
Carta de una lectora de Ruiz Zafón
Primero fue Marina.
Un regalo para mi hermana en la Navidad del 2007 o 2008.
El 27 de diciembre, cuando mis papás y yo regresábamos a casa, en plena carretera recibí un mensaje de ella:
‘Tienes que leer este libro. La protagonista es como tú’.
Para Año Nuevo mi hermana había terminado el libro y empezado otro, y yo recuerdo que, mientras me lo prestaba, me dijo: ‘le gusta escribir pero siempre borronea párrafos enteros, y es adicta a los misterios’.
Nunca lo regresé.
Marina fue mi entrada al universo de Carlos Ruiz Zafón. Luego llegarían los cuentos perdidos en internet, los demás libros y la saga del Cementerio de los Libros Olvidados. Yo, que presto libros con dificultad, presté, como en una fiebre, todo lo que tenía de Ruiz Zafón a amigos y exnovios.
Esta columna se escribe desde la perspectiva de esa jovencita que devoraba sus libros de madrugada.
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Como cualquier persona que haya crecido rodeada de libros, nunca me acostumbraré a que mueran esos escritores que más que ‘favoritos’ se convierten en guardianes nocturnos. Como si una extraña complicidad se tejiera entre su pluma y mis ojos.
Cuando murió Ruiz Zafón, en junio de este año, lo primero que vi en Twitter fue la recuperación de su columna dedicada a Fermín Romero de Torres, cuando finalmente se publicó El laberinto de los espíritus: ‘[...] Se acabó la espera. Carax, creo, se ha superado a sí mismo y nos ha entregado la historia que siempre soñamos y a la que conducían todos los hilos de la madeja. Nuestro gran final. Suyo, mío y, por qué no, de los lectores que nos han acompañado con tanta paciencia y generosidad en esta aventura a través del mundo de los libros [...] Me dispongo a prender las luces del gran decorado del Cementerio de los Libros Olvidados por última vez. Suena la música, se oscurece el patio de butacas y empieza la función’.
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Marina reafirmó mi obsesión con España y situó a Barcelona en el epicentro de mis deseos. En octubre de 2014, viajé de Madrid a Barcelona para asistir a un taller con Julio Villanueva Chang. No tenía mucho tiempo libre, pero sabía que necesitaba conocer la calle Arc del Teatre. Mi celular no tenía red, así que tomé una captura de pantalla de la ruta que el mapa me ofrecía si partía de la Sagrada Familia. El problema es que no sé seguir mapas y me pierdo todo el tiempo, así que cuando finalmente llegué a la mítica calle -que es en realidad un callejón estrecho, con balcones que cuelgan sobre tu cabeza y lámparas que apenas lanzan destellos amarillentos- la mayoría de los negocios alrededor estaban cerrando y, las calles oscuras de Barcelona, que multiplican su dosis de misterio por la noche, parecían más una trampa para una estudiante a todas luces extranjera. La dosis perfecta de aventura, por lo tanto. La recorrí varias veces con la sensación inconfundible de estar dentro de un cuento. Entendí por qué Zafón había elegido este rincón de Barcelona para crear el escondite del Cementerio de los Libros Olvidados: un callejón solitario a mitad del ruido de la ciudad. El corazón perfecto para la “Barcelona de Tinieblas” que el escritor había diseñado.
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No hay bálsamo posible ante la muerte de un escritor querido. Releer los libros no disminuye la sensación de vacío. Escribir sobre ellos tampoco.
He pasado semanas intentando crear esta columna. No quería encasillarlo en un género. No quería hacer una declaración sobre lo que es su literatura ni alcanzaría jamás a resumir lo que sus libros han traído a mi vida. Quería que la columna fuera tan perfecta como la que dedicó a Fermín. Por supuesto no es posible.
Recordé entonces que en el 2010 tenía una columna para un periódico de Guadalupe Victoria. En un cliché maravillosamente latinoamericano, la columna se llamaba ‘Palabras de una cronopio’. Una de mis primeras entregas fue sobre Julián Carax.
‘Julián Carax demuestra que un libro es siempre un camino hacia la vida de alguien, ya sea de sus personajes o de su autor, y que no importa qué, existirá invariablemente una continuación’, escribí en el septiembre de hace casi diez años. De alguna forma extraña, creo que esa jovencita de diecinueve tenía razón. Los libros de Ruiz Zafón siempre serán un camino hacia la vida de mi hermana, de mi papá, hacia la mía. A todo lo que ha ocurrido mientras he viajado con Marina en un autobús de Madrid a Barcelona o de Nueva York a Boston, cuando he metido el libro en mi mochila de emergencia después de un terremoto.
‘Yo creo que nada sucede por casualidad, ¿sabes?’, escribió en la Sombra del Viento: ‘que, en el fondo, las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos […] Todo forma parte de algo que no podemos entender, pero que nos posee’.
Desde aquella Navidad en que mi hermana leyó Marina por primera vez, ambas entramos a ese universo en el que los libros de Zafón, como los enigmas en su interior, actúan bajo sus propias reglas, provocan sus propias coincidencias.
Desde aquella Navidad en que mi hermana leyó Marina por primera vez, yo también creo que ningún encuentro sucede por casualidad.
@SNGCalderon