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LETRAS DURANGUEÑAS

Lorenzo Ortega Flores se hace camino al andar

Lorenzo Ortega Flores se hace camino al andar

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA 19 ago 2024 - 04:03

Entre los escritores a quienes la voz de su tierra llama en busca de su expresión más auténtica, nos hallamos con la obra del profesor Lorenzo Ortega Flores (Potrerillos del Casco, municipio de San Dimas, Durango). Se trata de un cronista natural, un cultivador fiel de la memoria de su gente, y ya con una producción editorial por demás estimable en la poesía, el artículo periodístico y los libros de recuerdos. Una justa valoración de la suma de sus títulos sería muy oportuna (los maestros rurales, los cantantes populares, las labores docentes han merecido su atención); sin embargo, en esta ocasión -por cuestión de espacio- me referiré especialmente a uno de sus libros, "Autorretrato. Anécdotas y narraciones de la sierra durangueña (Segunda parte), H. Congreso del Estado de Durango, 2021", sabiendo bien que la misma generosidad del autor, al abrazar su filiación histórica y cultural, los abarca a todos.

Porque, digo en principio, que no cabe duda que hay hombres y mujeres que enaltecen sus orígenes, dan cuenta en sus páginas incluso de los más humildes entre los suyos, aquellas personas que recobran su verdadera dimensión humana a través de la tinta y el papel. Pasar también de la observación de un ave lugareña, un viejo camión trocero, a los personajes que habitaron unos años determinados. Se aparta la semilla de la espiga y recuperan así épocas, presencias que fueron vigentes para después celebrar una herencia cuantitativa y, sobre todo, cualitativa: un buen maestro allá en la montaña más agreste, el hacer Patria con enormes dificultades. Asombra ver la lucha por la vida de todas esas personas nobles de la sierra. Conmueve que en aquellas latitudes, donde falta de todo, se oiga la palabra de la poesía coral en la nueva tonalidad de los niños y las niñas, entre los arroyos cristalinos y el verde tornasolado de los pinos.

Una metáfora nos puede servir para ilustrar la índole de la escritura de este autor: Hacer caminos, reseñar las brechas que se van abriendo gracias al trabajo minero y maderero; registrar la tarea política -atender las necesidades de los demás- en las propia zona de las quebradas, darles identidad por primera vez a los indígenas mediante sus actas de nacimiento en algunas comunidades. Lo decía bien el poeta: "Caminante no hay camino, se hace camino al andar". Y el andar para el profesor Lorenzo Ortega Flores ha sido arduo e interminable, pero al final asimismo satisfactorio. Ahí están las huellas que recoge el cronista, desde el esfuerzo empresarial de don Fermín Núñez, hasta el hombre pintoresco y cotidiano, para arribar al aprecio de un líder memorable como Carmelo Gurrola o al afecto también por un funcionario público ejemplar, el profesor Raúl Silva García, en el cumplimiento de sus responsabilidades, sin faltar el colega escritor José Ramón González León. Y siempre con la fragancia de una planta bien sembrada: el cariño familiar que más temprano que tarde da sus frutos en la convivencia de la comunidad. En la lejanía, las costumbres solidarias se vuelven recias esperanzas. Horizontes.

Con una prosa limpia, la del que narra con la sencillez del corazón, el autor nos describe:

"La luz del día se fue extinguiendo irremisiblemente. En un momento dado requerimos del uso de los fanales del vehículo para tomar aquella enorme bajada de tan sinuosa brecha a la que llaman carretera, pues en verdad era un angosto camino con abundantes capas de polvo blanquesino, donde apenas cabían dos vehículos encontrados". Tayoltita, San Miguel de Cruces, el emblemático "Pueblo de madera", Pueblo Nuevo, Mezquital, son solamente algunos de los nombres de añoranza en este volumen.

Como toda obra que sea una muestra de la realidad más dura, el relato no se olvida de su parte imaginaria. Se incluyen de esta manera, además de los retratos personales y profesionales, también ecos de leyendas, en donde al igual puede aparecer lo entrañable, como la historia de la mula Filomena o la tragedia más violenta. Me ha parecido interesante, por ejemplo, "El profe viajero", porque guarda parecido, siendo tan original, con el cuento "Luvina", del célebre Juan Rulfo. El maestro es enviado a alfabetizar una región -en este caso indígena- para encontrarse luego en medio de una pesadilla. En el de Rulfo, el profesor y su esposa se toparon con la indiferencia y la soledad; en la narración del autor duranguense, el maestro es solamente "Testigo ocular", así lo llama, de un crimen atroz, como resultado de un enfrentamiento entre dos hombres ebrios, a causa de una mujer (con habilidad no se aclara si ella es víctima o también culpable del hecho sangriento). Uno como lector agradece que se ponga el dedo en la llaga de algo que todavía tenemos que resolver.

De sus fotografías, entre varias, y si de escoger se tratara, prefiero tres: el del viejo Teatro Alameda, de San Miguel de Cruces; el del antiguo camión con un solo tronco, y principalmente, el de unas indígenas del Mezquital, al pie de un gran árbol y con un burro a la distancia. Una pintura extraordinaria del Durango profundo.

Finalizo sin concluir este prometedor recorrido. Con una nota feliz. En un acto de justicia, y de gente de bien, como hemos dicho, la Biblioteca Pública Municipal de Tayoltita lleva el nombre del "Profesor Lorenzo Ortega Flores". Enhorabuena. ¿Y qué decir de la respuesta del nieto de nuestro autor, Jorge, quien ante la pregunta sobre el parentesco con el distinguido personaje, él ha contestado con la elocuencia ya peculiar de la familia: "Sí. Es mi abuelo. Todavía vive y se dedica a escribir libros...".

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