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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

"Esta noche no -dijo la excepción-. Tengo la regla". La esposa de Abdulá le preguntó irritada: "¿Por qué cada vez que va a venir mi mamá me sales con que tienes que ir a la Meca?". Don Gerontino, señor de muchos años, cortejaba con discreción a la señorita Himenia, célibe igualmente de madura edad. Una tarde ella le ofreció una copita de licor de grosella, y luego él se sirvió por cuenta propia tres o cuatro más. Animado por esas libaciones el provecto galán le dijo a su anfitriona: "Amiga mía: aunque vea usted invierno en mis canas y otoño en mi rostro, quiero que sepa que en mi corazón late todavía un cálido verano". Respondió la señorita Himenia, que también había bebido varias copas de aquel travieso licor: "Preferiría yo ver un poco de primavera más abajo". ¿A dónde irían a parar los grandes cuadros que pintó el hermano Frías en Saltillo? Los hizo para adornar los muros del salón de actos del templo de San Juan Nepomuceno, donde oficiaban los sacerdotes ignacianos. Humilde artista era él, tanto que ni siquiera solía firmar sus obras. Yo tengo una pintura pequeñita suya en que se ve el paraje saltillero llamado Los Ojitos, florido valle surcado por acequias en cuyas aguas mojé mis pies de niño. El hermano Frías fue discípulo del padre Carrasco, pintor insigne que dejó en aquella iglesia de la Compañía cuadros meritísimos acerca de la pasión de Cristo. Los lienzos que plasmó el alumno representaban la llegada de Colón a España después de su viaje al nuevo mundo. El Almirante mostraba a los Reyes Católicos las riquezas que para ellos descubrió: oro y pedrería; aves y animales exóticos; aborígenes de cuerpos morenos, ellos con grandes penachos; ellas con rutilantes joyas. Entre quienes miraban tales maravillas estaba un españolito de agraciado rostro. Era mi padre, que siendo alumno del Colegio de San Juan posó para el hermano Frías. Los cuadros de este ignorado artista desaparecieron cuando se hizo una remodelación del templo. Si alguien sabe dónde están le agradeceré con todo el corazón que me lo diga, para poder contemplar una vez más la imagen de mi padre. Hoy es el día que antes se llamaba "de la Raza", luego "de la Hispanidad" y ahora no sé qué nombre lleva. El héroe que alguna vez fue el Descubridor es visto hoy como villano, pues se dice que su hazaña trajo consigo la Conquista, en que tan grandes crímenes se cometieron, y luego la prolongada dominación de España, llena de abusos contra los indígenas. Así las cosas, lo políticamente correcto en este tiempo es deturpar a Colón. En la Ciudad de México su estatua será otra vez objeto de maltratos, y habrá danzas y sahumerios en su deshonor. Y, sin embargo, el genial marino es uno de los más notables personajes de la historia. Hombre visionario, su audacia tiene pocos parangones, tan grandes fueron las consecuencias de su descubrimiento. Yo asistiré con una sonrisa depravada, como el poeta de Jerez, a las ineptitudes de la inepta cultura, y seguiré mirando a Colón con ojos de niño, de aquel niño que en la figura de mi padre pintó el hermano Frías, y que veía con asombro los prodigios del portentoso mundo que el genovés halló. Meñico Maldotado, joven con quien natura se mostró avara en la parte correspondiente a la entrepierna, casó con Pirulina, muchacha sabidora. La noche de las bodas él dejo caer la bata de popelina verde que su mamá le había confeccionado para la ocasión y se presentó por primera vez al natural ante su flamante mujercita. Ella miró atentamente la aludida parte y luego preguntó irritada: "¿A quién piensas que vas a satisfacer con eso?". Meñico respondió con una gran sonrisa: "A mí". FIN.

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