Entre la cera caliente y la autoestima
Hablemos de las pequeñas torturas que muchas mujeres soportamos en nombre de la belleza. Ser mujer y querer verse bien básicamente parece el camino al Nirvana (o al trauma) Depilarse no es autocuidado, es una prueba de resistencia.
Todo empieza con un inocente: "Voy a depilarme, no puede ser tan grave". Te arrancan los pelos con lava tibia mientras una señora sonríe y dice: "¿Te duele?" Obvio, señora. Me está quitando la dignidad en tiras de cera. La cera caliente es lava disfrazada.
Esa mujer sonriente que te dice "relájate" mientras sostiene una espátula de cera está básicamente canalizando a Rambo. Y cuando la arranca, tú dejas el alma en la camilla, juras en arameo y ves pasar tu infancia en cámara lenta. Pero claro, sonríes al final porque te quedó la pierna "suavecita" pero también reflexionas: tú solo querías depilarte las piernas y terminas cuestionando tu existencia...
Las cejas en una mujer pueden ser arte, precisión o una posible destrucción facial. Una ceja bien hecha puede levantarte la cara y el autoestima.
Una mal hecha puede hacer que parezcas eternamente sorprendida o como si conspiraras contra el gobierno, con un pelito mal arrancado y pasas de modelo a villana de Disney.
La depilación de cejas no solo requiere pinzas, paciencia y precisión de neurocirujano: también implica saber cuándo parar. Porque si te pasas con dos pelitos... ya es tarde. Ahora eres una esfinge egipcia.
Y el láser... eso es básicamente pagar para que te disparen en el pubis con un rayo del futuro, suena moderno, efectivo y glamoroso.
Hasta que estás semidesnuda en una sala con gafas raras mientras alguien te apunta con un dispositivo que básicamente te electrocutará el folículo.
Y ahí estás, pensando: "Estoy pagando porque me disparen en la ingle. ¿Esto es evolución o decadencia?"
El combo trampa es el de maquillaje, uñas, cremas: Te compras una base porque la chica del stand dijo "te va a dar luminosidad". (aunque ni agua bebas)
Te haces uñas en gel: te duran 3 semanas, pero el proceso para quitarlas es más largo que una relación tóxica.
Te compras una crema carísima con baba de caracol de Tíbet: no te quitó las arrugas, pero te dio paz espiritual (por el olor a lavanda).
¿Y por qué lo hacemos? Porque nos gusta. Porque a veces sí, nos da seguridad. Porque hay algo poderoso en sentirnos bien con nosotras mismas.
Porque sí, porque a veces da gusto verse divina... aunque en el proceso quedes traumada y con olor a lavanda y sufrimiento.
¿Es justo? No siempre.... ¿Cansa? ¡Mucho! ¿Vale la pena? A veces sí, a veces queremos prenderle fuego a la pinza de cejas.
Pero al final del día, con o sin maquillaje, con bigote o sin él, somos una obra de arte... aunque nos haya costado unas lágrimas y un par de pelos menos.
