Conciencia de la herida
La rueda de los días se pone en marcha sin saberlo. Un hombre crece y, en cierta fecha que ignora, deberá decantarse: elegir cuál será el rumbo que imprima (o intente imprimir) sobre su mapa. La palabra lleva la delantera en una doble significación: otorga sentido, que puede entenderse tanto como dirección como significado, a la existencia. Esta es una de las cosas que trata de decir Petronilo Amaya en este libro: (Uni)versos flotadores.
El título mismo encierra una ambigüedad fértil. Por un lado, sugiere una unidad que se fragmenta: el universo convertido en versos, y estos, a su vez, suspendidos, en tránsito, en un estado de inestabilidad que los aleja de toda certeza. Por otro lado, implica una poética deliberadamente móvil, donde el poema no busca fijar significados, sino acompañar el vaivén de la existencia. No se trata de domesticar la realidad, sino de dejar constancia de su fuga, de su pulsación. La flotación aquí no es naufragio, sino navegación sin mapa, a merced de las mareas interiores.
No se puede obviar la sentencia de Heidegger que dicta que "el lenguaje es la casa del ser". También nuestra casa -las palabras que se erigen- ha de ponerse en marcha: el (des)ciframiento de ciertas melancolías, autorretratos, lugares, sueños, para salvarlos de los días que pasan. Así podrá decirse, como sugiere el poeta, que escribimos porque "todas las horas han sido crueles", para salvar algo de todo lo que se marcha sin retorno.
Hay una forma de autobiografía velada en este libro: no una cronología de hechos, sino una cartografía emocional que se despliega en fragmentos, imágenes, pequeñas iluminaciones. Las secciones funcionan como estaciones de paso: la infancia como enigma original; el amor como vértigo y pérdida; la palabra como refugio, interrogación y, a veces, herida. No hay impostura en estos poemas: la voz que los dice es consciente de sus límites, de sus propias grietas, y quizá por eso conmueve. Es una voz que se permite la duda, el temblor, la pausa. Pero ¿qué ocurre cuando esa casa se tambalea, cuando sus cimientos -el amor, la infancia, la música, la propia identidad- parecen resquebrajarse? La respuesta, si acaso la hay, no es sencilla. Laberintos verbales y de tiempo se levantan ante nosotros y adentro nuestro, y la misma sucesión de los hechos figura un destino. Este libro se desliza con la lógica tenue del recuerdo, de la pérdida y de una lucidez contenida, dibujando finalmente un círculo en que otra vez despertarán los viejos instintos y habrá nuevas cosas por las cuales valga la pena estremecerse.
Hay en esta poesía una conciencia de la herida, pero también de lo lúdico, del estremecimiento que puede provocar aún la caricia o la música de un nombre. En "Fugas", por ejemplo, el lenguaje adquiere una cualidad de ancla: las palabras -escritas, pronunciadas, recordadas- son a la vez salvavidas y testimonio de lo que alguna vez fue hogar. En "Breve amor", la pregunta por el fin del sentimiento no busca una respuesta definitiva, sino que se abraza al misterio de su desaparición, como si el amor fuera algo que nos deja incluso antes de que lo notemos. Y aún: que si nos deja, volverá bajo la forma de otros labios y de otro rostro que posiblemente algo tendrá de conocido.
Lo flotante en estos versos no es señal de superficialidad, sino de levedad en el sentido más profundo: el que propone Ítalo Calvino como virtud literaria. Flotan porque han sido arrancados del peso muerto de los días, porque sobreviven a los naufragios íntimos. De ahí que el "Pase de salida", sección final, evoque ese amuleto interior que es el ser niño todavía, incluso cuando el mundo se ha vuelto difícil de habitar.
Lejos de la grandilocuencia, Amaya apuesta por una poesía que observa en lo íntimo una resonancia universal. A menudo, un solo verso basta para contener una escena entera, un gesto, un desmoronamiento. Su escritura, precisa pero abierta, invita a la relectura: no por oscuridad, sino por profundidad. Cada poema parece estar escrito con la intuición de que toda experiencia verdadera es inacabada, y que el poema no debe clausurarla, sino acompañarla. En ese sentido, este libro es una bitácora de lo vivido, lo soñado y lo perdido, escrita con la claridad de quien ha mirado de frente el paso de los días y ha decidido, sin dramatismo, seguir escribiendo.
(Uni)versos flotadores es un libro de pasajes: pasajes entre tiempos, entre emociones, entre cuerpos y entre silencios. Y como todo libro de tránsito, nos deja a la deriva con las palabras como única brújula. Que flote, entonces, y que alguien más lo encuentre. (El autor de este artículo es oriundo del estado de Chiapas).