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Rodolfo Elizondo

El pueblo soy yo: entre el populismo y la dictadura

Columnista invitado

RODOLFO ELIZONDO

El principal objetivo de Andrés Manuel López Obrador es controlar todo el poder que sea posible a través del engaño, la mentira y la destrucción de las instituciones. Lo único que le importa es ganar a cualquier costo las elecciones del 2021. Los demás problemas del país no están dentro de sus prioridades: la pandemia, la seguridad, la economía no son factores que le quiten el sueño porque, según sus datos, vamos muy, pero muy bien.

¿Qué explica esta disonancia entre la realidad y el discurso? El populismo. La palabra populismo se ha utilizado demasiado sin darle un significado preciso. Pero hay consenso en que el populismo es una forma concebir la política y de distorsionar la representación electoral.

Una de las principales caracterísiticas del gobernante populista es que siempre está en campaña. Y para esto el discurso se vuelve fundamental en el ejercicio de gobierno. Se gobierna a través de la palabra, y no de los hechos concretos; a través de los símbolos, y no de la política pública. Todos esto tiene un claro propósito: movilizar constantemente a la base electoral del populista. Necesita alimentar sus emociones a toda costa. Por eso el presidente López Obrador habla en promedio tres horas diarias, genera conflictos, insulta a los medios y a los periodistas, e insiste sobre cuestiones frívolas -la rifa del avión, la consulta para juzgar a los expresidentes- pero que tienen mucho sentido simbólico.

Para muestra, veamos lo que pasa actualmente. En uno de los peores momentos de su administración, somos espectadores de una relanzamiento total de lo que fue su campaña presidencial. Con todas las crisis que enfrenta -la de salud, la económica, la de seguridad- el proyecto de la 4T no va a cuajar, va a ser un rotundo fracaso y el Presidente lo sabe. Por eso necesita relanzar su gobierno, hacer más y más campaña y convertir a la mañanera en una arenga en la plaza pública. No importan los datos ni la realidad: lo que importa es el show, el circo, el espectáculo.

Lo más alarmante es que del populismo a la dictadura hay tan solo un paso. El populista distorsiona la idea de representación política. Normalmente la representación se concibe como un mandato por parte de los electores hacia el gobernante. Sin embargo, el populista entiende la representación de forma distinta, a saber: como la encarnación del pueblo en la figura del gobernante, lo cual distorsiona el sistema democrático. Al ser una encarnación del pueblo, él y sólo él sabe lo que piensa "el pueblo". Por tanto, los intermediarios entre él y el pueblo no son necesarios: las instituciones, la sociedad civil y demás entidades, incluso los partidos políticos, no solo sobran, sino que estorban. El Congreso se convierte en una mera oficialía de partes que gestiona lo que quiere el gran jefe. Paralelamente, el populista empieza a crear sus propias instituciones para destruir el pasado y consolidar su fuerza electoral.

Lo malo es que todo esto lleva a resultados terribles. Resulta en la concentración del poder en un solo hombre y la destrucción de las instituciones que tanto nos han costado a través de la historia. De ahí a la dictadura hay sólo un paso.

Escrito en: Rodolfo Elizondo populista, populismo, través, representación

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