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Don J eternamente

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MARCO LUKE

Ahí venía Don J.

Con paso firme a pesar de llevar cargando más de ochenta años sobre su espalda, su fuerza era sorprendente y admirable.

No lo detenía ni siquiera una operación de rodilla fallida, era un reto andar día con día, pero siempre resultaba ganador en su batalla diaria.

Sus achaques se quedaban esperando en algún rincón de la casa, mientras que su energía, su amor por la vida y el amor por sus nietas, le restaban años y motivaban su impetuosa vocación campesina. No dejaba un rincón de tierra sin sembrar.

No había una sola semana en la que no llegara a nuestra casa para regalarnos alguno de los productos de sus labores. No era solamente un bulto de frijol, o un costal de zanahorias, ni tampoco una reja de aquellos dulces duraznos, era más bien, la evidencia de un hombre trabajador, de un hombre que siempre se ganó la vida con honorabilidad y dignidad.

Nos reglaba entonces el fruto de su esfuerzo y un ejemplo de vida en cada bocado de lo que se cocinaba con esos vegetales.

Con justa razón, le escuchaba quejarse de mucha gente mucho más joven que él, porque se paseaban por las calles pidiendo dinero a cambio de nada, aunada la petición con la frase lastimera: "una limosnita por amor a Dios".

El amor a Dios se demostraba trabajando, y él todos los días de su vida lo amó y cumplió la misión que le encomendó en su vocación campirana.

Yo recordaba todo eso mientras lo veía acercarse a nosotros, mientras lo esperábamos fuera del edificio de la presidencia municipal. Llegó a donde estábamos y le pregunte:

-¿Cómo le fue?-

-¡Bah!- Exclamó dando un manotazo al aire algo irritado.

Don J siempre buscó mejorar las condiciones del campo, tanto para los productores como para la misma tierra que, según sus palabras y experiencias, necesitaba cuidado y amor porque, "de ahí comemos".

En esta gestión, Don J. buscaba una mejor manera de llevar el agua a los sembradíos, una forma para no gastar los miles de litros que se desperdiciaban.

-¡No sirven para nada!- Pronunció con enfado dirigiendo su mirada hacía la alcaldía. -¡Vengo a solicitar apoyo para ahorrar miles de litros de agua y me salen con esta carajada!- Dijo mostrándonos un vaso de plástico impreso con una gota de agua sonriendo y una leyenda que rezaba "No desperdicies el agua"

-¿Y qué es esto?- Le pregunté algo extrañado-

-¡Pues un mugre vaso que "disque" es con el que tengo que medir la cantidad de agua cuando me lave los dientes"-

Tanto a mi esposa como a mí, nos dio gracia el hecho, sin embargo, sentimos también impotencia ante la medida tan absurda. Comprobamos lo que dijo Don J.: el gobierno no le había ayudado a resolver nada.

Pero, Don J. era tenaz, y no pasó mucho tiempo para que, gracias a su esfuerzo, su liderazgo y su capacidad innata para negociar, lograra que el esfuerzo de él y todos sus colegas le pusieran el ejemplo a un gobierno incompetente, a un gobierno que poco ve por sus campesinos cuando su fuerza económica es la siembra.

Sin embargo, lejos de la lección política, Don J. se preocupaba más por el impacto ecológico y sus consecuencias. El amor, otra vez, por sus nietas le hacia pensar más allá de sus ojos, le hacía ver allá donde estarían algún día sus nietas que tanto amó.

Un hombre que piensa en el futuro de todos es un hombre que necesita este mundo; un hombre que busca el bien del lugar donde nació, es un hombre que necesita nuestra patria; un hombre que trabaja de sol a sol es un hombre con dignidad; un hombre que ama a su familia es un hombre que necesita la humanidad.

En pocas palabras, era un hombre en toda la extensión de la palabra.

Hoy, hace un año que se fue y todavía, sus nietas abren la puerta de su casa esperando verlo ahí para abrazarlo y escucharlo decir: "Hola pechochas", mientras sus niñas sonríen felices cuando reciben toda la ternura de su abuelo en un beso.

Hace un año que se cometió una de las más grandes injusticias que ha vivido este pueblo.

A Don J. le fue arrebatada la vida de la manera más cobarde y ruin, y dejaron un vació que sólo un hombre con esa integridad, con esa capacidad y con esa humanidad podría llenar.

Hasta hoy, Dios sigue sin responderme cómo es que permitió semejante atrocidad, hasta hoy la justicia y el gobierno de este pueblo, siguen haciendo lo mejor saben hacer: NADA.

Y en cuanto a quien le quitó la vida a Don J. y nos la arruinó a quienes lo amábamos, reitero lo de hace un año:

"De la basura, no vale la pena hablar"

Escrito en: Sorbos de café hombre, vida, amor, gobierno

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