contra Anaya no fueron contundentes, e incluso se vio más fuerte en los debates, haciendo que mucho del voto útil fuera para él.

Si algo es cierto en la política es que nunca se pierde para siempre, el PRI no está destruido, pero si es necesario que tenga un replanteamiento, que deje atrás sus obsoletas estructuras corporativistas, sus arcaicas formas y rituales, que piense en cambiar de imagen institucional y sobretodo, en convertirse en una oposición responsable que sirva de contrapesos, que escuche y atienda las demandas ciudadanas.

Twitter: @omarortegasoria

Escrito en: Pulso Legislativo voto, campaña, partido, PRI,

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