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SORBOS DE CAFÉ

Amar sin mar

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MARCO LUKE

Todo comenzó en el mediterráneo.

De pie, sosteniendo la mirada en el horizonte donde alcanzaba a ver tierras africanas.

Sus pies se mojaban de vez en vez por las olas del mar provocadas por el recuerdo de hércules.

Por lo menos, en ese momento él formaba parte del estrecho de Gibraltar, tanto que, en algún momento pasó por su mente cerrarle la puerta al océano.

Por eso, colocaba la palma de su mano sobre el agua, pero se arrepintió. No deseaba perjudicar el cause natural, no deseaba romper el equilibrio milenario de la corriente oceánica.

Entonces, sólo lo acarició, y sabía que esa caricia flotaría por la eternidad.

Sabía que tarde o temprano, acariciando al mar mediterráneo, algún día dejaría su tacto en otros mares, y con suerte, terminaría descansando para siempre sobre la arena de alguna playa.

Nadie era capaz de percibir lo qué el percibía. De pie en playas españolas, el calor abrasador proveniente del Sahara quemaba su piel.

Pero no le importaba. Había aprendido todo lo que debe aprender un errante. Su cuerpo y su mente se adaptaron a cada lugar en donde vivieron.

Su piel resistente fue un regalo de los reptiles de los que se alimentó mientras atravesaba el desierto.

Dolía, pero el sufrimiento formaba parte de su vida diaria. Su piel quemada le recordaba a las heridas de viejos amores. No pasaba nada, era cuestión de soportar unas horas para después mudar el pellejo.

Ese cascajo de piel vieja nutría la tierra. De esa manera pagaba las deudas al lugar que tanto amaba.

No la nutría con minerales, sino con desechos de los recuerdos que le estorbaban para seguir caminando por el mundo.

Hubo ocasiones donde junto a esos desechos se escapaba alguno de los besos dejados en sus labios por quien creyó fingir ser el amor de su vida.

Sin titubear se ponía de rodillas en el suelo y absorbía con fuerza los desechos para no dejar escapar el recuerdo de esos labios.

Contaminaba su alma, y los recuerdos volvían a doler.

Tardó mucho tiempo en entender que para poder soltar el sufrimiento era necesario soltar la esperanza de volverla a besar.

Por eso extrañaba esas tierras africanas, porque ahí había encontrado otros labios que, en algún momento de su viaje, le dieron oxigeno y alimentaron un nuevo amor.

Desafortunadamente cuando los tuvo él los confundió con una aventura y no se permitió volverse a enamorar, sólo hasta que Marruecos había quedado muy lejos de sus pasos escuchó los gritos de su corazón rogándole de que no se fuera de ahí.

No extrañaba África, extrañaba los besos mulatos.

Mientras recordaba el sabor de sus besos las olas seguían murmurando sobre sus pies.

Dos mundos divididos por un trozo de mar, por la estela que dejan los barcos, por el capricho de los dioses griegos.

Tal vez en el fondo del mediterráneo esperan a ser rescatados los restos de los naufragios que nunca quiso escribir la historia entre sus líneas.

Pero no hay peor naufragio que aquel que aún no se ha decidido a cruzar el mar.

Seguía acariciando las olas de la playa porque no se atrevía a iniciar la expedición y buscar el tesoro que la vida había destinado para él.

Ni siquiera tendría que buscarlo porque sabía perfectamente donde lo encontraría.

No estaba escondido en ningún lugar, estaba abierto en espera de su llegada.

Por primera vez en su vida tuvo miedo al océano, o por le menos ese fue su pretexto para no navegar.

Se alejó lentamente de la playa, sus pies se alejaron más y más de un corazón que siempre lo esperaría.

La última vez que lo vieron fue cerca de Durango, dicen algunos que se dirigía al puerto de Bilbao.

Y muchos dicen haberlo visto sobre una balsa navegando sobre el mar Cantábrico.

Mientras lo veían izar las velas se escuchaba decir:

"No le tenía miedo al mar... le tuvo miedo a ser feliz".

Escrito en: SORBOS DE CAFÉ besos, olas, piel, vida

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