Las hojas creativas de Alejandra Peniche
¿De dónde surge la necesidad de contar una historia? El cúmulo de recuerdos, la felicidad y el dolor que no quieren irse para siempre, la voluntad de darle forma a una serie de episodios testimoniales...imágenes al principio, pues, dispersas y carentes de un sentido integrador. Para después mirar una figura que va apareciendo gradualmente en la página blanca.
¿Fuimos aquel niño? ¿Así pasaron las cosas? ¿O son las transfiguraciones de la nostalgia? A ciencia cierta no lo sabemos. Pero en todo caso -visto desde aquí- se despliega ante nosotros un rostro que reconocemos. Se mira entonces un personaje que se nos parece, y al mismo tiempo guarda otros rasgos que ya nos son ajenos a través de la expresión literaria. Porque el escritor al crear multiplica su propio yo. Se pinta a sí mismo en una caja de espejos.
Ahora el lector da cuenta de este viaje por la realidad y las invenciones de la escritura. La actriz Alejandra Peniche -una de las mujeres más bellas de la televisión en los años ochenta- presenta "Intimidades de café", su primer libro ("Alejandra había pedido su café doble; deseaba recordar un buen rato con los ojos bien abiertos"). Se trata, ya se ha anunciado su naturaleza, de una novela en base a una vida, desplegada por dos vertientes: la proyección de lo personal y el tratamiento del aprendizaje literario.
Actriz, sí. Antes modelo en las elegantes empresas El Palacio de Hierro y El puerto de Liverpool, entre otras. Sin embargo el reconocimiento le llegará cuando conoce al memorable actor argentino Raúl Astor, residente en México por décadas, y a quien ella le guarda la misma admiración y gratitud de cuando trabajó con él. Con talento y un hermoso rostro destacó en la pléyade luminosa de mujeres muy atractivas, en el programa No empujen, como Elizabeth Dupeyrón, Elizabeth Aguilar y Olivia Collins. Resplandeciente bajo aquellos reflectores, nuestro personaje nunca dejó de lado su sencillez y la sensibilidad con la que toca todo lo que le rodea. Devota del trabajo, de las alegrías compartidas, escribe-describe -al suave paso del tiempo- algunas estaciones de su camino existencial: la niñez y sus aventuras, el descubrimiento de la amistad, la vida de pareja, la compañía amorosa de sus hijos. Y la muerte de seres queridos, con sus cargas de sufrimiento y sus misterios inescrutables.
Por cuestiones de trabajo, Alejandra Peniche estuvo hace un par de años en Durango por varios meses, impartiendo las lecciones de su profesión artística. Así tuvimos la fortuna de tratarla, ya que ingresó también en nuestro taller literario -sábado a sábado- y nos llamó la atención su extraordinaria disciplina: siempre puntual, libreta y pluma en mano y sobre todo con una disposición festiva al conocimiento de los recursos técnicos del relato. A la semana siguiente presentaba sus escritos; no daba tregua a sus actividades narrativas mientras nos volvíamos a encontrar. Se ganó el cariño de los compañeros y compañeras, con una humildad que mucho después comenzó -a petición nuestra- a hablar sobre sus participaciones en televisión.
Y aquí está la prueba de su labor infatigable. La historia que se vierte en idas y vueltas, en una cronología amparada solo por las evocaciones, invariablemente al aroma de su taza de café, sin olvidar las cavilaciones de la digresión, la impronta poética ("¿Por qué será que en los días nublados siento tanta nostalgia? Es como una brisa suave, ligera que te atrapa; es el sol dormido que te acerca a la lectura o a una buena película; es el pijama calientito a es la lágrima que se derrama"). Es el despertar de una adolescente en medio de sucesos más abarcadores como los viajes a la luna o los sabores del pan bendito. Sueños de muchacha, experiencias de mujer atenta a los días y a las noches que se abren como un bosque encantado y misterioso.
No leemos novelas, las novelas nos leen. Alejandra Peniche nos invita a su casa de palabras. (Prólogo al libro de referencia, de próxima publicación).