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Navacoyán, la entrada a Durango

Navacoyán, la entrada a Durango

Navacoyán, la entrada a Durango

DALILA RIVAS CORONEL

Desde el centro de la ciudad tomamos como ruta el Blvd. De la Juventud, el cual conecta a pocos kilómetros con la salida hacía un poblado integrado por tierras fértiles y generosas. El clima fue espléndido esa mañana. Los rayos de sol avivaban con centellante alegría el húmedo verdor que por esta temporada cubre las riberas del río Tunal. La corriente contenida en la represa nos permitió bajar hasta el arenal de donde emergen los trece arcos del puente que construyó el diablo y que ahora lleva su nombre, así lo cuenta la tradición oral de Navacoyán; una comunidad que guarda en su centro una pieza importante de la historia de Durango. La realidad es que este puente representa una de las obras civiles más importantes de la ingeniería colonial.

Dejamos atrás el puente que fuera por años la entrada principal a la Villa de Durango para encontrarnos un sendero flanqueado por robustos y hermosos nogales que nos dan la bienvenida a Navacoyán, unos metros antes de llegar a la Hacienda. En este punto se antoja montarse en bicicleta y recorrer a pedal ciertos parajes que habitan por ahí y que provocan ir su encuentro; sin embargo, en esta ocasión el propósito era visitar la antigua casona, así que ingresamos por la calle principal en la que se ubica la Hacienda o también llamada Casa Grande. Una inscripción tallada en el arco central del portal exterior hace pensar a los investigadores que el edificio se terminó de construir o remodelar hacia el año 1810. Importante mencionar que Pedro Mijarres quien fuera dueño de la Hacienda entre 1768 y 1805 haya sido quien construyera parte de su casco. A través de los años ha tenido distintos dueños; aunque actualmente es propiedad de los habitantes de la comunidad y está destinado a la realización de actividades culturales y educativas.

Como la mayoría de las Haciendas en México, la de Navacoyán también cuenta con su templo. Construido por el mismo Pedro Minjarres hacia 1770, su arquitectura es evidencia fiel de una época marcada por el cambio y la transición. Con un estilo ecléctico entre lo barroco y lo neoclásico sobresale sin duda y para mi gusto, el alto relieve de las dos guirnaldas que decoran bellamente la entrada al templo y que asemejan un inacabado frontón.

Recorrimos la Hacienda sin premura, disfrutando los portales y el patio central. A la sombra de dos gentiles árboles se montó una mesa en la que degustamos de un delicioso asado rojo, tradicional de la gastronomía de esta región, así como enchiladas, arroz y frijoles, todo acompañado con café de olla, un verdadero manjar y un deleite para el paladar. La compañía fue elemento importante en el goce de este paseo y sin duda pugberto, un simpático e inquieto can de raza pug completó con su animada anfitrionía nuestro cuadro de divertida algarabía.

Actualmente la Hacienda abre sus puertas los fines de semana para recibir visitantes interesados en conocer una parte de la historia de Durango a través de sus recorridos. Es importante mencionar que el edificio es por ahora, un espacio en recuperación que requiere del apoyo de todos, tanto de la población local, como de las autoridades competentes y de los propios turistas, quienes están invitados a agendar su visita y apoyar el proyecto mediante un módico donativo.

Durango capital tiene lugares extraordinarios que esperan gustosos a ser descubiertos o redescubiertos. Navacoyán es sin duda uno de ellos, un sitio con mucha más historia y belleza de la que imaginamos. El clima de aquella tarde finalizó su tregua dando paso a los azulados nubarrones que terminaron por disipar la entretenida tertulia que hasta ese momento habíamos disfrutado.

Finalmente, gracias a Adolfo Martínez, historiador e investigador del INAH, quien actualmente está haciendo una gran labor de gestoría del patrimonio cultural duranguense.

¡Le deseo una extraordinaria semana!

Escrito en: Desde afuera Hacienda, Durango, quien, entrada

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