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Urbe y Orbe

Nueva geopolítica en Norteamérica

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ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El objetivo está claro: integrar económicamente a Norteamérica. Si el Tratado de Libre Comercio de América del Norte abrió las fronteras entre los tres países de la región para la libre circulación de bienes y servicios, el Tratado México-Estados Unidos-Canadá pretende cohesionar las economías de los estados firmantes. En ambos casos, el principal promotor ha sido EUA, aunque con distintas motivaciones, las cuales reflejan las circunstancias globales de cada momento y las preocupaciones geopolíticas y geoeconómicas de Washington. El mundo ha cambiado bastante en las casi tres décadas que median entre los dos tratados.

Cuando el TLCAN se firmó en diciembre de 1992 había pasado un año del colapso de la Unión Soviética, el principal rival político, militar, ideológico y económico de EUA. La potencia americana había ganado la Guerra Fría y no se observaba un nuevo enemigo o competidor en el horizonte. China era apenas una potencia media con una economía en ascenso, pero limitada. Japón acababa de terminar su milagro económico para iniciar un período de estancamiento crónico. La Unión Europea estaba por nacer. El mundo era de EUA; su hegemonía, indiscutible.

El liderazgo estadounidense se sentía en todos los campos: industrial, comercial, financiero, militar, científico, tecnológico, aeroespacial, político, cultural y deportivo. Ningún estado nacional concentraba tal nivel de poder duro y blando. Era el nuevo Imperio romano. La globalización encabezada por el Imperio americano se abría como único futuro posible para la humanidad. La democracia liberal llegaría tarde o temprano a todos los rincones del orbe. Algún día, decían, en cada ciudad del mundo habría un McDonald's, y todos los países gozarían de su pequeña dosis del "american way of life". Pero esto era sólo la superficie de un proceso de globalización emprendido más en beneficio del capital trasnacional que de los estados nacionales centrales.

¿Qué buscaba EUA con el TLCAN? Este tratado debe enmarcarse en una serie de reformas emprendidas a inicios de los 80 y que comúnmente se conoce como neoliberalismo. Fue la respuesta a la estanflación de la década de los 70 englobada en la crisis de rentabilidad del capital. Los ideólogos de estas reformas decretaron que el Estado social tenía que ser disminuido para liberar al capital y la fuerza del mercado de las ataduras del keynesianismo que propugnaba una fuerte intervención estatal en la economía. Entre los planteamientos centrales de la doctrina neoliberal están la apertura comercial y la expansión del libre mercado para facilitar el intercambio de bienes y servicios, flexibilizar las condiciones laborales y aumentar la capacidad de movilidad de las inversiones. Se trataba, en fin, de incrementar la rentabilidad de un capital que se hacía cada vez más global.

La fórmula, aplicada primero en EUA y Reino Unido, quedó establecida para el resto del mundo en el Consenso de Washington de 1989. El TLCAN es hijo de este consenso, junto con el paquete de reformas neoliberales que se aplicaron en México durante las tres décadas siguientes, al igual que en otros países de los antiguos segundo y tercer mundo. La globalización potenció al capitalismo trasnacional que encontró costos de producción más baratos en unas cadenas de suministro y valor cada vez más internacionales y complejas, y nuevos espacios de explotación de recursos y mercados emergentes para el consumo de bienes y servicios.

Treinta años después, el mundo es otro. La gran promesa neoliberal de la riqueza fluyendo en cascada desde los estados más ricos a los más pobres para alcanzar un mundo de rentas medias y altas, no se cumplió. La prosperidad no se repartió de forma equitativa. La brecha de la desigualdad se expandió en todo el orbe y dentro de los países. El 1 % de la población mundial concentra más del 85 % de la riqueza global. La explotación de recursos naturales y la contaminación alcanzaron niveles sin precedentes. Los estados desarrollados experimentaron un proceso de desindustrialización debido a la movilidad de las compañías globales hacia estados con salarios y prestaciones laborales más bajas y normativas más laxas para el capital. El desmantelamiento del aparato industrial golpeó a las clases trabajadoras de los países ricos que no sólo perdieron empleos sino también beneficios sociales; muchos fueron arrojados a los brazos del endeudamiento crónico, la pobreza y la radicalización hacia la derecha nacionalista y xenófoba. Los límites del modelo neoliberal de desregulación fueron exhibidos en la crisis de 2008.

Los triunfos del Brexit y Trump son productos de esos fenómenos, con tendencias que apuntan al proteccionismo y a un replanteamiento del juego económico global. Mientras tanto, los países emergentes como México vieron disminuir las capacidades del Estado y aumentar la destrucción del tejido social con el consecuente despunte de un crimen organizado que se ha valido de las redes financieras globales y de tráfico de armas, y frente al cual las fuerzas civiles se vieron rebasadas con la militarización como respuesta. En contraste, China aprovechó con creces la búsqueda de rentabilidad por parte del capital global para instalar en su territorio un aparato industrial gigantesco orientado a la exportación de bienes hacia los mercados americanos y europeos. La pandemia vino a acelerar la tendencia de EUA a depender menos de la economía china y de unas cadenas de valor demasiado extensas.

Aquí es donde se encuadra el T-MEC. La intención del expresidente Trump al cancelar el TLCAN y proponer un nuevo acuerdo fue la de reubicar en Norteamérica la mayor parte de las cadenas productivas y de suministros para disminuir la dependencia estadounidense de la capacidad industrial china. Ya no se trata sólo de eliminar barreras arancelarias para el comercio internacional, sino transitar hacia una integración económica regional que implica la desaparición de todas las barreras (económicas, legales, laborales, etc.) entre los tres países. De la globalización total estamos transitando a la globalización regional por bloques.

En el fondo subyace el objetivo de hacer de Norteamérica un gran mercado común que pueda ser autosuficiente en rubros estratégicos de valor a la par de que pueda competir con China y la Unión Europea, los otros dos grandes mercados del mundo. Porque el gigante asiático está haciendo lo propio con su estrategia de "Circulación Dual", que pretende fortalecer el mercado interno y la autosuficiencia de China en suministros vitales, además de incrementar el atractivo para la inversión extranjera, todo esto impulsado también por un tratado, el RCEP, que abarca 15 países de Asia-Pacífico y que crea el mercado más grande del mundo. Estamos en los albores de una nueva época y de una nueva geopolítica en Norteamérica.

@Artgonzaga

Urbeyorbe.com

Escrito en: Urbe y orbe países, mundo, estados, globalización

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