Kiosko

SORBOS DE CAFÉ

Tinta en las paredes

SORBOS DE CAFÉ

Tinta en las paredes

Tinta en las paredes

MARCO LUKE

Era imposible dejar de escribir.

Sentí la cabeza saturada de miles de ideas rondando por mi cabeza, corrían por mi mente de un lado a otro.

Urgidos por salir como si estuvieran intentando salir de un infierno.

Eso era. Mi mente era un infierno donde no pertenecías tú, ni las palabras que me inspirabas.

A falta de papel, el mesero llevaba servilletas una tras otra. No me quedó otra opción que secuestrar su bolígrafo y escribir en ellas hasta tapizar la mesa de poesías.

Inspiración había de sobra.

Tu mano entrelazada de la mía, con tus dedos jugueteando con mis nudillos, o tu respiración cerca de mi oído dejándome escuchar las palpitaciones de tu corazón agitado.

Tu boca humedeciendo mi oído, dejando un vaho cerca de mi cuello que recorría mi cuerpo con escalofrío.

Pegada a mis labios, yo cerraba mis ojos para quedarme con ese beso, pero de vez en cuando los abría para no dejar de plasmar en el papel la poesía que ibas dictando en mi pecho con tu susurro.

En algunas escribí sobre las tardes que pasamos en aquel rincón, refugiados detrás de las tazas y las cortinas de vapor diluyéndose entre los comensales.

Quedó la evidencia en la tinta gastada mientras esperábamos la hora de coincidir en nuestra mesa.

Dejé escrito también el color de las noches con el que pintamos nuestros abrazos. Quedaron grafitadas las intenciones en las paredes mudas por donde escaparon los deseos desnudos.

Fueron páginas enteras manchadas en sus orillas con cafeína y saliva.

Nadie las despidió, solo las arrugaron para botarlas y dejarlas perderse en algún basurero del barrio.

Pero cumplieron su misión: dejarte hacer el amor y dejarme enloquecer a mi manera.

Quedaron algunas palabras sueltas y perdidas en la mente. Caminan a ciegas, sin rumbo fijo, esperando volverte a ver para construir un verso y morir en paz.

El silencio se ha adueñado de mi cabeza.

Es un tirano capaz de asesinar a cualquiera que se atreva a hablar de alguien que no seas tú.

Qué suerte tienen esas palabras que, por lo menos, deambulan entre mis neuronas. Yo hago algo parecido a ellas.

También deambulo por la ciudad, pero debo fingir que no me haces falta para pasar desapercibido entre los normales.

Aunque para ser sincero, estoy seguro de que somos más los muertos por amor caminando por las banquetas, que los vivos intentando no amar.

- ¡Nada es casualidad! - Dijo ya desesperado el profesor.

- Le digo que es sólo una coincidencia. ¡No sea usted necio! - Respondió el secretario igualando el tono de voz.

- ¡ Por favor, señor secretario¡- Insistía el profesor. -¡Alguien como usted no sólo debería de saberlo, sino que, debería informarlo al pueblo! -

La desesperación del profesor y doctor en historia denotaba un angustioso semblante ante aquel descubrimiento potencialmente fatal.

En contraste, el secretario de gobierno derrochaba una tranquilidad rayando en el cinismo, aunque si comenzaba a inquietarle la preocupación del catedrático.

-Mire, Dr. Valadez- Dijo colocando su mano en el hombro del historiador. -Hay ciertas cosas que no se deben decir, por más malas que sean-

-¿Malas?- Cuestionó indignado Valadez. -Esto no sólo es malo, ¡es grave! - Gritó cerca del rostro del secretario. -Si no avisamos a la federación y damos a conocer la verdad, el país estará en peligro, ¿no se da cuenta? - Advirtió

-El que no se da cuenta es usted- Respondió el político sacando una pistola de entre su ropa. - Le digo que es casualidad que el cuerpo del embajador haya llegado hasta aquí. -

El profesor salió de su angustia al ver la escuadra empuñada por el secretario.

-Pues, será una casualidad muy bien organizada por alguien- Retó valiente.

-Mire doctor. Hay veces que es mejor enterrar un muerto que dejar viva una verdad-

-Cuando se sepa esta verdad, no sólo el presidente estará en graves problemas, sino toto el país entero. Este es el pretexto perfecto para que nos declaren la guerra y desestabilizar a la nación. Y eso, usted como secretario, debería saberlo-

-Por supuesto que lo sé- Contestó sin pena el secretario.

Valadez comprendió toto. Haber asesinado al embajador era el principio de un aguerra económica que le convenía a los empresarios más poderosos del país, y el secretario de la Garza llevaba una jugosa comisión.

-Como lo dije- Dijo al mismo tiempo que cargaba la pistola. -Más vale enterrar un muerto que dejar viva una mentira-

La pistola detonó, pero el estruendo de la pólvora no fue suficiente para atravesar las montañas de las orillas de la ciudad.

Escrito en: Sorbos de café dejar, palabras, Dijo, secretario

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas