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DALILA RIVAS CORONEL

Una crónica de 'cocinar el amor' desde afuera

Una crónica de 'cocinar el amor' desde afuera

Una crónica de 'cocinar el amor' desde afuera

DALILA RIVAS CORONEL

Camino lentamente por el pasillo central de la sala sin despegar la mirada de la alfombra ya bastante luida, es mejor asegurarme muy bien de dónde piso, una miopía de la que fui presa por muchos años me dejó algunas secuelas de accidentes e inseguridad. Los lugares más cercanos al escenario no son mis favoritos, pero Adrián autoritariamente decide que nos sentemos aquí, en la primera fila, no protesto por cordialidad, él está de visita en Durango y hay que ser buenos anfitriones. Un ligero aroma a comida inunda el ambiente ya de por si sofocante en el teatro, aunque no acierto a descubrir qué es, me pregunto si alguien logró introducir algún lonche de contrabando, porque de antemano sé que no está permitido; yo misma contrabandeé unos cacahuates japoneses que le compré a un vendedor de golosinas que estaba en la entrada, quien por cierto me recomendó con simpáticas muecas y extraños visajes que los metiera hasta el fondo de mi bolsa; menos mal que traje bolsa.

Una voz en off, que reconozco muy bien, es la del maestro Burciaga, nos alerta de la tercera llamada y del comienzo de 'Cocinar el Amor', obra seleccionada junto con otras ocho, para participar en la Muestra Estatal de Teatro (MET) 2019. Se apagan las luces y solo se ilumina una cocina en escena, ahora entiendo lo del aroma. Volteo a mi alrededor para constatar que el teatro está al 80% de asistencia de su capacidad total, la cual es de 370 butacas, en realidad no es muy grande pero aun así, no está nada mal si tomamos en cuenta que el ahora llamado Teatro Victoria, en honor al primer Presidente de México Guadalupe Victoria, fue inaugurado en febrero de 1800, hace 120 años por instrucciones del capitán Juan José Zambrano, un minero adinerado quien vivía a la vuelta y gustaba del teatro, así que decidió construir uno para el disfrute particular de su familia y el suyo propio; Zambrano lo llamó Coliseo.

Juan Carlos aparece en escena, con premura deja en la mesa algunas bolsas del supermercado, conversa consigo mismo mientras revisa una olla que tiene caldo de gallina, el público lo observa con curiosidad festejar de forma hilarante y con ademanes afeminados lo de-li-cio-so que está quedando el caldo, ríe y sentencia que ganará el premio del viaje para dos personas a Nueva York, es un monólogo. Poco a poco y sin despegar la mirada del escenario, voy introduciendo mi mano en la bolsa que dejé en la butaca contigua sin ocupar, hay un ambiente expectante, solo se escucha la voz escandalosa y desordenada de Aarón Amador, el actor, por lo que trato de no hacer ruido, por lo menos no más que él; quiero encontrar los cacahuates, palpo una pluma, las llaves, un papel arrugado, seguramente un recibo, ¡Ah! ¡Aquí están! Me invade un sentimiento de gratitud, tengo más de ocho horas sin comer, desde las 9:30, así que pienso: - este aperitivo me vendrá muy bien, porque saliendo iré por unos tamales verdes a Santa Ana - mi estómago cruje.

Los minutos pasan, no logro entender el guión de la obra, quizás he estado muy distraía, Juan Carlos sigue brincando de un extremo a otro, agitado y sudoroso pasa de una emoción a otra sin evidente explicación, más parece un adolescente y no un hombre maduro como lo describía la sinopsis del cartel. Volteo de reojo para ver la expresión de Adrián, quizás es la misma que tengo yo, de desencanto.

Finalmente Juan Carlos envuelto en llanto y aparentemente devastado, entre sollozos cuenta su verdad, es homosexual y está enamorado de un hombre casado y, aunque él sabe que es un ingrato, no pierde la esperanza de que en cualquier momento tocará a su puerta para probar el de-li-cio-so caldo de gallina que con tanto amor le ha preparado, segundos después, se escucha un timbre, por un momento pensé que sería él, pero no, es una ilusión que agrava su dolor. Intempestivamente y sin esperarlo se apagan las luces del teatro, se escuchan unos esporádicos aplausos que nos avisan al resto de la audiencia que la obra ha terminado. Aarón da las gracias e invita a la directora Elena Franco al escenario, algunos siguen aplaudiendo, yo solo observo. Aún tengo el envoltorio de los cacahuates en la mano, debo encontrar un bote de basura.

Colofón: Bien por el ICED que logró sacar avante la MET 2019 con el apoyo de los teatreros, pese al bajo recurso y la incertidumbre con la que ha venido trabajando la Secretaria de Cultura en los últimos meses; sin embargo, hay un público que quiere ver producciones nuevas y bien montadas, bienvenido el teatro a Durango.

[email protected] @dalovska

Escrito en: DALILA RIVAS CORONEL solo, tengo, teatro,, unos

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