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SORBOS DE CAFÉ

Normalidad líquida

SORBOS DE CAFÉ

Normalidad líquida

Normalidad líquida

MARCO LUKE

De pronto algo apareció ante mis ojos.

Nada bueno, nada malo. La normalidad haciendo su acto de presencia como todas las mañanas.

Creo, es más, estoy seguro de que la monotonía estaba aburrida de tanta rutina.

Pero, en fin, un día más que vivir.

Cansado de estar cansado.

El calor asfixiaba y apenas amanecía. La noche no había sido suficiente para refrescar las calles.

El pavimento parecía vaporizar, se veía sediento.

Sólo imaginar al sol sobre mi espalda al medio día me mortificaba.

No fui capaz de disfrutar el baño, parecían salir de la regadera gotas que se convertían en palabras penetrando mi cráneo y escribiéndose por dentro de mis ojos.

La angustia sirvió de algo y me apresuré a terminar para no desperdiciar agua.

De ahí pensé en todos los insumos que colgaban en el estante blanco y de cuánto se gastaba para producirlos.

Cogí la toalla para cubrirme la cara con ella. Oscuridad.

Quise quedarme ahí prolongando el secado de mi rostro hasta que el cabello dejó de escurrir.

Ya no hubo necesidad de secar el resto del cuerpo, el calor lo había hecho por mí.

Salí desnudo del baño para sentir el único fresco que sentiría en todo el día. Arrojé la toalla y la perdí de vista.

No pude evitar pensar que ese calor inusual se trataba de una consecuencia humana. Nos quejábamos del clima, pero éramos los únicos culpables.

"Ironías de la vida", pensé cuando recordé al Doctor Isauro Venzor y la herencia que había dejado a la humanidad con su suero anti-alacránico.

Qué irónico buscar el antídoto para el veneno de un animal que nos puede matar, pero somos los únicos animales que nos mataremos a nosotros mismos.

No hay antídoto para la estupidez humana.

No hay suero anti-ego.

No hay nada que cure el veneno de la avaricia, capaz de arrasar con todo.

Somos capaces de contaminar millones de litros de agua si debajo de ella hay petróleo.

Qué bien no veremos conduciendo un carro consumiendo combustible para buscar en el fin del mundo una gota de agua.

No hay antídoto para la vanidad humana.

Somos capaces de terminar talando todos los árboles del mundo con tal de ostentar los mejores muebles en nuestras casas.

Ojalá nos sirvan para meternos debajo de una mesa de caoba cuando el sol nos calcine y nos ahogue.

Espero que los miles de árboles usados como adorno en la última navidad no se sequen y puedan darnos algo de sombra cuando los bosques estén desiertos.

Tan ensimismado me encontraba en el futuro que nos alcanzaría para enseñarnos la lección más dura sobre la soberbia, donde no habría vuelta atrás, que olvidé lo que desayuné.

Sólo puedo recordar el momento en que dejé el plato en el lavaplatos y abrí la llave para enjuagarlo.

El grifo expulsó lentamente una solitaria gota de agua.

Algo alarmado fui apresurado a revisar otras llaves pensando en que el día cero había llegado.

De ninguna de las salió ni gota de agua, solamente un gargareo que se escuchaba en la profundidad de la tubería.

En eso, escuché a un hombre que avisaba de una reparación en la cuadra. Le decía al vecino que el servicio de agua potable se interrumpiría por unas horas.

Suspiré aliviado y me reí de lo ridícula que se debió de haber visto mi cara asumiendo el apocalipsis en forma de sequía.

Tomé mi teléfono, mis llaves y salí de la casa.

En cuanto abrí la puerta el sol me encandiló y no pude ver nada, sólo logré escuchar el graznido de un cuervo sobrevolando la calle.

La luz se disipó poco a poco y mi mano sobre mi frente hizo una sombra suficiente como para poder ver.

Ahí seguían.

La normalidad, la calle derritiéndose, y la eterna fuga de agua borboteando en la banqueta. Esa normalidad tan líquida algún día la vamos a extrañar.

Escrito en: Sorbos de café calor, agua, antídoto, gota

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