Óleo de Francisco de Urdiñola como Gobernador de Nueva Vizcaya. (Ca. 1610)
La historia de la forja y civilización del norte de México y de lo que a la postre sería el sur de los Estados Unidos, bien puede definirse como la historia de los grandes esfuerzos. Y la épica de los grandes esfuerzos corresponde por igual al arrojo individual de algunos hombres a quienes tocó la tarea de encabezar a muchos.
Entre los muchos, hubo un hombre que por su carácter y arrojo logró encumbrarse pasando, de ser un pequeño terrateniente y un simple soldado, hasta llegar a detentar para sí una de las extensiones de territorio más grandes en la historia de América, por su propia mano: Francisco de Urdiñola y Larrunbide
Hijo de Joannes de Urdiñola e Isabel de Larrunbide, nacido en el año 1552 en las cercanías del valle de Oyarzun, en el poblado próximo a Santiago de Guipúzcoa, en el País Vasco, Urdiñola perteneció a aquella generación de hombres que desafiando los peligros de su tiempo y el natural temor a lo desconocido, dejó la placidez de los campos verdes y las nieves para lanzarse a lo que, en sus propios términos, ellos y muchas generaciones de compatriotas suyos llamarían simplemente "ir a hacer la América".
Durante muchos años, en México se sostuvo erróneamente que el significado del apellido Urdiñola no era otro sino el de "herrería azul", sin embargo, cabe precisar que la grafía original peninsular no era otra que Urdinola sin la "ñ" y su significado real es el de "herrería", a secas.
Así pues, emulando la hégira propia de los peninsulares al Nuevo Mundo, tanto como el ánimo emprendedor que desde entonces caracterizara a todos los oriundos de su región, Urdiñola llegó a la Nueva España en la década de 1570, contando con escasos 20 años de edad y en el momento justo en que se daba por inaugurada una época de promesas para el naciente Imperio Español tanto como para sus súbditos de ultramar: tras la ocupación de la ciudad México-Tenochtitlan por parte de Hernán Cortés y miles de indígenas de distintas tribus, los años de sangre y opresión de los mexicas habían llegado a su fin.
Con el mestizaje, producto de la mutua convivencia entre los peninsulares y los naturales, nació un Nuevo Mundo, y tras la instauración formal del Virreinato se abrió la pauta para establecer nuevos fundos en tierras agrestes, así como para extender por igual tanto la imaginación como la civilización más allá de las llanuras semiáridas que se extendían hacia el norte.
Alentado seguramente por el ejemplo aventurero de Francisco Vázquez de Coronado y su épica exploradora en Nuevo México, fue que el joven vasco tomó la iniciativa de partir de las tranquilas y ricas tierras del centro del Virreinato, internándose en el norte semiárido a la búsqueda de mejores horizontes. Continuaremos con esta interesantísima historia la próxima semana. Hasta entonces.
