S I el inicio del primer mandato de Donald Trump en 2017 marcó el comienzo del desmantelamiento de la hiperglobalización económica, el arranque de su segunda administración en 2025 ha puesto los últimos clavos en el ataúd. El llamado "día de la liberación", 2 de abril, ya tiene su lugar en la historia como la fecha en la que EUA retrocedió su calendario a la década de 1930 con los aranceles más altos desde entonces. Lo que antes era apenas una sugerencia, hoy es evidente: la fragmentación comercial mundial se ha instalado oficialmente. La lógica de regiones económicas se asoma como una nueva realidad flexible e inestable.
En 2025 China mantuvo el intercambio comercial con Norteamérica a pesar de los aranceles de EUA. México, para alinearse con Washington, ha seguido la ruta proteccionista respecto a Pekín y Asia. No obstante, las tensiones entre los tres países del T-MEC han sido la constante desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca por múltiples razones: seguridad, migración, narcotráfico, balanza comercial, etc. Con todo, 2025 ha sido el año en el que México se ha erigido como el socio global más importante de EUA: nadie le vende y le compra más a ese país que el nuestro. Canadá, por su parte, puso fin al ciclo de diez años de Justin Trudeau, quien fue reemplazado en el poder por Mark Carney.
En Asia-Pacífico, la región más productiva del mundo, las fricciones diplomáticas entre China y sus socios Japón -que estrenó primera ministra, Sanae Takaichi, afín a Trump- y Filipinas complican la relación comercial, mientras el gigante asiático intenta hacer frente a la andanada arancelaria y a la desaceleración del crecimiento de su economía. El principal foco de discordia en la región está en Taiwán, centro neurálgico de la industria tecnológica mundial, sobre el que Pekín en 2025 ha sido más que claro: la isla pertenece a China y la reunificación plena es cuestión de tiempo. El segundo foco de tensión está en la península de Corea, con un Pyongyang cada vez más sintonizado con Pekín y Moscú y un Seúl cada vez más alineado con Washington y Tokio.
Por su parte, la Unión Europea se ha sumido en un extravío existencial: desde adentro crecen las fuerzas políticas euro-escépticas, mientras desde afuera se reproducen los desafíos. Rusia en el Este es vista desde Bruselas como una amenaza militar; EUA en el Oeste, como un aliado cada vez más distante y a la vez un reto económico y político, y China en el lejano Oriente, como un socio-competidor estratégico. Y en lo que define su papel en el nuevo orden, la UE ha acordado en 2025 entrar en estado de oxímoron: independizar su política exterior y de defensa de Washington... haciendo justo lo que Washington le exige, a saber, subir el gasto militar y comprarle más armas. Entre los pies de los caballos guerreristas está el Estado de bienestar, de cuya ruptura sacan raja los grupos extremistas de derecha.
En 2025 la multipolaridad dejó de ser una hipótesis para convertirse en la nueva realpolitik. El unipolarismo disfrazado de multilateralismo liberal de la era de la hegemonía estadounidense ha retrocedido frente al unilateralismo agresivo de las grandes potencias disfrazado de multipolarismo de equilibrio de una época de competencia por dominio sin hegemonía. Caminamos hacia una nueva era de revisionismo imperialista. EUA reclama por la fuerza el control de América Latina y el Caribe en una actualización de la Doctrina Monroe, así como Rusia lo ensaya con el espacio que considera parte del mundo ruso bajo la doctrina euroasianista de Aleksandr Dugin. Pekín hace lo propio con Taiwán bajo el principio de una sola China. Mientras tanto, el Círculo Polar Ártico se abre como la última frontera en disputa.
La nueva alineación estratégica de un mundo dividido ha cobrado forma en 2025. Occidente se reagrupa en torno a una OTAN más sometida a los intereses de Washington, mientras Oriente y el Sur global impulsan estructuras y ententes alternativas como los BRICS y la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS), como quedó constancia en la cumbre de Pekín de agosto-septiembre. La ONU llegó a sus 80 años inmersa en una crisis de credibilidad y legitimidad con la impronta ineludible de reformarse o caer en la irrelevancia.
El año que agoniza también ha dado testimonio del militarismo creciente en medio de la reactivación de viejos conflictos y la proliferación de nuevos enfrentamientos. Las paces que vende el presidente Trump como logros, no son tales. Son principios de negociaciones con un trasfondo imperialista. El ejemplo más claro es Gaza, en donde Israel continúa con la limpieza étnica para hacerse con el control total del territorio. Como hace poco más de un siglo, lo que está en juego sobre la mesa hoy es el acceso a recursos vitales, corredores estratégicos y mercados de consumo. La paz es lo menos importante para quienes impulsan las treguas de reagrupamiento.
En este sentido, las zonas críticas en 2025 fueron Oriente Medio, con un Irán replegado pero alistándose para el contraataque, un Israel engallado y una Siria que se reconfigura bajo un nuevo régimen liderado por un "exterrorista" respaldado por Washington; la región del Sahel en África, en donde la descolonización continúa en medio de terrorismo, guerras civiles y el afianzamiento de nuevos actores globales como Rusia y China; Europa del Este, en la que se libra ya una guerra mundial focalizada con la participación directa o indirecta de países de distintos continentes; Taiwán, sobre la cual Pekín se mantiene vigilante y cada vez más influyente, y el Caribe, en donde EUA despliega su armada so pretexto de combatir el narco.
Otros dos fenómenos se clarificaron en 2025. Por un lado, el populismo autoritario, ya sea de derecha o izquierda, ganó terreno frente a la democracia liberal disfuncional. Incluso en Norteamérica y Europa Occidental, otrora paladines de las libertades democráticas, los regímenes verticales, nacionalistas e iliberales se consolidan. La migración precaria se criminaliza. Se suspenden los derechos. El ejercicio del poder se torna más discrecional y personalista. Pero, por otro lado, la llamada generación Z despierta. Los hijos de este siglo y de la era digital se movilizan en varios países, tumban y cuestionan gobiernos, hacen valer sus demandas y ocupan espacios virtuales y reales. En 2025 se asomó también una nueva era de descontento social ante un futuro incierto en lo económico y en lo político.
Y mientras en 2025 se mantuvo la tendencia hacia el calentamiento global, con temperaturas extremas y fenómenos meteorológicos cada vez más destructivos, las innovaciones tecnológicas avanzaron en medio de un halo de promesa y amenaza, las cuales merecen un tratamiento aparte. En el último año del primer cuarto del siglo XXI, los conceptos que se afianzan y proyectan para 2026 son: proteccionismo, seguridad económica, multipolaridad, globalización fragmentada, iliberalismo y soberanía tecnológica y de datos y flexibilidad productiva.
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