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El origen de Casa Íñigo

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El origen de Casa Íñigo

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EL SIGLO DE DURANGO

ANTECEDENTES

Aunque la fundación de la Comarca Lagunera, a fines del siglo XVI, tuvo mucho que ver con la evangelización de los padres jesuitas ubicados en Santa María de las Parras, el desarrollo religioso de sus primeros pobladores se vio frenado por la urgencia de sobrevivir luchando contra el medio geográfico, hostil y desértico. Si a ello añadimos que muchos ávidos aventureros, guiados por el señuelo del "oro blanco" (el algodón), arribaron a La Laguna de casi todos los confines y culturas del mundo buscando fortuna para enriquecerse, es natural que nuestros antecesores permanecieran alejados de los mandamientos de Dios y las prácticas de la Iglesia llevando una vida disipada que ocasionó división y graves daños en los hogares laguneros. No obstante, los sacerdotes jesuitas permanecieron ejerciendo su misión en el centro del norte de México mientras se les permitió su residencia en el país.

Desde pequeño, observé esa disipada idiosincrasia masculina de mi tierra mirando los templos vacíos de hombres. Ellos, en los "años buenos", vivían derrochando sus ganancias sin pensar mucho en la religión, a pesar de que mi abuela materna - procedente de la católica España - me inducía a ser acólito de la Iglesia del Carmen - hoy Catedral de Torreón - y mi madre me enviaba a ofrecer flores a la Virgen durante el mes de mayo. Las iglesias estaban pletóricas de mujeres, pero ausentes de hombres, que por lo general, no se atrevían a pisar un recinto sagrado, salvo raras excepciones. Algunas de ellas fueron don Luis J. Garza y don José Q. de Miranda, quienes en 1939 concibieron la idea de fundar en Gómez Palacio el Instituto Francés de La Laguna, colegio de hermanos lasallistas, que tenía el objetivo de inculcar la cultura y el deporte en la niñez y juventud de La Laguna, pero fundamentalmente los valores cristianos. Así surgió este gran colegio donde cursé la primaria y la secundaria, y a lo largo de casi 80 años, ahí nos hemos formado miles de laguneros. Fundado el instituto, don Luis y don José entusiasmaron a otros amigos, entre ellos, a mi padre, Ernesto González Cárdenas, y a mi tío, Lic. Ángel G. Saravia, para que asistieran a un retiro espiritual de San Ignacio en el recinto de los Hermanos Lasallistas de nuestro colegio. Al terminar la enseñanza secundaria, yo me fui a estudiar bachillerato de administración de negocios al Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey de la Sultana del Norte, donde conocí al Padre José de Jesús Hernández Chávez, S.J. con quien hice gran amistad, convirtiéndolo en la capilla del Internado "La Silla", en mi director espiritual. Al término del bachillerato, mi padre me pidió que me fuera a la Ciudad de México a acompañar a mi hermano mayor, Ernesto, en la Universidad Iberoamericana, recién fundada por los padres jesuitas. Él, después de cuatro años de estudios, había salido del Seminario de San Cayetano por carecer de vocación sacerdotal e ingresó para terminar la carrera de Filosofía y Letras en la nueva Universidad Iberoamericana.

En 1955, antes de cumplir los 20 años de edad, contraje matrimonio con mi novia de toda la vida, Rosario Lamberta Montalbán. A mi director espiritual, el Padre Hernández Chávez, le confié el amor que sentía por ella tomando la decisión de casarme después de que me dio este consejo: "Cuando el corazón te diga que realices algo, pero la inteligencia te diga que no debes hacerlo, ¡no lo hagas!, detente; cuando la inteligencia te diga que debes hacer algo, pero el corazón te diga que no, ¡tampoco lo hagas!, ¡detente!; pero cuando el corazón y la inteligencia, juntos, te digan que debes hacerlo, ¡arrójate sin miedo y decídete a hacerlo!". ¡Cómo le agradecí al padre este consejo!, llevo casado con Rosario 63 años; procreamos cinco extraordinarias hijas que nos han regalado, a la vez, quince nietos y nietas y ocho bisnietos. Hemos sido inmensamente felices.

EL RETIRO ESPIRITUAL HISTÓRICO DEL INSTITUTO FRANCÉS DE LA LAGUNA

Recién casado, en 1956, escuché a mi hermano, Ernesto, y a mi tío, Martín Pérez Domene, comentar que pensaban invitar a mi tío, Juan Domene Milán - hermano de mi abuela María - a hacer unos ejercicios espirituales de San Ignacio, puesto que vivía sus últimos años en Monterrey, y desde su juventud, cuando llegó de España a fines del siglo XIX, se dedicó a trabajar en los ranchos de San Pedro de las Colonias como agricultor lagunero. Creo recordar que así surgió la idea de organizar unos ejercicios de San Ignacio, de ocho días, en el Instituto Francés de La Laguna, mismo sitio donde hacía quince años don Luis J. Garza y don José Q. de Miranda habían organizado el viejo retiro que relaté. Para dirigirlo, invitaron a venir desde Monterrey al R. P. José de Jesús Hernández Chávez, S.J.

Asistimos a esta tanda alrededor de 50 laguneros, entre los cuales se encontraba una docena de familiares invitados por Ernesto y Martín (mi padre, mi cuñado, Enrique Luengo, mis primos, Jorge García González, Bernardo González Domene y Enrique Corral Domene; mis primos políticos, Joel Canales, Jorge Fernández Orozco, David Backman y Enrique Garza Ancira). Invitaron también a otros amigos entrañables (José Ruenes Cortina, José Antonio Casas, Ronaldo Russek Furman, Edelmiro Morales, Guillermo H. Cantú y su padre; José Edmundo Gallardo y su padre; Federico Sáenz Larriva y su padre; Carmelo Montes y Jesús Martínez Gallegos). Ernesto también invitó a participar en el retiro a conocidos agricultores, como don Luis Gibert, don Horacio Madero - su suegro -, Ernesto El Teco Meléndez; a Pablo Quiroga, Ernesto Huerta Plaza, a tres amigos ex lasallistas de Lerdo de apellido Franco - Jorge, Felipe y Pedro -, así como a los doctores Pascual Hernández Román, Ricardo Hernández Chávez - hermano del padre -, J. de Jesús Gil Alonso, Manuel Mora Pérez, Carlos Finck, el Dr. Javier Aranda y a otros profesionistas y banqueros, como Guillermo Romo Jayme, Pablo López de la Rosa, Fernando Llama Hickman, Rogelio Madero, Otto Schott, José Antonio Vera, Salvador Torres Pérez y Roberto Arias Meza. Finalmente, también invitó al librero José Antonio Faedo, ex lasallista cubano. En total, completamos media centena de ejercitantes conocidos todos del medio social, agrícola y económico de la Comarca. Lo que nunca pensamos los asistentes es que nuestro Padre Dios derramara su abundante gracia en este retiro resultando una bendición para el desarrollo religioso de los hombres de La Laguna.

Afirmo lo anterior porque de allí surgió la idea de crear la Casa Íñigo, para ayudar, por medio de los ejercicios espirituales, a elevar la moral de los laguneros. El objetivo inicial fue "la elevación moral, intelectual y cultural de la Comarca Lagunera", finalidad que se cumplió cabalmente en el curso del tiempo. Desde luego, esta labor exigió múltiples esfuerzos y sacrificios en los últimos 60 años, no estando exenta de lucha y de contratiempos. Seguramente, la gracia de Dios se derramó como pocas veces porque la fundación de la Casa Íñigo coincidió con el advenimiento del CIAS (Centro de Iniciación y Acción Social), dirigido y asistido por nuestros inolvidables amigos sacerdotes jesuitas, el Padre Carlos de la Torre y el Padre David Hernández García.

El Padre Carlos de la Torre estableció el CIAS precisamente en la vieja casona donde vivió la numerosa familia de don José Q. de Miranda, ubicada en la esquina de la Av. Abasolo y la Calle Donato Guerra. No sólo eso, otra bienaventurada coincidencia fue el arribo a la Comarca de la Diócesis de Torreón dirigida por nuestro inolvidable primer Obispo, don Fernando Romo Gutiérrez. Como consecuencia, a la llegada de estos grandes generadores y promotores de la fe, surgieron múltiples obras sociales, como las Cajas Populares, la Escuela Técnico Industrial, el Movimiento Familiar Cristiano, el Movimiento por un Mundo Mejor y los famosos Cursillos de Cristiandad - movimiento en el que colaboramos como dirigentes, durante varios años, algunos ejercitantes de aquel retiro inicial en el internado del Instituto Francés de La Laguna - que ayudaron, con el tiempo y la colaboración de muchísima gente, a cambiar la conciencia de los hombres de La Laguna.

Hoy, 60 años después de sucedido aquel retiro, solamente contamos "con los dedos de las manos" a los sobrevivientes de aquella hermosa experiencia. No obstante, el milagro sucedió - como afirmé antes - después de una lucha feroz contra el espíritu maligno empeñado, desde un principio, en obstaculizar la secuencia de la gracia. La obra floreció después de mucha oración, entrega y esfuerzo de sacerdotes y seglares laguneros empeñados en el triunfo de la empresa.

Sólo cito algunos de los colaboradores que recuerdo porque me sería imposible mencionar a todos: desde luego, los Padres José de Jesús Hernández Chávez, León Franco Cisneros, Carlos de Torre, David Hernández, Ramón Gómez Arias, Salvador Álvarez Domenzain, Pablo López de Lara, Guillermo Cortés Figueroa, Hernán Villarreal Junco y Enrique Ponce de León, entre los jesuitas; además de los ejercitantes mencionados, recuerdo como colaborador a don Hilario Esparza - que donó dos hectáreas frente al lecho del río Nazas para construir la Casa Íñigo; a don Fernando Zertuche Madariaga - a quien se deben los trámites para la construcción de la capilla -; a don Enrique de Zunzunegui y Moreno - quien ayudó a construir el comedor -. Recuerdo también a Florentino Bustillo Bustos, Alejandro Gurza Obregón, Segundo Llama Hickman, Francisco Martín Borque, Zeferino Lugo, Bulmaro Valdés Anaya, los hermanos Emilio y Antonio Murra Talamás, el Lic. Raymundo Córdoba Zúñiga, Manuel García Peña, Manuel Díaz Rivera y muchos más que resultaría largo enumerar, así como a las extraordinarias damas dirigentes: Quina H. de Franco y María Rosa Ortiz de Bredée, que organizó varios eventos artísticos en beneficio de la Casa Íñigo. En algunos de ellos participé con el coro de la Rondalla Lagunera, como director y en dueto con mi hermano, Carlos Gerardo. Mi esposa, Rosario, y mi hermana, María Estela, también cantaron a dúo en la inauguración del comedor. Otras actividades en las que participamos bajo la batuta del Padre David Hernández fueron las famosas "Corridas de toros de Casa Íñigo" que llenaron la Plaza de Toros "Torreón" en varias ocasiones; en la primera, mi participación fue como "banderillero" de los matadores Martín Pérez Domene y Jacinto Faya; en la última, actué como matador de novillos junto a Cándido García Pérez, Carlos López Figueroa y Celso González. Decenas de laguneros entusiasmados por el Padre David participaron en muchos festejos y en la Feria del Algodón, donde se vendían los famosos "pollos de Casa Íñigo", cocinados por el Dr. Emilio Murra Talamás.

DOS HECHOS INEXPLICABLES

Termino esta breve reseña citando dos vivencias de hechos insólitos e inexplicables que nos estremecieron en ese tiempo y en los que advertimos la presencia obstaculizadora del espíritu del mal: el último día de retiro en el Instituto Francés de La Laguna, Sábado de Gloria, los ejercitantes nos encontrábamos felices, pero desesperados porque no hablamos durante varios días. Las monjitas, que ayudaban a los hermanos lasallistas, se habían esmerado para tener lista la capilla desde muy temprano y así poder celebrar la misa de término de los ejercicios. Desde el amanecer, instalaron una cortina morada tras el altar - como entonces se acostumbraba - para abrir la gloria. Habían colocado unos cordones laterales, con el fin de correr la manta morada en el momento preciso de abrirla; colocaron también dos grandes macetones alargados, a cada lado del altar, con agua y cubiertos de flores. Eran aproximadamente las 8:00 de la mañana y los únicos dos ex seminaristas ejercitantes eran Ernesto y el Sr. Romo, que lógicamente actuarían de acólitos para ayudar al padre durante la misa. A la hora señalada para abrir la gloria, jalaron el cordón de la cortina con tan mala fortuna que éste se enredó en el pesado Cristo del altar, de bronce, y cayó directamente en la frente del oficiante, el Padre Hernández Chávez, pegándole, descalabrándole e hiriéndole tan severamente que quedó inclinado, casi sin sentido, sobre la mesa del altar. Ante esta sorpresa, todos tratamos de ayudar, pero Ernesto tropezó con uno de los macetones derramando agua y provocando con los cables de electricidad un cortocircuito que comenzó a incendiar el piso. Para colmo de males, el acólito Romo intentó retirar los cables eléctricos, quedándose "prendido", brincando y gritando por los "toques", lo que provocó la risa histérica de los ejercitantes, que habían permanecido callados durante varios días, y originó un contagio general de exaltación a carcajadas que incluyó a los hermanos y a las monjitas; con una gran falta de respeto, dejamos solo al padre en la capilla. ¿Quién provocó todo este episodio cómico-grotesco? El Padre, repuesto al terminar la misa - no sé si en broma o en serio -, con un parche en la frente, nos dijo durante el desayuno de despedida: "fue el diablo que estaba muy enojado por el fruto del retiro y por el bien que se irradiaría en la Comarca…".

La otra vivencia me la platicó Fernando Llama Hickman - testigo del hecho inexplicable -. Me dijo que cuando el señor Obispo, don Fernando Romo Gutiérrez, bendijo por primera vez el recinto de la Casa Íñigo, al echar con el hisopo el agua bendita sobre la pared del primer cuarto que mira hacia el seco lecho del Río Nazas, se produjo un estampido y se cuarteó la pared. El hecho tampoco tuvo una lógica y humana explicación. Pero lo cierto es que hoy, después de 60 años corridos, vemos a los hombres y a las mujeres juntos en los templos de la Comarca Lagunera.

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Escrito en: SIGLOS DE HISTORIA José, Hernández, Padre, Casa

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