Kiosko

SORBOS DE CAFÉ

Luna sobre el tren

Sorbos de Café

Luna sobre el tren

Luna sobre el tren

MARCO LUKE

Involuntariamente, levanté la mirada.

El imprudente azul del cielo interrumpió mi distraído paso por este mundo. Por un momento creí que estaba vivo.

La claridad es casi cegadora, me obliga a entrecerrar los ojos y sólo me permite ver, a penas, a las espigas danzar entre mis pestañas, tomando de la mano al viento.

Aunque es casi invisible, a lo lejos logro percibir una silueta. Es tu cintura caminando sobre las vías, dejando a tus espaldas la estación, desolada, agitando un pañuelo con el que seca las lágrimas de la despedida.

Muy lento, pero no importa porque el tiempo va en sentido contrario a tú destino.

Todos los pasajeros han abordado ese tren, ese que hace mas de medio siglo se detuvo para abandonar sus vagones, como abandonadas están sus tumbas.

Pero ellos no me importan.

Lo que me amenaza es la cobardía de perderte en el horizonte, el conflicto entre el miedo que me paraliza prohibiéndome seguirte, y la ambición de quedarme con tu sombra desvistiéndote tras los álamos.

Sólo precisaba atreverme, de dar el primer paso, ese que me separaba de perseguirte en fantasías para siempre, o alcanzar tu viaje para contar los durmientes mientras viajábamos hacía la nada.

Tienes derecho a no creer en el amor, pero estamos obligados a perder la cabeza el uno por el otro.

Leí esas palabras escritas con tejas viejas y rotas, sostenidas sobre adobes carcomidos y con las voces haciendo eco en los andenes abandonados.

Se nubló. Tomando mi venganza contra las inclemencias del árido sol resurgí de entre la hierba, cubriendo mis pupilas con el gris de la tormenta a punto de caer, protegiendo mi orgullo con la humildad que sólo puede otorgar mi efímero paso por esta vida.

El viaje se hacía largo. A pesar de mis pasos apresurados, la estación no se alejaba.

Los siseos entre los pasillos cobraban vida, las bancas rechinaban soportando el peso de la historia, y los metales de las vías hacían vibrar mis pies.

Tenía derecho a temerle a la muerte, pero estaba obligado a aprovechar la vida que me daban los latidos de tu corazón

Cuando menos pensé, la noche cubrió el camino. Se arrulló el paisaje con la irónica calma de los relámpagos escribiendo con plata las páginas de nuestra obra.

A un par de pasos de alcanzarte, la cobardía consiguió advertirme por última vez el riesgo de detenerte sólo para descubrir que no existías.

La luna cayó sobre el tren.

Hermosa, imponente, pero celosa porque mis ojos no podían separarse de tu vestido blanco dibujando tu cintura, seduciendo con su oleaje entre tus piernas.

Entonces, no tuve más opción que tomar el riesgo porque una mujer como tú no merece mis flaquezas.

Me metí en tu iris sin permiso, dejé a un lado las formalidades, no resistí más y asesinando las palabras que intentaban escapar de tu boca, te besé.

Ignoré a la luna para admirar la perfección en tu rostro y escuché a la noche decir

"Tienes derecho a no creer en Dios, pero estás obligado a disfrutar de sus creaciones. "

Y aquí sigo... disfrutando cada segundo a tu lado.

CÁSATE, PERO CÁNSATE

Entré al salón de clases como cada jueves. Mi asignatura comenzaba justo después del receso, así que era inevitable escuchar conversaciones de los alumnos que ya habían regresado del descanso o de quienes habían decidió no salir.

Me senté, acomodé mis cosas sobre el escritorio mientras escuchaba a un grupo de alumnas conversar sobre el matrimonio de una de sus compañeras.

Opinaban sobre la fiesta, sobre el novio, sugerían banquetes y otras aseguraban su luna de miel en el extranjero.

Pero, entre tatas opiniones, una de ellas muy segura de su decisión dijo: "Yo me voy a casar cuando me haya cansado de divertirme, de salir y de andar de fiesta"

Las demás no supieron que contestar exactamente, sólo un par de ellas asintieron con el cabeza aunado a un gesto de aprobación a la teoría social de la compañera.

-Perdón- Sin pensar me entrometí en la plática. -¿Cómo que te vas a casar cuando te canses?-

-Si profe- Me respondió un tanto retadora. -Ya cuando esté llena de divertirme, de haber hecho desmadre, y ya quiera calmare, me voy a casar-

- ¿Y quién te dijo que el matrimonio es una prisión?- Le pregunté

Se quedó pensativa por un momento. -Pues es que yo tengo amigas, profe, que desde que se casaron su marido no las deja salir, ni van a fiestas, ni nada-

-Entonces, tú no vas a decidir cuándo casarte, sino que vas a decidir cuando convertirte en prisionera de un hombre-

Se quedaron en silencio y le dije con sinceridad:

-Enamórate de alguien que ame tu libertad-.

Escrito en: Sorbos de café luna, derecho, matrimonio, casar

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas