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SORBOS DE CAFÉ

Sotana de oro

Sorbos de Café

Sotana de oro

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MARCO LUKE

Los vitrales que soberbiamente adornaban las ventanas eran de estilo barroco, copiados probablemente de algún modelo eclesiástico clásico. El frío que sentía sobre mis brazos y espalda, se asemejaba al cambio brusco de temperatura que se siente al entrar a una iglesia en una tarde de verano, el toque ambiental de la casa de Dios se hacía presente, aunque se saboreaba en el ambiente una mezcla entre un viacrusis y una despedida de soltera. Los muchos invitados, la mayoría de ellos de pie debido al gran número de asistentes, presenciaron el acontecimiento que desprendía más un aire social que espiritual, y no era para menos, el niño bautizado tendría el honor de recibir el sacramento de las manos del Arzobispo de Durango.

Sin duda, yo no contaba con la madurez social suficiente para anotar cada detalle del contexto, pero mi distracción infantil ni impidió que pudiera percatarme de los elementos que conformaban esa residencia y sobre todo, enterarme a mis escasos 8 años de edad, quien era el propietario.

Estas imágenes vagas de un evento llevado a cabo hace más de 20 años, el cual marcó mi juicio sobre la institución católica, se despertaron hace unos días, para ser exactos y concretos, el pasado 25 de febrero, cuando me dirigía a un establecimiento dónde comprar mi café para acabar de despertar, me llevó a adentrarme a la Catedral Duranguense camino al lugar.

La bella arquitectura del Templo Mayor de Durango, sea cual sea la ideología religiosa de cada persona, no puede pasar desapercibida y mucho menos puede ser razón para dejar de disfrutar esta exquisita obra que sin esfuerzo, hace honor a las bellas artes. La obra me atrapó por unos minutos en los que permití a mi curiosidad pasear por los pasillo y contemplar los pilares, las imágenes ensangrentadas de los santos, los folletos que cuestan 8 pesos y ponen a prueba el séptimo mandamiento a quien observa el minúsculo aviso. Ya cuando estaba a punto de retirarme, un individuo, vestido de traje, con pequeño maletín y una Tablet, se acerca y en murmullos me dice: "¿Me podría tomar una foto? Le respondí que sí, mientras la imagen, que ya saboreaba desde hace unos segundos del café humeante que me esperaba, rondaba por mi cabeza.

El tipo, sin decirme nada, se dirigió a un recoveco de la iglesia cercano a la puerta principal en donde se encuentra la imagen del santo....., abrió una puerta de fierro que falló a la misión de restringir el paso misma que el próximo a fotografiarse abrió sin titubear.

Me di cuenta que esta esquina de la iglesia hace las veces de una capilla en donde para mí sorpresa, tiene lugar la tumba de Don Antonio López Aviña, que por azahares de la vida, ese, precisamente ese día, después de que un servidor no había entrado a este templo, por lo menos hacía dos o tres años, se conmemoraban exactamente 13 años de la muerte del ex-arzobispo.

El señor se hincó en la cabecera de la lápida, con un ramo de flores, que no sé de dónde ni cuándo lo sacó, agachó la cabeza y enmarcó su cara con un gesto de duelo, fingido pero muy creíble.

Después de dos intentos, pude grabar la escena, el propietario del aparato verificó el hecho, asintió con la cabeza y se despidió diciendo: "Gracias, es que hoy cumple años de muerto Don Antonio". Sonreí y sólo le conteste "de nada", en tanto, los recuerdos de aquel suceso social, paseaban por mi memoria.

Ya degustando mi tan obstaculizado café, no puede evitar sentir algo de indignación por haber visto a una persona demostrando devoción a un ser humano que en vida puso en tela de duda, contar con la humildad necesaria para dedicarse al sacerdocio, porque, hasta donde mis conocimientos me dictan, los "padresitos" no reciben un salario de tales magnitudes que le permitan adquirir una residencia en el fraccionamiento más exclusivo de la ciudad, ni para transportarse en los vehículos que se transportan, él y otros muchos de sus colegas, mismos que se encuentran al frente de parroquias en pueblos sumidos en la miseria, cambiando de modelo de auto cada año, realizando grandes auto - festejos, cobrando exageradas cuotas a los campesinos por bendecir las labores, o en su defecto, exigen Whisky por este derecho católico, mientras el resto de la población, quienes les profesan la misma devoción o tal vez más, anda en bicicleta.

Lo de menos fue, traer a mi memoria, a aquella señora, que con una sonrisa proyectaba el orgullo que sentía por el honor de que "El chanclas de oro" hubiera bautizado a su hijo, pues la lógica me marcó que no lo hacía por la devoción espiritual, sino por la devoción social.

Di el último sorbo a mi café, pagué la cuenta, salí del establecimiento y al ver la majestuosa y enyesada catedral, se quedó en mi mente el mismo juicio que me hice al ser testigo de aquel acontecimiento religioso cuando tenía ocho años, que sin duda me marcó, hasta la fecha sigue vigente y que hoy dejo al lector:

Entre más oro tenga la cruz, más lejos se está de Jesús.

Escrito en: Sorbos de café devoción, hacía, años,, honor

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