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Sobre los rostros de Duchamp

Sobre los rostros de Duchamp

SAC NICTÉ CALDERÓN 27 oct 2023 - 08:52

Yo, como la Leonora de Poniatowska, creo que en las salas de los museos hasta el polvo es mágico y me siento en mi elemento, 'curiosa y confiada a la vez'. Guardo siempre los momentos en que la pintura me ha dejado sin aliento (la primera vez que vi las Pinturas Negras y Las Meninas, los 10 Picassos del Kunstmuseum en el Prado, la retrospectiva de Carrington en el MAM, los viernes que pasaba en la Galería 618 entre cuadros de Cristina Sandor y Carlos Cárdenas, entre otros) y la semana pasada lo volví a experimentar.

Buscando algo más me encontré rodeada de pronto de las criaturas de Ale Duchamp y, parada a mitad de la sala vacía, sin salir de la extrañeza ('como de sueño despierto con los ojos bien abiertos, como si nos hubieran cancelado los párpados', diría Fresán), comencé a escribir esta columna.

'Los rostros de Duchamp' es una exposición que actualmente se encuentra en el Museo de Historia y Arte Palacio de los Gurza. Mi primer instinto, como curiosa irremediable, fue conseguir su número, marcarle y preguntarle por qué firma como Duchamp si a mí me hace pensar en Bacon, pero a último minuto elegí seguir lo que él mismo plantea en la publicación de Facebook en la que muestra su autorretrato, el mismo que cuelga en la sala de los Gurza: voy a seguir mi intuición y, como siempre, voy a dejar que los cuadros me hablen.

Y sus cuadros me hablan de Picasso y también, insisto, de Bacon. No quiero usar la palabra 'diálogo' porque en el arte de Ale Duchamp sus influencias quedan sólo como el espacio desde el que despega su estilo particular. Pienso en 'Toda esa carne pintada', el mejor artículo sobre pintura que se ha escrito, de la autoría de Rodrigo Fresán, sobre la retrospectiva de Bacon en el Prado, y decido releerlo para tratar de entender por qué mientras miro a Vladimir y a Juntacadáveres en todo lo que puedo pensar es en el rostro del Estudio según el Papa Inocencio X de Velázquez. Fresán escribió: 'los motivos de Bacon son modernos, pero las motivaciones que regían sus pinceladas y sus colores tenían la densidad y el peso de lo clásico', esa es, desde mi punto de vista, la marca de un gran pintor. Y esa es la marca de la exposición de Duchamp.

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'Yo sólo intento quitarme imágenes del sistema nervioso con la mayor exactitud que me sea posible', dijo Bacon alguna vez.

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Aunque en 'Los rostros de Duchamp' aparecen también personajes borgianos (uno de mis cuadros favoritos es Pierre Menard, autor del Quijote), es imposible hablar de esta exposición sin mencionar la aparición de varios de los habitantes de Santa María, ese lugar que es el núcleo de la literatura de Juan Carlos Onetti, ese universo paralelo que representó la búsqueda en el acto creador para el escritor uruguayo. Después de la visión fantasmal de su autorretrato (otro de mis cuadros favoritos), fue la aparición de Juntacadáveres la que me dejó anudada a la muestra. '¿Cuáles son las posibilidades de que esto sea sólo una coincidencia y no una referencia a Onetti?', me pregunté. La respuesta me llegó de forma inmediata: ante mí aparecieron Larsen -la acertada decisión de mantener un cuadro al lado del otro-, Brausen, El Pozo, Angélica Petrus.

El que la pintura de Duchamp esté habitada, principalmente, por personajes de Borges y Onetti, los narradores que revelaron 'a finales de la década del treinta, una ruptura definitiva con las formas tradicionales de narrar', según Hugo Verani, amplía lo disruptivo de su pintura y confirma, aún más, su carácter de pintor universal.

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'Muy próxima a la suya, estaba la cabeza de Junta [...] los ojos salientes, la nariz vencida profetizando la derrota, con la periódica, casi imperceptible contracción de la boca hacia la mejilla derecha', escribió Onetti en Juntacadáveres.

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Ahora, lejos de esa sala de exposición, pienso en su autorretrato y en el cuadro titulado Ale Duchamp: imagino al pintor como ese Onetti compañero de oficina en 'La vida Breve', como ese Bacon fantasmal que Fresán creó para el Prado: pasando las noches en vela en los Gurza, observando a sus personajes saltar del papel Canson, recorrer el museo arañando, los labios finalmente descosidos, murmurando en su propio idioma.

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