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Sacudir sin cimbrar

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Aún no entra en función el nuevo gobierno y su proyecto genera inquietud y expectativa, además de invariable revuelo.

Alma del alboroto no es necesariamente el propósito del proyecto, como los medios a través de los cuales se busca realizarlo y el ritmo de marcha adoptado. Ahí anida la esperanza de remontar la circunstancia y mejorar la perspectiva y el temor no sólo a no alcanzar el resultado positivo y previsto, sino a caer en una situación peor a la prevaleciente.

El sustrato del apoyo y la resistencia al proyecto radica en el fondo y la forma de hacer las cosas que, para el caso, es el fondo y la forma de hacer la política y ejercer el poder. Objetivo y práctica distintos a los aplicados hasta el hartazgo, durante décadas. No es sólo el estilo, también el sentido. Esta alternancia no es ni se parece a las otras.

La contundencia del resultado electoral llevó a reconocer el triunfo, pero la asunción de la consecuencia política suscita titubeos. Ante esa realidad hay quienes dan por sentado e irrebatible el cambio radical y quienes dudan si la ruta y el rumbo son los indicados.

En medio del vértigo y la novedosa circunstancia, encontrar el centro no es sencillo. Modificar conductas, hábitos, costumbres y, por lo mismo, entendimientos exige aprendizaje y comprensión, tolerancia.

El desafío del próximo presidente de la República es mayúsculo: impulsar el cambio sin perder el equilibrio en el filo de la navaja por donde camina, deseando correr.

Quiere sacudir el tapete de la política y apisonar el suelo de las oportunidades sociales, sin lastimar los cimientos de la economía y la democracia. Quiere abatir la política cupular que, con base en la complicidad, la secrecía y la imposición, facilitaba la toma de decisiones, al tiempo de activar una política popular que, no por consultar y considerar a la gente, derive en prácticas populistas y sí, en cambio, ampare y fortalezca las decisiones. Quiere acrecentar el respaldo social, sin espantar el apoyo de empresarios e inversionistas. Quiere sumar pese a que, en este caso, el orden de los factores sí puede alterar el producto. Eso parece.

Qué situación tan interesante y compleja. Rescatar al Estado sin hundir el mercado. Reivindicar la democracia representativa y participativa sin resbalar en el populismo o el elitismo. Rebalancear el desarrollo y acelerar el crecimiento. Recobrar recursos del despilfarro, la corrupción y los privilegios sin perderlos en políticas caprichosas. Recuperar la paz y la reconciliación sin tanta sangre, dolor, muerte.

Fijar un nuevo punto común de partida y reponer el horizonte nacional demanda infinidad de condiciones: voluntad, temple, coraje, balance, cálculo, sensibilidad, esfuerzo, entusiasmo y sacrificio. Y más si se realiza parado en un pantano.

Hay en el ejercicio político anunciado muchos riesgos y un peligro inminente.

Los riesgos. No satisfacer con rapidez, así sea parcialmente, la expectativa generada y quedar expuesto al fuego cruzado de tirios y troyanos. En la prisa por actuar, perder o confundir las prioridades en la tarea de gobierno. Abrir demasiados frentes sin contar con la estrategia necesaria y la articulación de las políticas implicadas. Agotar el esfuerzo en el puro planteamiento e intento. Vulnerar el respaldo social por no explicar, negociar y pausar los ajustes.

El peligro. El desbordamiento de quienes le apuestan a la victoria o al fracaso del proyecto y, en él, hay dos posturas. La de quienes reclaman emprender el cambio a troche y moche porque, según ellos, para eso ganaron y al resto no le queda sino apechugar. Y la de quienes reclaman frenar el cambio porque les preocupa cuanto pueda ocurrir, pero callan o ignoran lo sucedido e, incluso, ven en las ruinas un edificio moderno. De las claques que animan al linchamiento del contrario, ni caso hablar. Hay ultras de uno y otro lado, de casimir y mezclilla.

Correr riesgos es aceptable y comprensible. Peligro, no.

La circunstancia nacional es inédita, al menos en la historia reciente.

Las anteriores alternancias no supusieron un giro del calado del de ahora. El entusiasmo, cuando lo hubo, se apagó pronto. Temores no hubo. Aquellos relevos fueron turno, no alternativa. La diferencia estuvo en el énfasis y el matiz, acaso, en el modo y estilo; no en la sustancia, la dirección y el rumbo.

Más allá de la aspiración y ambición personal de Andrés Manuel López Obrador de hacer historia y, en tal virtud, aparecer en los futuros libros de texto, el Presidente electo debe escribirla. Eso exige obra y resultados.

Dice López Obrador haber recibido el mandato en condiciones políticas inmejorables. No es así. Lo recibió en condiciones electorales inmejorables; en condiciones políticas desafiantes; económicas, inestables; financieras, deplorables; y sociales, lamentables. Intentar un cambio radical -de raíz, como él lo entiende- entusiasma, siempre y cuando no se desboque ni pierda el sentido.

En el fondo y la forma de hacer la política y ejercer el poder, López Obrador se juega la posibilidad de su hazaña, pero sobre todo la esperanza de un país que más de una vez ha visto frustrados, corrompidos, pervertidos o engañados sus mejores anhelos. Apoyar en lo justo el proyecto no supone claudicación, criticarlo en lo debido no implica resistencia. La objetividad y equilibrio que el Presidente electo demanda en la actuación de los medios son los que él mismo debe desplegar en el ejercicio del poder.

Sí, vale la pena sacudir la política, apisonar las oportunidades sociales sin lastimar los cimientos de la economía y la democracia.

El socavón Gerardo Ruiz

Ahí está de nuevo el señalamiento de fallas en el Paso Exprés, monumento a la improvisación y la pusilanimidad política.

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Escrito en: Sobreaviso política, quienes, cambio, políticas

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