Entre rezos, música y anécdotas, los habitantes celebran la presencia simbólica de quienes siguen siendo parte de su vida.
Cada año, el pueblo michoacano de Tzintzuntzan se convierte en un punto de encuentro entre la tradición y la memoria. En sus calles y cementerios, familias enteras preparan ofrendas para recibir a sus difuntos durante la Noche de Muertos, una de las celebraciones más representativas del país. Este 2025, el reportero gráfico de El Siglo de Durango, José Antonio Rodríguez, asistió a documentar esta expresión cultural que combina devoción, identidad y herencia indígena, y que mantiene vivo un legado transmitido de generación en generación.
Una verdadera celebración
La celebración tiene su origen en las comunidades purépechas, donde la relación con la muerte se entiende desde el respeto y la continuidad.



Durante la noche del 1 y la madrugada del 2 de noviembre, los panteones se llenan de luz, color y silencio compartido. Las familias decoran las tumbas con veladoras, flores de cempasúchil, comida, fotografías y objetos significativos, creando un paisaje visual que ha cautivado tanto a visitantes nacionales como extranjeros.
Las imágenes capturadas por nuestro compañero José Rodríguez reflejan ese equilibrio entre lo ritual y lo cotidiano, los preparativos de las ofrendas, la convivencia en los cementerios y los gestos de quienes, entre rezos y anécdotas, celebran la presencia simbólica de sus seres queridos.


En Tzintzuntzan, la Noche de Muertos no es solo una tradición, es una afirmación cultural que recuerda que el vínculo con los que se fueron sigue siendo parte esencial de la vida comunitaria.


