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Luis Buñuel, sueños cinematográficos en blanco y negro

LETRAS DURANGUEÑAS

Luis Buñuel, sueños cinematográficos en blanco y negro

Luis Buñuel, sueños cinematográficos en blanco y negro

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Durante varios años el cine club de la Universidad Juárez, a cargo del historiador Pedro Raigosa, era casi la única manera que teníamos los duranguenses para ver las películas de Luis Buñuel en ciclos maravillosos. Y como en el caso de otros grandes directores -Fellini o Kurosawa- las proyecciones en el auditorio universitario o en el llamado Museo del Aguacate, contribuyeron sin duda a la apreciación del buen cine en nuestra ciudad. Los filmes del aragonés, luego nacionalizado mexicano, lograban crear en los asistentes ese clima artístico –filosófico, según Octavio Paz- tan hondamente suyo: un relato atractivo, cargado de una densidad poética en la que convivían el drama y la comedia, muchas veces con los papeles subrepticiamente intercambiados. Salíamos de la sala todavía acompañados de las voces de Archivaldo de la Cruz, el Jaibo o la del extraordinario Arturo de Córdova representando a Francisco Galván.

México, ya se sabe, ganó mucho al final de la guerra civil española. Uno de esos beneficios lo encarnó Buñuel, con una parte muy importante de su filmografía, dándole al país que lo había recibido en la década de los cuarenta un imaginario muy particular, poco a poco labrado mediante el rescate de ciertos rasgos culturales de esta tierra –por ejemplo en “Subida al cielo”-, en unión con algunos recursos surrealistas, tan arraigados en el cineasta desde su juventud, para escapar al fácil flolclorismo. Lo mismo se puede decir de los actores y actrices que participaron en su cine. Ernesto Alonso, Roberto Cobo, Rita Macedo, Silvia Pinal, Marga López, entre otros, le deben seguramente algunos de los mejores roles que interpretaron a lo largo de sus carreras.

Así, junto a las producciones de otros directores de prestigio –Roberto Gavaldón, Emilio Fernández, Julio Bracho-, la propuesta buñueliana se fue abriendo paso en la atención del público, mientras en un extremo – “Los olvidados”, claro está- la posición del gobierno mexicano fue abiertamente de rechazo. En todo caso, dichos largometrajes se quedaron para siempre entre nosotros, marcando incluso a otros profesionales del celuloide.

No hace mucho, cuando se celebró en Durango el 7º Festival de cine mexicano (con el apoyo del Instituto de Cultura del Estado), se recordó a Buñuel. Un acierto su organización, aunque creo que el encuentro cinematográfico quedó mucho a deber respecto al repaso de las aportaciones del afamado director (hubiera contribuido a ello una mesa de debate, más amplia, sobre el tema, además de una exposición de carteles de sus filmes, etc.). Con tal influjo, es oportuno recordar siquiera algunas de sus escenas mexicanas, escogidas de su etapa más creativa.

Fascinante, pintura en movimiento del alma profunda de México, “Los olvidados” –cuyas actuaciones de Stella Inda, Miguel Inclán y el ya mencionado Roberto Cobo, son inolvidables- reflejan toda una serie de sentimientos encontrados –crueldad, erotismo, desamor-, dentro de un callejón sin salida. La circunstancia personal y colectiva cobra una dimensión verdaderamente trágica. El arte debe ser auténtico o no será. Y la película en cuestión lo es. Me quedo aquí con la imagen en que Pedro busca inútilmente el cariño de su madre, origen, no único evidentemente, que dibuja la fatalidad del desenlace.

¿Por qué por un costado lo terrorífico colinda con la risa? Si no me traiciona la memoria eso se preguntaba alguna vez Kundera pensando a Kafka. Traigo esto a cuento por dos películas del maestro que nos ocupa: “Él” y “Ensayo de un crimen”. De la primera, retengo el momento en que el protagonista reacomoda en forma correcta un cuadro mal colocado, acto que sintetiza su tensión íntima y enfermiza. De la segunda, por supuesto el principio impresionante: cuando se da la primera muerte y el niño escucha su cajita musical; y ya más detenidamente, cuando Archivaldo de la Cruz mete entre las llamas el hermoso maniquí de Lavinia. De la mencionada “Subida al cielo” me gustan muchos episodios: la niña al sacar el camión del agua, obviamente el baño de Raquel, la conversación entre los dos políticos de pueblo (retazo inmejorable de la idiosincrasia política de México), el baile de todos. Por otro lado, me seducen los claroscuros de “Viridiana”, su humanismo cristiano y puro frente a las barreras para llevarlo a cabo con su potencia inmaculada…y me conmueve igualmente la férrea voluntad religiosa de Nazario en el semidesierto de la fe. ¿Y esa mezcla de misterio, lo irracional y la angustiante espera de “El ángel exterminador”? No son todas sus producciones, quede al menos el testimonio parcial y agradecido de un espectador. En otra ocasión ampliaré mis comentarios y me referiré a sus trabajos rodados en Europa.

Cierro entonces el presente artículo con algunas recomendaciones editoriales que vendrán bien al punto: “El cine mexicano de Luis Buñuel. Estudio analítico de sus argumentos y personajes”, de Iván Humberto Ávila Dueñas (Conaculta-Imcine, 1994); “Buñuel. La mirada del siglo (Conaculta, Ministerio de Cultura y Educación de España, 1997); “Los olvidados. Una película de Luis Buñuel” (Fundación Televisa, 2004); “Luis Buñuel. Prohibido asomarse al interior”, de José de la Colina y Tomás Pérez Turrent, (Conaculta-Imcine, 1996); “Buñuel” de Carlos Barbachano (Salvat, 1986). También será muy útil la lectura de su autobiografía “Mi último suspiro” (Plaza&Janés, 2001), así como la revisión del DVD “A propósito de Buñuel”.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS cine, Luis, “Los, Buñuel.

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