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'Madrid es invariable en su espíritu'.— Rubén Darío.

Sal de la residencia de estudiantes en San Bernardo y cruza la calle. Camina una, dos cuadras por la Palma y sube una pequeña cuesta para llegar a la calle del Espíritu Santo. Lo sabes de inmediato: ésta será tu calle favorita de Madrid. Ahí encontrarás una tienda de ropa vintage en la que nunca podrás comprar nada y a un señor argentino que te contará que su cuñado es baterista de Luis Miguel. Te cuesta estar lejos, pero te gusta ser extranjera. Semanas después, el dueño de la librería mágica de la ciudad te dirá que su gato negro quiere regalarte un libro por tus ojos grandes. Eliges a Onetti. Tú, que buscas señales siempre, sientes ese sábado que estás en el lugar en el que debes estar.

Lo sabes.

Es tu ciudad.

Lo que no sabes a los veintitrés, es que tres años después estudiarás a Madrid desde la mirada de Rubén Darío. Parece una constante en tu vida: estudiar a tus ciudades a lo lejos. O estudiarlas como si fueran espejos. Te pasó con las cartas de Sigüenza y Góngora y la virreinal Ciudad de México. Unamuno dice que Darío 'tiene más española de lo que él mismo cree el alma', pero Darío llega a Madrid casi arisco. Ahora, cuando vuelves a la Complutense y tu antigua profesora de modernismo te explica que en las crónicas de Darío es posible observar la manera en que se va enamorando perdidamente de la ciudad, no puedes evitar sentir que tal vez tienes más en común de lo que crees con el poeta nicaragüense.

Hay un mapa literario de Madrid que cuelga en la ventana de una papelería al lado de la pizzería del argentino. Descubres que el diseño es de Raúl Arias, pero tampoco puedes comprarlo. Pasas a verlo cada día.

En ese Madrid hecho de palabras se tejen frases de Ramón Gómez de la Serna ('Una pedrada en la Puerta del Sol mueve ondas concéntricas en toda la laguna de España') con Ernest Hemingway ('Podría pasarme días enteros en la feria de libros, como lo hacía antes del movimiento, si es que puedo quedarme algún tiempo en Madrid') y Juan García Hortelano ('[...] mientras pueda entrar por una de sus puertas, podré, a unos metros de la Cibeles, entrar en todos los reinos, pasar de Madrid al cielo'). El ejercicio pretende crear una cartografía que pueda leerse a través de las voces de quienes han escrito algo sobre la ciudad, pero a ti te recuerda al ejercicio de Valeria Luiselli en el que lee poesía en voz alta en distintos lugares de distintas ciudades para 'marcar' los espacios. Creas tu propia cartografía literaria: en Madrid lees a Guadalupe Nettel, a José María Arguedas, a Carlos de Sigüenza y Góngora. Después, cuando regreses (porque siempre has sabido que volverás) leerás a Maya Angelou, Idea Vilariño y vas a sumergirte en Susana Rotker.

No es sólo una ciudad, como no es sólo una casa. Es siempre la ciudad y siempre la casa. Podrías citar a muchos que han escrito mejor que tú pero no lo haces porque sabes que, como siempre, esta columna es sólo el inicio de un texto que crecerá. Te mueves en presente y pasado aunque sabes que no debes hacerlo. No te importa porque sientes que hablar de Madrid lo permite todo. Cuando tu amiga Virginia te encuentre en San Bernardo te dirá que parece que naciste ahí, y será una constante escuchar que te vistes como madrileña. No es sólo una ciudad ni sólo una casa porque también las almas gemelas pueden ser espacios geográficos. Te lo dirá Marcela cuando la encuentres en la Tabacalera con sus cartas del tarot: 'uno no se enamora sólo de las personas, mi niña'.

No lo sabes a los veintitrés, pero Madrid te lo dará todo. El famoso cuarto para escribir. El cliché de perderte en la ciudad una y otra vez para encontrarte. Una familia española. Libertad intelectual (tu profesora de virreinal te invita a cuestionar a los escritores que en México son intocables, como Octavio Paz). Y también te dará un corazón roto, las dudas que aprietan el pecho, el quiebre mental del que surgen las revelaciones surrealistas.

No lo entiendes a los veintitrés, porque eres joven y 'la pena se cierra como un candado que impide observar / no percibimos / que está en alto, que hay aire / que la rodean ramas y que se da / un gran crecimiento alrededor', en palabras de esa profesora de virreinal que se llama Esperanza López Parada, pero Madrid comenzará a convertirte en la que has de ser.

En el Madrid de 2015 un camarero parecido a tu abuelo te dijo que la sangría alivia los ojos tristes.

Y en Madrid, dos años después, una mujer idéntica a tu abuela te leerá las cartas y te repetirá una y otra vez la palabra que se convertirá en tu tercer tatuaje.

Tú, que siempre buscas señales, lo sabrás de inmediato.

Y ahí, con dos gatos madrileños y en dos cafés de Malasaña, nacerá la primera entrega de una columna que se llamará Itinerante.

Y un año después, será tiempo de escribir sobre tu Madrid.

Twitter: @SNGCalderon

Escrito en: ITINERANTE Madrid, sabes, ciudad, siempre

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