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El alma nacional en la obra de Ramón López Velarde

LETRAS DURANGUEÑAS

El alma nacional en la obra de Ramón López Velarde

El alma nacional en la obra de Ramón López Velarde

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Ya es una buena costumbre volver en septiembre al poema mayor de Ramón López Velarde (1888-1921). Parece la compañía natural del “Huapango” de José Pablo Moncayo y, por supuesto, de la ritual evocación de los héroes insurgentes de 1810. Sin embargo, nada más lejano del sentido profundo de “La Suave Patria” que la celebración estridente y de grandes hazañas y protagonistas -exceptuando el sacrificio de Cuauhtémocdel ser de México.

La memoria del escritor recoge entonces otras esencias, aquellos sabores, olores y colores del paraíso provinciano de sus primeros años. Los cielos nupciales, las tierras coloradas, las viejas casonas que resguardan la virtud de las muchachas del pueblo. Un Jerez como microcosmos de la sangre devota y los secretos de la pasión.

Sus estudiosos y buenos lectores (entre ellos ni más ni menos que Neruda y Borges), no dejaban de maravillarse con los hallazgos de la magistral pieza literaria: los pájaros de oficio carpintero, el palacio del Rey de Oros de las minas, el relámpago verde de los loros, el establo escriturado por el Niño Dios, las campanadas que caen como centavos, el tren como aguinaldo de juguetería, el santo olor de la panadería, el río de las virtudes del mujerío, la carreta alegórica de paja…

Así, en la vida cotidiana del país, en la preservación de la sencillez, en la prolongación de sus costumbres elementales, se halla la salvación del alma mexicana. Lo dice el autor, sumariamente, casi al final de su poema: “Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario”. Y en el “Intermedio” –vale la pena recordar que el escrito está estructurado como una obra teatral- López Velarde nos lleva a un pasaje central de nuestra historia: el de la Conquista. La imagen es sensible y emblemática: “Moneda espiritual en que se fragua todo lo que sufriste: la piragua prisionera, el azoro de su crías, el sollozar de tus mitologías”. Y “los ídolos a nado”, todavía de una más extraordinaria plasticidad.

Entrañable legado artístico, “La Suave Patria” fue lo último que escribió López Velarde. Y con justicia es su composición más recordada tanto por los alumnos de los primeros grados escolares, como por toda una pléyade de admiradores del célebre zacatecano. Xavier Villaurrutia, Allen W. Phillips, Octavio Paz, José Luis Martínez y –entre muchos otros- Carlos Monsiváis y Guillermo Sheridan, dedicaron no pocas páginas a la obra maestra de nuestras letras cívicas.

Pero además, los versos lópezvelardeanos suelen traer otras afinidades. Y otras voces y escritos. Recuerdo ahora los dos libros de Luis Noyola Vázquez –crítico también imprescindible en el tema- que me regaló hace años, firmados por el autor, mi viejo amigo don Eduardo Arrieta Corral; el pequeño volumen con los comentarios al caso de Juan José Arreola; el disco LP con la declamación a propósito de Enrique Lizalde; las antiguas ediciones de “Senda Huraña”, de Jorge Adalberto Vázquez (prologado por RLV, 1917), y “Renglones Líricos” (RLV, 1950); las ilustrativas glosas de Eugenio del Hoyo; el espléndido “Álbum”, de Elisa García Barragán y Luis Mario Schneider, publicado en 1988. Imposible tampoco olvidar aquí a don Evodio Escalante Vargas, y la originalísima interpretación oral y musical que hacía del poema en diversos escenarios durangueños.

Ramón López Velarde murió a la edad de Cristo. Alguna vez visitamos su casa natal. Todo parecía el retrato de su creativa nostalgia. Releer “La Suave Patria” es volver a la tierra original. Es viajar al corazón de México.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS López, Velarde, Patria”, obra

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