Leyendas duranguenses: la 'apuesta' en el Panteón de Oriente
En la época de historias y mitos que pululan por las calles antiguas de Durango, una narración retumba con violencia y misterio, la apuesta que cinco amigos hicieron para ingresar al Panteón de Oriente, una leyenda urbana que cautiva con su mezcla de valentía, temores y destinos fatales.
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Orgullo, desafío y valentía
En el cierre de 1899, el Hotel Richelieu albergaba en su planta baja una concurrida cantina, frecuentada por la élite social duranguense. Entre copas y versos, cuatro hombres, Luis, Manuel, Raymundo y Javier, y un quinto que oficiaba como árbitro, Rafael, cultivaban rivalidades honoríficas, competir por quién bebía más, quién conquistaba más mujeres, quién sobresalía con la pluma o quién se imponía en apuestas. Fue en esa misma cantina donde Raymundo lanzó el idea temeraria, entrar en plena noche al cementerio.
Aceptado el reto, se fijó la apuesta, aquel que no aguantara debía pagar cinco pesos de oro a los demás, el vencedor recibiría diez. Una suma considerable para esa fecha, destinada a acrecentar la presión emocional del reto.
La prueba del cementerio
En la noche del 31 de octubre, los cinco compañeros acudieron al Panteón de Oriente. Se planteó que el primero que ingresara al camposanto debía clavar una estaca al extremo opuesto, el segundo debía llevar la estaca como prueba, el tercero y cuarto repetirían el esquema. Rafael, designado tesorero, quedó fuera del peligro directo.
Manuel entró primero, soportando el peso de la oscuridad y de sus propios miedos, clavando la estaca con decisión. Luego Raymundo sorteó la barda y accedió por un terreno baldío, hallando la estaca y saliendo apresurado tras escuchar murmullos inanimados. Javier fue el tercero en entrar, su cuerpo temblaba, su paso era lento y cuando procedió a clavar, sintió una fuerza que le jalaba la capa desde la tierra. El terror lo venció, sufrió un infarto y murió solo en la penumbra del camposanto.
Quien fue enviado a auxiliarlo fue Luis. Al hallar el cuerpo, la conmoción y el miedo lo abatieron, desencadenándole también un colapso fatal. Ni Manuel ni Raymundo lograron recobrar a sus amigos, al adentrarse nuevamente hallaron ambos cuerpos sin vida, y descubrieron que Javier se había clavado su propia capa en el intento de defenderse.
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Leyendas urbanas duranguenses
Hoy, este relato persiste como advertencia y fascinación en los pasillos de la memoria colectiva duranguense. En el Panteón de Oriente, cada sombra parece susurrar aquellas noches en que el honor se midió con valentía extrema y muerte.
Cada quien recuerda a Javier y a Luis como víctimas de su propio impulso y a Manuel y Raymundo como sobrevivientes marcados por el terror. Tal como muchas leyendas urbanas, esta historia no ofrece una versión única ni una fecha comprobada, pero su fuerza radica en el relato colectivo que la mantiene viva.